El museo sin olvido

Por Andrés Merino

Buena parte de los mejores museos europeos están en el interior de edificios con siglos de historia, monumentos emblemáticos que sufrieron ataques en alguna de las guerras que han asolado el viejo continente. Al recorrer sus salas, todo visitante podría hacerse una interesante pregunta. ¿Cómo se protegió el patrimonio que ahora se contempla?, ¿quién veló por las piezas, quién estuvo a cargo en medio del peligro de bombas o saqueos? Debra Dean ha querido dedicar su primera novela a la respuesta, centrada en el Ermitage, el más conocido de los museos rusos que sufrió los ataques del asedio del entonces Leningrado, hoy San Petesburgo. Juanjo Estrella nos propone una excelente traducción al español para Bruguera.

El relato atrapa desde sus primeras páginas, porque juega con la ventaja de crear pronto un atractivo universo humano, a través de dos caminos vitales, en paralelo. Los recuerdos de Marina, una mujer que envolvió obras maestras para su evacuación o custodia en los sótanos del museo, se entrelazan con un aparentemente difícil presente donde su alzheimer parece un protagonista más. Dean concede a la enfermedad un buen papel, pues le permite que el olvido de lo más cercano refuerce si cabe el recuerdo de dos pasiones, el arte y la vida en sí. Las pisadas de Marina en las salas vacías, recordando en las marcas dejadas por los marcos pintores y escuelas, son primero paseos y luego una especie de via crucis, una singular catarsis que parece escrita como para lavar una conciencia, para afirmar que en medio de la barbarie alguien protegió un legado cultural.

La memoria de Marina no es selectiva, deja pasar interrogantes y pesadumbres. Es hija de desaparecidos tras las purgas de Stalin, que no sólo le arrebató a sus padres, sino que años antes provocó misteriosas orfandades al Ermitage, autorizando la sustracción de obras maestras cuya venta financió parte de la revolución bolchevique. La memoria de Marina es generosa, porque recuerda con pelos y señales los heroísmos diarios de quienes achicaban agua viviendo entre humedades y apagaban fuegos en tejados, pero olvida miserias de tiempos de miedo y hambre. La memoria de Marina empieza a debilitarse por el final, como si fuera consciente de que ya no podría vivir situaciones tan intensas como al principio de su vida, como en su juventud. La autora administra bien las metáforas.Parece que compara, en realidad identifica. Breves descripciones de obras maestras anteceden a pasajes que enseñan, que son objeto de aprendizaje vital. Si hay algo armonioso en la novela es la invitación a dejarse mecer por una ancianidad de olvido no culpable, por un ramillete de recuerdos generosos en apariencia selectivos. Las madonas de Leningrado son estrellas en un cielo en el que anochece para la memoria.

FICHA TÉCNICA

“Las madonas de Leningrado”
Debra Dean
Barcelona, Ed. Bruguera, 310 pág.