El gran defensor de las microfirmas en nuestro país es Antonio Perales, exmiembro del Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (ICRBC), técnico en restauración de obras de arte, especializado en «pintura de caballete». Este experto ha desarrollado una teoría ultramoderna para identificar la obra de Goya basado en las microfirmas. En contra de esta teoría está Manuela Mena, jefe de Conservación de Pintura del siglo XVIII del Museo del Prado. Dos opiniones enfrentadas que gozan, respectivamente de seguidores y detractores.
Un autor que coincide con la teoría de las microfirmas de Goya es Agustín de la Herrán, quien publicó varios libros entre 1956 y 1962 sobre el simbolismo de Goya. También se han publicado textos afines en La Actualidad Española (1970) en donde vio la luz un artículo en el que el experto canadiense Rolph Z. Medgessy habla sobre las microfirmas. Y desde Italia Paolo Erasmo Mangiante, experto en pintura coincide con las mismas teorías.
Lo grave es que mientras se ponen de acuerdo los expertos, el mercado del arte sufre el desconcierto lógico a la hora de hacer la valoración de las piezas que pueden pasar de valer 1.200.000 a tan solo 2.000€ en una misma mañana. El mundo del arte y, especialmente, el del mercado de compra-venta de arte y las subastas, en donde es habitual encontrar cuadros anónimos de la época del genial artista aragonés, puede sufrir una revolución si se catalogaran estos nuevos goyas. El secreto estriba en las microfirmas, minúsculas señas de identidad que, según el restaurador Antonio Perales, Francisco de Goya repartía por el cuadro, incluso en la preparación de la tela. Por otra parte, Manuela Mena ha manifestado en numerosas ocasiones su rechazo a este tipo de pruebas ya que defiende que son teorías sin fundamento que sólo son apoyadas por determinados investigadores que creen que Goya firmaba varias veces en sus obras con microfirmas, de igual forma que también se ha dicho que lo hacía Rembrandt.
En estos últimos años la autoría de algunos cuadros supuestamente atribuidos a Goya y donde una de las pruebas aportadas eran las microfirmas han protagonizado desacuerdos tan llamativos como un «Retrato de Esquivel» que llegó hasta los juzgados de Gerona. Y más recientemente el cuadro que la Brigada de Patrimonio Histórico retiró de la sala de subastas Lamas Bolaño, a petición del Museo del Prado, a través de la Junta de Valoración cuyo subdirector es Luis Lafuente.
Según la teoría de las microfirmas el pintor utiliza valores simbólicos que nos hablan a través de los colores. Aparecen firmas semiocultas, pequeñísimas, repetidas por toda la superficie del lienzo, grabado, dibujo, fresco, litografía, lata, cobre, cristal, tabla, marfil, etc. Goya -según esta hipótesis- utilizaba pinceles finísimos y plumillas con las que estampa su firma. Esta originalidad pasó inadvertida en tiempos del artista y sólo Moratín conoció los secretos y misterios de la fantasía goyesca. Goya calló y Moratín también, guardando silencio de complicidad por razón de amistad, no dando a conocer el camino que pondría al descubierto rigurosos juicios (especialmente en Los Caprichos) que el artista hacía de los personajes más distinguidos de su tiempo, como la Reina o su valido Godoy.
Goya pintó obras que aún hoy son tenidas como de otros pintores conocidos o simplemente como pinturas anónimas o de poco interés conservadas en trasteros o pasillos de hogares particulares como fue el caso de los dos goyas que la sala Alcalá vendió recientemente. Se trataba de «La Sagrada Familia» y el óleo «Tobías y el Ángel»; Estas pinturas fueron declaradas inexportables por el Estado unos días antes de celebrarse la subasta. Seis meses después el Estado encontró en Caja Madrid al comprador dispuesto a pagar 1.750.000 euros en concepto de dación. Los lienzos están ahora en El Prado. Otro de los cuadros que también adquirió por 4 millones de euros Caja Madrid para entregar como dación fue «Riña en el Mesón del Gallo». Este museo también ha recibido 20 cartas autógrafas de Francisco de Goya por un valor de 493.080 €, cifra que podemos comparar con la que la el Estado pagó en Finarte por 40 cartas unos años antes (781.316 €) en mayo de 2000 por 40 cartas que Goya escribió a su amigo Martín Zapater. Y ese mismo ejercicio el Estado pagó 24.000 € (4.000 millones de pesetas) por la Condesa de Chinchón. Entre las últimas adquisiciones del Estado para el Museo del Prado hay que señalar el dibujo «El Toro Mariposa» por el que se pagó en una subasta de Londres 1.900.000 €.
Precisamente, aplicando exhaustivas pruebas de laboratorio se han podido descubrir obras de la época joven del pintor, aquellas que el artista no firmaba sino que sólo rubrica. Igualmente, han aparecido parte de aquellas que efectuó para Cornelio van der Goten, cuando le requiere como pintor de la Real Fábrica de Tapices. Goya no sólo pinta cartones, sino muchas obras inspiradas en distintos artistas de diversas escuelas y estilos.
A pesar de que Goya fue muy prolífico existe poca obra catalogada de este autor. Así, en el catálogo de su pintura confeccionado por el desaparecido profesor José Luis Morales y Marín, aparecen 567 obras. El editado por Pierre Gassier-Juliet Wilson refleja 1.870 obras, entre obra gráfica y obra pintada. Difícilmente un artista que comenzó a pintar a los 17 años y que muere pintando a sus 82 deja sólo esas poco más de mil ochocientas obras y hay expertos que opinan que el pintor dejó al menos cinco mil obras.
Goya fue un gran trabajador, de una rapidez de ejecución extraordinaria, al que le bastaban dos sesiones para pintar retratos. Francisco de Goya siguió pintado durante su vejez en Burdeos. Se servía de todo tipo de instrumentos para realizar sus creaciones. Pintó un gran número de cuadros de pequeño formato de naturaleza muerta, se paseaba por los mercados, retenía en su mente lo visto y lo plasmaba pictóricamente a la llegada a su estudio.
Los arrepentimientos de Goya son bien conocidos por el equipo de restauradores y conservadores del Prado que gracias al trabajo del laboratorio del museo se pueden observar imágenes tan sorprendentes como El Garrochista (obra de un discípulo de Goya), colgado en la primera planta del Prado y que oculta un retrato de Godoy que, en este caso, sí que es del pintor de Fuendetodos, sólo visible claramente a través de las radiografías. O también La Condesa Chinchón, de Goya, que esconde tras los pigmentos externos y boca a abajo un retrato de Godoy. La confusión existe porque un cuadro mal atribuido arrastra durante años este error. Por ejemplo, el Metropolitan Museum en unas accidentadas adquisiciones de obra de Goya y tras constantes estudios e investigaciones que se desarrollaron en el centro, en 1995, llegaron a la conclusión de que sólo 7 de los 17 óleos de la colección superaron el contraste de autoría realizado por los expertos. Los cambios de criterios entre los expertos y entendidos sobre la obra de Goya han sido constantes y fruto de este error es no atribuir como tales muchas de las obras de juventud de este autor que pasan por anónimas.
Microfirmas de Goya
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