La exposición dedicada a la obra de Bruno Schulz (Drohobycz, 1892-1942), propone una visión de conjunto sobre su universo literario y plástico, con especial incidencia en su álbum de veinte grabados de comienzos de los años veinte El libro idólatra, realizados por el procedimiento del cliché-verre, y en los dibujos que se corresponden con sus dos libros publicados, ambos fascinantes, Las tiendas de color canela (1934) y Sanatorio bajo la Clepsidra (1937).
Judío nacido en Galitzia, hombre de la frontera, Bruno Schulz habita un territorio incierto. Ciudadano austrohúngaro al nacer, su idioma principal fue el polaco, aunque también sabía alemán –escribió en él uno de sus relatos, se carteó con Thomas Mann y Joseph Roth, y trató a Sigfried Kracauer–. Durante la mayor parte de su vida adulta conoció una Polonia nuevamente independiente, aunque tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial vivió sucesivamente bajo el terror soviético y nazi, sucumbiendo a este último, asesinado en la calle por un oficial de las SS. Hoy Drohobycz es Ucrania, y ni resto queda del cementerio donde el escritor y pintor fue enterrado.
Profesor de dibujo, Schulz viajó poco fuera de las fronteras de su país, tan sólo a la Viena de finales del Imperio, donde completó su formación y quedo impresionado con los Velázquez del Kunsthistorisches Museum, a Suecia en 1936 para un viaje de tres días, y a París en 1938 para una estancia de tres semanas.
El “país tenebroso” que el solitario Bruno Schulz construye en sus libros, sus grabados, sus dibujos y en su único cuadro conservado –que figura en la muestra– es una provincia universal y metafísica, con raíces simbolistas, contemplada con ojos de niño y que puede ser comparada con las construidas por otros raros centroeuropeos, como Alfred Kubin o el propio Franz Kafka, ambos muy admirados por el polaco. La provincia en inquietante calma, las tiendas de color canela en ella, el laberíntico interior de la casa paterna, las calles de la ciudad, las calesas, el sanedrín de los rabinos, los álbumes de sellos, los viejos semanarios y sus anuncios, cobran, tanto en su escritura como en sus figuraciones, una vida singular. Singulares son también su visión del padre y el erotismo, mujeres dominantes, hombres rampantes –muchos de ellos con algo de perruno–, escenas como salidas de La Venus de las pieles, de Leopold Sacher-Masoch, otro creador procedente de Galitzia. No pocos estudiosos han subrayado las concomitancias de esas visiones schulzianas, en las que encontramos abundantes –e impresionantes– autorretratos, con las de Balthus o su hermano Pierre Klossowski.
Aunque tan sólo publicó dos libros, éstos le valieron el pronto reconocimiento de los mejores, entre los que cabe destacar a otros dos raros, Stanyslaw Ignacy Witkiewicz, y Witold Gombrowicz. Póstumamente, su fama se ha consolidado universalmente. El “club de fans” de Schulz incluye a la mayor parte de los escritores polacos de las siguientes generaciones, de Tadeusz Kantor a Adam Zagajewski pasando por Zbigniew Herbert, pero también a Isaac Bashewis Singer, Maurice Nadeau, John Updike, Angelo Maria Ripellino, Bohumil Hrabal, Cynthia Ozyck, Sergio Pitol, Danilo Kis…
Junto a la de Schulz, se propone la obra plástica de tres de sus predecesores polacos, Wojciech Weiss, Witold Wojtkiewicz y el citado Stanislaw Ignacy Witkiewicz, la de un artista contemporáneo que se inspira en él, Jan Lebenstein, y la de algunos de los artistas europeos que integraron su museo imaginario como nuestro Francisco de Goya, el belga Félicien Rops, el británico Aubrey Beardsley, y los alemanes Max Klinger y George Grosz.
Es la primera vez que se puede contemplar en España una panorámica completa en torno al universo de Schulz. Hasta ahora sólo se había visto obra plástica suya en las muestras El poeta como artista (CAAM, Las Palmas de Gran Canaria, 1995) y La palabra pintada (Es Baluard, Palma de Mallorca, 2006). En cuanto a su obra literaria, ha sido editada aquí por Barral, Siruela y Maldoror, pero actualmente tan sólo los títulos de esta última se encuentran vivos.
En el catálogo que se presenta junto con la exposición y que nos adentra en el rico y complejo universo schulziano, encontramos textos de Monika Poliwka, Lukasz Kossowski, Irena Kossowska, Serge Fauchereau y el pintor español Sergio Sanz, en nombre de los no pocos creadores españoles actuales que se reconocen en las cavilaciones schulzianas.
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