Antonio Rivero es un enamorado de la cultura anglosajona, sin que al afirmarlo estemos muy conformes con el término, pues nunca fue lo mismo, como bien sabe el autor, escribir poesía en las costas de Irlanda, teatro en el Londres isabelino o novela en la Norteamérica de la recesión del 29. Ha preparado antologías poéticas de Shakespeare, Marlowe o Graves, traducido relatos como las de Flann o´Brien y Jaime O’ Nelly y ahora nos propone una ruta emocional y afectiva, “Viaje sentimental por Inglaterra”, publicada por Almuzara.
Si algo no puede negar el autor es su condición de poeta. Su narrativa es a primera vista suave, cálida, acogedora. Pero no elude consideraciones bastante más profundas que las derivadas de una lectura poco exigente. Ya algunas de sus afirmaciones en el prólogo denotan un realismo compatible con una visión estética –y armónica- del viaje. Afirmar que crea mejor bajo presión puede parecer poco melódico, una especie de guiño al lector que abre su libro en medio de este estrés extenuante que mata nuestra capacidad de gozar del hoy. Definir la responsabilidad como “una señora que nunca me ha sido presentada” es ocurrente, pero no pasa de licencia, pues Rivero parece haber asumido bien las riendas de un viaje con una ruta verdaderamente representativa de la imagen que tenemos de Inglaterra. Un significativo acierto es haber escogido paradas cuya existencia es conocida, incluso populares, pero que encierran unos atractivos literarios sugestivos, envolventes. Si cualquier turista español se ve obligado a fichar por el Oxford universitario, la descripción de su fauna circundante con alguna que otra paradoja histórica, o la justificación de por qué el Christ Church es el colegio más singular son pura poesía, que puede convivir perfectamente con la información de que el centro educativo, cultural, espiritual de la universidad ha proporcionado en los últimos doscientos años más de quince primeros ministros británicos…
Recorrer las calles de Stratford-upon-Avon -la cuna de Shakespeare- de la mano de Rivero es un ejercicio inverso de hispanismo. Me explico. Aunque Brenan, Carr o Kamen hicieron un notable esfuerzo de acercamiento a España y su historia, nunca pudieron sustraerse de muchos de los condicionantes de sus orígenes familiares y personales, lo que supuso la presencia de algunas obsesiones comparativas de las que en ocasiones apenas pudieron sustraerse. Rivero no reclama para sí la condición de historiador, y precisamente en su condición de escritor y poeta –que no son lo mismo- ha conseguido alejarse de una visión maniqueísta o competitiva. No es posible entrar en una cultura como la inglesa sin conocer a su más conocido dramaturgo, sin pisar lo que él mismo llama el “finisterre celta” o la vieja York vikinga. Y en principio, podríamos considerar como búsqueda de un cum laude acudir a las huellas de Laurence Sterne en Yorkshire, o acudir a la visión del Yo Claudio de Borges, que escogió para novelar la vida de un emperador a quién había puesto sus piés en la Britania romana. Pero es extraordinariamente atractivo adoptar no una actitud de sumisión cultural, sino de ansia de conocimiento estético. Con ello y un esfuerzo no menor de estilo, la obra se nos ofrece como una auténtica ruta afectiva cuyo recorrido animamos a los lectores.
“Viaje sentimental por Inglaterra”
Antonio Rivero Taravillo
Córdoba, Ed. Almuzara, 149 pág.
ISBN: 978-84-96710-52-8
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