Ignacio Zuloaga (Éibar, 1870 – Madrid, 1945) es uno de los artistas más representativos de la Generación del 98. Nacido en el seno de una familia de armeros y orfebres, viajó por primera vez a Madrid en 1886. Allí, en el Museo del Prado, descubrió a Ribera, Velázquez y El Greco, artistas que ejercieron sobre él un enorme impacto. Poco después, en 1890, se afincó en París, trabando amistad con creadores tan destacados como Degas, Gauguin, Toulouse-Lautrec, Rodin, Utrillo o Rusiñol. Viajó frecuentemente por España, Inglaterra e Italia. En 1898, tras el establecimiento de su tío Daniel, reputado ceramista, en Segovia, comenzó a pasar largas temporadas en esta ciudad. En ella pintará algunas de sus obras más conocidas, antológicamente representativas de las pretensiones de buena parte de los artistas de su generación, interesados en captar el alma de España a través de la diversidad de sus paisajes, de sus tradiciones y de sus gentes, con Castilla como núcleo vertebrador de sus anhelos y reflexiones.

Ignacio Zuloaga, cuyas obras conocieron un enorme éxito tanto en España como en otros países, frecuentó Segovia hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Se refugió entonces en su recién construida casa-taller de Zumaia (Guipúzcoa), donde retrató a intelectuales y artistas tan señeros como Marañón, Valle-Inclán, Azorín, Unamuno, Ortega, Pérez de Ayala o Falla. Junto a ellos, pintó también a personajes de la alta sociedad y del poder político, compaginando esa actividad con la realización de paisajes, asunto, nunca abandonado, por el que sintió una especial predilección a lo largo de toda su vida. En ésta marca un punto de inflexión la adquisición, en 1925, del Castillo de Pedraza (Segovia), recinto que restauró parcialmente y en cuya torre instaló su taller