La Sierra Norte llegó a los años setenta con el arado romano, las abarcas, la siega, la trilla y la procesión y capea en la fiesta del patrón, como señas de identidad. Su conexión con la civilización (Madrid estaba a tan sólo 60 ó 70 kilómetros) era el autobús de la Continental, que rodaba sus últimos diez o veinte kilómetros por caminos todavía de tierra. El abastecimiento era de autoconsumo en lo fundamental y sólo se bajaba a Buitrago, el Molar o la Cabrera cuando no había otro remedio, o en busca del médico, que se desplazaba a lomo de caballería, y los niños proveían de leña la estufa de la escuela para no quedar ateridos entre las primeras letras. Juan Miguel Sánchez Vigil y Angel Sanz Martín han recorrido los pueblos buscando fotos, lástima que el serrano sea poco dado a airear su intimidad y seguro que han quedado en los viejos arcones notable imágenes que bien podrían ver la luz en otra edición de este texto. La Comunidad de Madrid ha patrocinado esta edición no venal prologada por Enrique Granados, Consejero de Presidencia, quien destaca que este libro es más paro los nietos de los protagonistas, para que sepan de dónde vienen, «ya que no es posible ganar el futuro sin tener presente el pasado».