La exposición que presenta el Museo de América muestra, a través de las piezas expuestas, el genio creativo y la riqueza visual de los virreinatos y constituye un momento único para conocer y reconocer esa belleza. Tomando el belén como punto de partida, la exposición supone una ocasión única para aproximarnos a esa realidad y valorar las aportaciones culturales del mundo americano.Una invitación a descubrir la vivencia y la plástica del hecho religioso en el mundo virreinal pero también nos sugiere una nueva y diferente aproximación a la realidad americana ya que en los belenes se encuentran valiosas claves que permiten comprender mejor la sociedad de aquellas tierras en tiempos de su pertenencia a la Corona Española. La explicación de algunas de esas claves es el objetivo de la presente exposición, realizada en exclusiva con piezas procedentes de las colecciones del Museo de América, la mayor parte de ellas expuestas ahora por primera vez.
La exposición está concebida como un recorrido a través del ciclo navideño en el que se hacen presentes los diferentes protagonistas, principales y secundarios, del mismo. El ciclo navideño es, en definitiva, un ciclo solsticial además de religioso. Se inicia con el fuego encendido del Adviento y se cierra con el fuego. Se unen así dos nociones, la presencia de la Luz vivificadora y la propia esencia de Jesús, luz del mundo tal como refleja el Evangelio de San Juan. Tras asociar las principales festividades a las fechas más significativas, el ciclo se cierra con otra festividad dedicada, desde tiempos inmemoriales, al fuego, la Candelaria, simbolizado en la luz de las candelas que, tanto en Europa como en América, aparecen dotadas de poderes mágicos y profilácticos. Lo celestial y lo terreno se vinculan en un mundo de color y magia para mostrarnos como, desde tiempo inmemorial, las creencias no son estáticas sino que aparecen llenas de matices y se enriquecen con las aportaciones de otras culturas.
El cristianismo en América
Desde tiempos inmemoriales numerosos grupos humanos han poblado el inmenso continente americano, con diferentes formas de entender la vida, basadas en distintas creencias que abarcan desde el animismo, el culto a los astros, a la naturaleza o a los muertos hasta complejas religiones con dioses de atributos bien definidos.
Estas innumerables ideas religiosas generaron comportamientos sociales, gestos y ritos que, a partir de 1492, con la llegada de los navegantes castellanos a América, guiados por Cristóbal Colón, comenzaron a ser sustituidos por una religión única: el Cristianismo católico romano. Aparentemente, las antiguas religiones se fueron olvidando, si bien algunos de sus conceptos, como la resurrección o la veneración a los cuerpos de los muertos, se integraron en la nueva doctrina, facilitando la aceptación de ésta por los nativos.
Con el tiempo, las viejas ideas -nunca olvidadas por completo- afloraron dando origen a modos de expresión peculiares, algunos de los cuales se manifiestan en los grandes ciclos litúrgicos, especialmente el de la Natividad, que comienza en diciembre con el Adviento y antaño, se prolongaba hasta el dos de febrero, día de las Candelas. Este ciclo se caracteriza por su ambiente festivo y la presencia de numerosas tradiciones, entre ellas la construcción de belenes.
Parte I. Un dios nuevo entre los dioses
El primer ámbito nos muestra el difícil encuentro de dos mundos contrapuestos con cosmovisiones muy diferentes: el que hallaron los españoles -con dioses y ritos desconocidos para los recién llegados-, y las imágenes básicas del cristianismo, comunes para los europeos pero extrañas para los indios.
Los misioneros o doctrineros católicos utilizaron todos los recursos de propaganda visual y escrita para instruir a los nativos. Paralelamente, se eliminaron las imágenes y textos antiguos por considerarse producto de la idolatría, y se sustituyeron por las habituales cristianas, al tiempo que se confeccionaban catecismos y manuales específicamente destinados a los catecúmenos americanos.
Las primeras imágenes recibidas desde España y las primeras predicaciones iban a marcar para siempre las artes plásticas del continente americano. Convencidos de que al corazón se llegaba a través de los ojos, misioneros y religiosos se esforzaron en fortalecer la devoción popular a través de las imágenes. Como resultado nacería un arte singular que corresponde a un rico cúmulo de ideas y visiones que tiene una de sus mejores representaciones en el ciclo navideño.
Parte II. Origen
Sin duda, el belén constituye el referente visual de ese ciclo. Misioneros y religiosos promovieron en América la costumbre de realizar belenes, Nacimientos o Pesebres, representación simbólica del nacimiento de Jesús en Belén de Judea. Mediante figuras móviles que se ubican en un escenario desmontable, el Belén muestra un misterio religioso.
Los antecedentes de esta manifestación artística hay que buscarlos en la veneración a la reliquia del pesebre donde nació Jesús y en representaciones teatrales medievales aunque alcanzó su popularidad gracias a San Francisco de Asís quien, en la Nochebuena de 1232, protagonizó una visión considerada milagrosa. A finales del s. XV, el belén estaba plenamente arraigado en España, fijándose los personajes principales y, en las primeras décadas del siglo XVI hay constancia de la colocación de belenes en tierras americanas.
Se elabora en el mes de diciembre para festejar los días 24 (Nochebuena), 25 (Navidad) y 6 de enero (Epifanía o Adoración de los Reyes Magos) y, antiguamente, se desmontaba el día 2 de febrero, fiesta de la Candelaria.
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