Camille Claudel es, sin duda, un personaje fascinante y una artista de excelente calidad. Su trágico destino como alumna y amante de Rodin la ha convertido en una auténtica leyenda, en la imagen de una mujer víctima de un maestro despótico, de una familia ingrata y de una sociedad cerrada y misógina.

Su atormentada existencia no esconde, sin embargo, la calidad de su producción y la extraordinaria modernidad de sus obras. Camille Claudel revolucionó, junto a su maestro Rodin, la expresión escultórica de su tiempo. Fue una de las pocas mujeres artistas de ese momento que tuvo acceso a modelos desnudos. Su exquisita habilidad técnica le permitió zafarse del academicismo para dotar a sus figuras de emoción y vitalidad. Sus primeras obras llevan el sello indiscutible de Rodin, pero, en las piezas consagradas de este artista, también advertimos claramente la influencia de Camille. Cuentan, sin embargo, que Rodin temía que Camille le hiciese sombra y nunca la ayudó a salir adelante. El otro gran hombre en la vida de Camille, su hermano Paul Claudel, no pudo soportar la relación de ésta con su maestro, y se alejó de ella para siempre: “Todos esos maravillosos dones que la naturaleza le había otorgado no han servido más que para traerle la desgracia”, decía su hermano.

Sola y sin recursos, Camille se sumió en una crisis depresiva y empezó a destruir sistemáticamente todas sus obras. En 1913, su familia la encierra en el sanatorio psiquiátrico de Montdevergues, de dónde no saldrá jamás. Gracias a unos documentos encontrados recientemente, sabemos que a su ingreso se le diagnosticó “una sistemática manía persecutoria”, acompañada de “delirios de grandeza”, por los que se creía víctima de “los ataques criminales de un famoso escultor”.

Lúcida y desesperada, Camille escribió numerosas cartas durante su encierro, exigiendo a gritos que la liberaran. Nunca salió de allí. Murió 30 años después.

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