Los emperadores son a la vez dirigentes y dioses desde que a Julio César le confirieran honores divinos tras su muerte. Según las creencias romanas, Venus engendró al padre de Iulius, antecesor en línea directa de Julio César. Es en ese momento donde entronca la política con la religión.
La imagen divina del césar, reproducida en las monedas, alcanza hasta los últimos confines de Roma. De mano en mano, su retrato se introduce en el día a día del Imperio, en la sociedad que trabaja, compra y lucha y de la que hemos llegado a saber mucho gracias a las inscripciones y los relieves que aparecen en la multitud de monumentos funerarios hallados en todos los países que formaban el Imperio.
La exposición refleja lo público y lo privado, la religión oficial de dioses y emperadores y también la devoción íntima que rinde culto a lares (dioses de la casa) y manes (dioses de la tumba). Los romanos ahuyentan la muerte grabando en sarcófagos y lápidas escenas de la vida del fallecido para perpetuar su memoria y burlar el paso del tiempo.
La vida oficial y la doméstica, la actividad en el Foro y en las provincias del Imperio (Hispania), la religión, la economía y el trabajo; el circo y los juegos; la muerte y el ejército se mezclan e interrelacionan creando la misma sensación de movimiento de un día cualquiera, dentro de la sociedad imperial.
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Roma se mira en Grecia, como en un espejo, y toma el relevo consciente de la herencia que recibe. El punto de partida de esta exposición es pues el ámbito que recoge la confluencia de las culturas griega y romana a través de pensamiento, ciencia y arte.
Los versos del poeta latino Horacio ya sentenciaron que la conquistada Grecia se apoderaría de su feroz conquistador introduciendo las artes en el agreste Lacio; ese pequeño territorio de la península itálica dónde se fundó la ciudad estado que dominaría el mundo conocido.
Arte y pensamiento
Reciben al visitante los retratos de los filósofos griegos Platón (año 150-200 d.C.) y Aristóteles (200-250 d.C.), maestro y discípulo, llegados del Museo Nacional de Roma; así como los del orador Demóstenes (primera mitad del siglo II d.C.) y el poeta Homero (mediados del siglo I d.C.), procedentes del Museo del Prado de Madrid.
Los romanos recogen el legado de Grecia, empapándose de su fondo y forma hasta conseguir transformarlo y hacerlo suyo, en ese complejo fenómeno que conocemos como romanización.
Gracias a esta traslación cultural, por la que Roma asume y difunde lo helenístico, ha llegado hasta nosotros buena parte del arte griego que podemos admirar. Un magnífico ejemplo es el relieve con imagen de Kairos (siglo II d.C. Museo di Antichità di Torino, Turín); una copia romana de la obra realizada por el escultor griego Lisipo.
Mitología
La mitología, que detalla en historias y leyendas las vidas y aventuras de una amplia variedad de dioses, héroes y otras criaturas, funda el pensamiento griego y su forma de explicar el mundo. Roma recoge ese compendio de saber y lo hace suyo.
Por ejemplo, la leyenda del rapto de Europa que cuenta el origen de nuestro continente: Europa, una mujer de origen fenicio, fue seducida y raptada por el dios Zeus quien, transformado en un toro manso, consigue que se suba a sus lomos para llevársela a Creta, donde se convertirá en reina. Esta historia tiene su expresión plástica en el extraordinario mosaico que representa el Rapto de Europa (siglo III d. C.) procedente del Museo Arqueológico Nacional.
Este mito de la iconografía clásica recorrerá la historia del arte, desde Tiziano o Veronese hasta nuestros días, y representa fielmente la pervivencia de la cultura grecolatina. Veinte siglos después está presente también en Madrid en la versión del artista colombiano Fernando Botero a las puertas de la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas.
Entramos en Roma por el pórtico del Foro, alrededor del cual se dan cita los ciudadanos para comprar o hacer negocios. Allí nos encontramos con los símbolos de la República de Roma y de su naciente imperio.
• La pieza expuesta de la Loba Capitolina, que amamantó a los fundadores de la ciudad, Rómulo y Remo, es la mejor réplica (siglo XIX) que existe de la original (entre el 480-470 a.C.), sita en el Capitolio de la capital italiana. Esta reproducción en bronce, que ha sido prestada de manera excepcional para esta exposición, preside actualmente la entrada del Palacio Senatorio de Roma.
• Y como símbolo de la magnitud del Imperio, las tres efigies de Augusto dan una idea del poder absoluto de un césar. Entre ellas destaca la Cabeza colosal (siglo I d.C.) traída del Museo Arqueológico de Sevilla. Augusto no fue sólo el primer emperador, el padre de la patria romana, sino que ideó un sistema de gobierno tan sólido –el que se necesitaba en realidad para regir un imperio- que ha perdurado durante siglos.
Los tres impresionantes dioses que reciben al visitante desde la entrada son el mejor reflejo de la devoción, el poder y las creencias romanas y constituyen el eje visual de esta muestra.
• Cronos mitraico (año 155 d.C.), dios del tiempo humano que rige el calendario, las cosechas y las estaciones, adoptado por la religión del dios Mitra.
• Minerva (siglo I a.C.), diosa de la inteligencia y de la sabiduría. La pieza que vemos aquí de Minerva, cedida por el Palazzo Massimo alle Terme, destaca por sus dimensiones colosales y por el empleo de mármoles de diferentes colores y procedencias.
• Venus (siglo II d.C.), diosa antepasada de los Césares. En Venus confluye el culto a los dioses y al emperador, su representante telúrico. Así es como entronca el Imperio con la religión oficial, pilar básico del aparato estatal.
La diosa griega del amor y la belleza, Afrodita, se convierte en la Venus romana, antepasada de los césares, y entre sus múltiples representaciones destaca la Cabeza de Afrodita (mediados del s. II d. C) que se puede admirar también en este ámbito. Mientras que en Oriente, como se vio en este mismo recinto con las anteriores producciones de “Guerreros de Xi’an” y “Faraón”, había una larga tradición de considerar al rey como a un dios viviente, en Roma los emperadores sólo alcanzaban la divinidad a su muerte.
Así se aprecia en las piezas de Segóbriga (datadas entre el siglo I a.C. y el I d.C.), que constituyen uno de los ciclos más completos de estatuas de emperadores y miembros de la familia imperial que fueron objeto de culto y exaltación en las ciudades del Imperio. El conjunto escultórico fue hallado en la basílica del foro de Segóbriga (Saelices, Cuenca) y ha sido restaurado expresamente para esta muestra.
En torno a ellos, en los pedestales de un panteón, aparecen los dioses del Imperio: entre ellos destaca la figura de Antínoo (año 130-138 d.C. Centrale Montemartini. Roma), el último mortal divinizado por el amor del emperador Adriano, que aquí se ha colocado junto a él. La diosa Cibeles, a quien se ha dedicado un apartado específico, y dos maravillosos medallones con las figuras del Dios de la Medicina y la Diosa de la Salud completan esta zona central de la exposición.
Otra vertiente de la religión romana es la religión doméstica, que rinde culto a los Lares, dioses protectores de la casa, y a los Manes, dioses de la tumba.
• La religión doméstica tiene como centro el Larario, el lugar elegido dentro de la casa para adorar a los dioses protectores del recinto. En la exposición se ha creado una cámara especial, inspirada en los cenotafios romanos dibujados por Piranesi en el siglo XVIII, que permite al visitante contemplar las piezas traídas desde la Centrale Montemartini de Roma.
Para ponerle rostro a la sociedad que construyó el Imperio, este ámbito, que discurre en paralelo a los dioses y emperadores recién elevados al rango divino, está representado por imágenes de ancianos, niños, mujeres, pescadores, zapateros… Son el reflejo de una sociedad de la que sabemos mucho gracias a las inscripciones en lápidas y sarcófagos, como los que aquí se exponen, que narran la vida de los ciudadanos.
Uno de los interesantes rasgos de la sociedad romana era la movilidad, que permitía a sus integrantes pasar de una clase a otra (o ascender socialmente). Así se ve en el curioso sello de plomo de Vallmora (año 107 d.C.), procedente de un centro de producción vitivinícola de Teià, que demuestra que al frente de esta explotación agraria estaba un esclavo que había conseguido su libertad y llegó a ostentar un cargo público en la Barcelona romana.
Debido a la proliferación de los retratos públicos de emperadores y sus familiares, se despertó el ansia en las élites urbanas de emular a los césares encargando réplicas de su propia imagen. Así, contamos con el anónimo retrato de un anciano (s. II d. C), procedente del Museo Arqueológico de Sevilla, que pone de manifiesto el realismo en la reproducción de los rostros.
Por su parte, el preciosismo de la Gema con el retrato de Julia Domma (comienzo s. III d.C. Museo Nazionale Romano) muestra la calidad de la labra en esta pequeña pieza. Es un retrato de la emperatriz Julia Domma que puso de moda en todos los dominios del Imperio, y con un éxito fulgurante, el peinado con el que aquí aparece.
Para terminar de introducirse en la sociedad del Imperio romano, la técnica de las sombras chinas está presente en todo el recorrido de este espacio para sugerir al visitante los usos y costumbres de la época. Una pantalla de 20 metros se despliega a un lado de este ámbito capturando escenas que recrean la vida en el mercado, la estructura del ejército, o la intimidad de un comedor patricio.
La imagen de la sociedad quedaría incompleta si, además del rostro, no le pusiéramos manos, vida, actividad, alma. Un conjunto de vitrinas dedicadas al trabajo, la economía y el comercio reúnen una serie de pequeños objetos que demuestran el gusto por hacer de cada cosa un objeto práctico.
Merece la pena recrearse en el refinamiento y el detalle de piezas como las balanzas con forma de jabalí y busto femenino, los anzuelos de pesca, el compás, las espátulas o los instrumentos quirúrgicos.
• Para ilustrar el mundo del trabajo en una Roma laboriosa que ya tenía agrupaciones gremiales, se ha escogido el Relieve de la vendedora de pollos de Ostia (segunda mitad del s. II d.C.), una imagen dotada de gran realismo y vivacidad que muestra el interior de una tienda.
• La importancia de la navegación fluvial y marítima para el comercio en la época romana se refleja en la proa de nave con cabeza de jabalí (sin fecha. Musei Capitolini de Roma), esculpida en un imponente bloque de mármol de Carrara y que formaba parte de una fuente monumental.
Por otro lado, se incluyen en este espacio un conjunto de monedas, traídas del Gabinete Numismático de Barcelona, donde se aprecia más claramente que nunca el binomio poder económico-poder político. En Roma, la imagen de los césares llegaba hasta el último rincón del Imperio grabada en las monedas, de manera que éstas no sólo reúnen un valor material, sino también del mismísimo símbolo del poder.
• Entre las monedas aquí expuestas, destacan las de Augusto (27 al 14 a.C.), Caracala (212 al 217 d.C.) y Diocleciano (284 al 305 d.C.). Son diminutos y poderosos testigos de la historia política y económica del Imperio; que conoció, entre distintos avatares, el aúreo, implantado por Augusto y la inflación, a la que ya tuvo que enfrentarse Diocleciano; éste decretó un edicto sobre los precios máximos para la venta de productos.
El espíritu pragmático romano se combinó con su tendencia a la monumentalidad para realizar impresionantes obras de ingeniería como las calzadas, puentes y acueductos; y edificios públicos como foros, teatros, anfiteatros, basílicas y templos. El secreto de su resistencia y solidez reside en el empleo del hormigón (opus caementicium); un invento romano que permitió nuevas posibilidades constructivas.
• Las edificaciones se enmarcaban en una estudiada planificación urbanística que se convirtió en un ejemplo a seguir y que se puede contemplar en la Forma Urbis Romae, la primera planta de Roma que data de principios del siglo III d.C., de la que aquí se exhiben los fragmentos del Coliseo y del Ludus Magnus.
Las casi 500 piezas que componen esta exposición se enmarcan y contextualizan en el entorno gracias a la inclusión de gigantografías en cajas de luz, que muestran el esplendor de la arquitectura del Imperio de Oriente y Occidente.
• Las imágenes fotográficas que conforman este ámbito son, principalmente, las del Foro coronado por las construcciones del Palatino. Esta completa panorámica introduce el lugar donde se sucedían los hechos más relevantes del Imperio, desde las reuniones del Senado en pleno a los discursos enardecidos de cualquier orador que se dirigía a la plebe.
• Las casas colgantes de Éfeso, el Templo de Adriano, el Coliseo o el Arco de Triunfo de Constantino son algunas de las edificaciones emblemáticas de la Roma imperial que han podido trasladarse a Madrid gracias a las gigantografías realizadas ex profeso por el artista turco Cemal Emden.
• La maqueta de un templo tetrástilo (con cuatro columnas en la fachada) procedente de Ostia (s. II al IV d.C.) deja patentes las características de un templo romano, con su podio y su escalinata frontal. El interés de esta pieza reside en que no son demasiado frecuentes en la época romano-imperial los modelos a pequeña escala como el que se puede ver en la exposición.
• Como muestra del interiorismo se incluye aquí el enorme mosaico con el rapto de Proserpina (sin fecha) llegado de la Centrale Montemartini de Roma.
Los días de juego llenaban buena parte del calendario romano, que se inventó con la finalidad de fijar las jornadas festivas y de los ludi (juegos).
Entre los preferidos destacaban las competiciones deportivas, los juegos escénicos, las carreras de carros y los espectáculos en el anfiteatro, que podían durar varios días y contaban con una amplia publicidad. Este entusiasmo se refleja en las piezas de atletas y luchadores como las del grupo de luchadores de Ostia (s. II d.C. Soprintendenza per i Beni Archeologici di Ostia. Roma) que recrea el fragor del enfrentamiento entre dos combatientes.
En Roma los juegos deportivos y el resto de espectáculos lúdicos llegaron a necesitar de unos grandes espacios con una diferenciación bien clara entre público y protagonistas.
• La construcción típicamente romana fue el anfiteatro, donde tenían lugar los espectáculos más sangrientos, como las cacerías de todo tipo de animales salvajes y exóticos como la que se puede contemplar en esta Placa Campana (primera mitad del siglo I d.C. Museo Nazionale Romano) que representa con gran dinamismo unade estas escenas.
El mayor anfiteatro que se erigió fue el Flavio o Coliseo de Roma, donde se ponía de manifiesto el fervor del público por los espectáculos de gladiatorios, que gozaron de gran popularidad.
• La tecnología virtual recrea aquí la emoción de un combate de gladiadores en el Coliseo. El visitante podrá asistir virtualmente a esta experiencia gracias a una reconstrucción que incluye una maqueta de casi 4 metros de ancho con las partes propias del anfiteatro (arena y cavea). La arena acoge emocionantes combates de gladiadores (proyección virtual) y en las gradas se revivirá el bullicio del público antes y durante el espectáculo (retro-proyección integral en el fondo del escenario).
Además de estos grandes juegos públicos, había otros entretenimientos y pasatiempos privados. Generalmente eran juegos de azar con tabas, dados y fichas que se podían disponer sobre tableros, grabados muchas veces en las losas de espacios públicos como teatros y foros.
Nos adentramos en el mundo de la Domus, la casa, de donde nace el uso actual de la palabra “doméstico”. Aquí conviven la grandiosidad de los suelos de mosaico y la pequeñez de los objetos de uso cotidiano como quemadores de perfumes, balsamarios o piezas de tocador.
Del mismo modo encontramos elementos usados en el día a día como el brocal de un pozo o una pequeña fuente, objetos que se contextualizan con una gran foto de una de las casas colgantes de la ciudad turca de Éfeso, el mejor exponente de las residencias urbanas más confortables.
Los menos afortunados vivían en bloques de pisos de alquiler, muy alejados de esa imagen de la casa romana unifamiliar con atrio y peristilo, como las excavadas en Pompeya, propias de la clase pudiente.
• Relacionado con el lujo, en las casas de cierto nivel era normal disponer de mosaicos como el de las Tres Gracias (finales del siglo III – inicios del IV d.C.) o el emblema de mosaico con palomas (finales siglo I a.C. – inicio siglo II d.C.).
• Asimismo era frecuente encontrar refinados objetos domésticos, como copas de vidrio de múltiples colores que se conseguían utilizando técnicas depuradas muy efectistas.
• También la decoración pictórica de algunas habitaciones denotaba la clase social; aquí destaca una pintura mural (siglo I d.C.) en la que se emplearon los pigmentos más caros.
Una gran vitrina de cristal, a modo de “joyero”, muestra algunas de las más bellas alhajas del Imperio como el anillo de ámbar de resina (siglos I-II d.C.) procedente de Croacia. Gracias al doble corte en “U” de la vitrina, se puede transitar por el interior de un pasillo para observar de cerca las pequeñas piezas.
• Dentro de este “gran joyero” destaca una pieza espectacular: un collar de oro, perlas y esmeraldas (finales del siglo I d.C. Museo Nazionale Romano) que muestra el lujo de las clases privilegiadas y el buen hacer de los orfebres de la época.
• Algunas de estas reliquias, como las fíbulas que prendían las telas del ropaje, aparecen situadas sobre paños fotografiados de estatuas, a fin de recrear su disposición en la vestimenta. Para conseguir ese efecto se han fotografiado cuatro de las esculturas que se encuentran en la Biblioteca de Éfeso.
La casas y jardines de las familias con alto poder adquisitivo solía poblarse de bellas estatuas, muchas veces de tema mitológico, derivado del repertorio griego y adaptado a los gustos romanos, como es el caso de la estatua de Erote con Hidria (sin fecha. Musei Capitolini de Roma) que perteneció a uno de los horti (jardines) más famosos de Roma.
A través de los ritos funerarios, de las inscripciones y estatuas dedicadas en sarcófagos, urnas y lápidas, los romanos reflejan cómo fueron sus vidas. La idea es perpetuar la propia imagen para que sea recordada por las futuras generaciones y, así, evitar caer en el olvido.
Dado que en la época imperial el culto a los antepasados y sus imágenes era un derecho generalizado – hasta entonces patrimonio de los patricios – los retratos, decoraciones escultóricas y textos epigráficos se multiplicaron.
• La abundancia de monumentos funerarios, como el sarcófago con musas (primera mitad del siglo III d.C.), constituye un verdadero filón arqueológico para entender cómo vivía la sociedad romana. Ahora sabríamos mucho menos del mundo laboral y de las relaciones sociales si no fuera por la valiosísima información que se ha encontrado en la multitud de lápidas que representan profesiones y oficios, así como las relaciones que mantenían las diferentes clases sociales.
• La Estela funeraria de Lutatia Lupata (siglo II d.C.), procedente del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, fue dedicada por Lutatia Severa a su joven alumna Lutatia Lupata, de 16 años, seguramente también liberta. En ella vemos el grácil retrato de la difunta tañendo un instrumento de cuerda del tipo pandurium. Es una curiosa muestra de las cálidas relaciones que podían establecerse en el seno familiar entre amos y clases dependientes.
Con respecto a los rituales funerarios, la incineración fue el método que prevaleció durante los siglo I y II d.C. hasta la época de Adriano. Los restos se depositaban en urnas de diferentes materiales: las más lujosas, como es el caso de la urna de Pula (s. I d.C. Museo Arqueológico de Istria. Croacia), podían ser del preciado alabastro egipcio; las más sencillas eran cajas simples de piedra local. Resulta admirable la forma del recipiente y la maestría en su realización.
A partir del siglo II d.C. empieza a crecer el peso de las religiones orientales, y con éstas a practicarse la inhumación, de ahí los sarcófagos encontrados en numerosas áreas como la Vía Apia. Las tumbas se disponían en las vías de acceso a las ciudades, fuera del núcleo urbano, una medida del todo higiénica que contribuyó a la salubridad del Imperio. Hay sepulcros monumentales como la necrópolis de Isola Sacra en Ostia, entre la que destaca la tumba 19 recién restaurada decorada con una pintura en la que se ve una escena de matrimonio o despedida.
El ejército de la época imperial deriva del de la época republicana gracias a las reformas de Mario, fundador del ejército profesional, y a las de Julio César a raíz de la guerra de las Galias. Las unidades tenían sus campamentos lejos de Roma, en las zonas de conflicto, y, aunque la legión continúa siendo la estructura básica, con Augusto se diversifican los cuerpos y se crean los efectivos auxiliares, compuestos por tropas indígenas.
• Los campamentos tenían una estructura jerárquica y funcional bien definida que se puede completar en la reconstrucción esquemática de un campamento para dos legiones incluido en este ámbito.
• La legión, que contaban entre 5.000 y 6.000 hombres, era la unidad militar sobre la que Roma basó su poderío imperial. Las legiones tenían sus estandartes y su correspondiente número, que se pueden contemplar en varios relieves con insignias y enseñas como las de la Legio XII Fulminata (comienzos del s. II d.C. Musei Vaticani. Ciudad del Vaticano).
• La potencia del ejército romano queda sugerida por el Fragmento de estatua con coraza (Alto Imperio. Musée Saint Raymond de Toulouse) correspondiente a un general o a un emperador. Aunque su estado es fragmentario, no puede dejar de admirarse la extraordinaria calidad del mármol y de la labra que confieren una exquisita plasticidad a la obra.
• Como ejemplo del buen equipamiento defensivo, que hacía del soldado romano el mejor pertrechado de su tiempo, se encuentra el bien conservado casco de Azuara (Alto Imperio, del 27 a.C. al 284 d.C. Musée de Saint Raymond. Toulouse) que muestra cómo era esta pieza del vestuario militar de la época republicana, y que fue usado por la infantería pesada desde las guerras púnicas hasta el siglo I a.C.
• Entre las armas recopiladas, se exhibe una amplia variedad de munición para las hondas, puntas de lanzas y dardos, espadas…
La importancia que tuvo Hispania para el Imperio romano es tal que casi se puede afirmar que Roma aprendió a ser Imperio en los territorios hispánicos. Si Grecia ha sido el primer destino del visitante al comenzar esta exposición, Hispania es el colofón, el cierre de este recorrido por la historia y la vida del Imperio.
Las piezas aquí expuestas son un claro reflejo de las distintas fases que atravesó la conquista de Hispania a lo largo de 200 años: unas veces fácil y con la ayuda de las élites indígenas; otras muchas, difícil y cruel.
Ahí está el relieve de los legionarios de Estepa (mediados del s. I a.C. Museo Arqueológico de Sevilla) que nos transporta a la vida de aquellos que avanzaban por la zona levantina y el valle del Guadalquivir allá por el año 206 a.C.; y las puntas de lanza y el casco de bronce, de un siglo después. La conquista militar no tocó a su fin hasta el a.C.
Tras la gesta, los soldados abandonaron los escenarios bélicos por las labores de ejecución de obras públicas. Era el momento de reconstruir lo conquistado, como se comprueba en la planta de Caesar Augusta (Zaragoza).
El derecho romano fue uno de los grandes logros de esta civilización; las leyes y disposiciones se gravaban en placas de bronce que se han perdido en su mayoría. Por eso sorprende la cantidad de placas de bronce jurídicas que se han encontrado enm Hispania. Destaca la carta del emperador Tito (79 d.C. Museo Arqueológico de Sevilla), una misiva dirigida a los habitantes de Munigua referente a una queja de los ciudadanos sobre el cobro de impuestos. Todos los hallazgos de la Bética son piezas únicas y de incalculable valor, traídas desde el Museo Arqueológico de Sevilla.
Los recursos naturales de Hispania, que tanta riqueza aportaron en su momento al Imperio, están también representados por las ánforas (siglos I a.C. al I d.C.) que contenían aceite, vino o salazones, como la que se muestra aquí, traída del museo de Zaragoza. Ésta tiene forma ovalada, tal y como eran las que se utilizaban para el vino, aunque menos estrecha, y muy diferentes todas de las grandes ánforas globulares –con forma de globo, de ahí su nombre- para el aceite.
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