Historia de una estafa política y humana
Por Andrés Merino
El libro parece haber sido compuesto, sobre todo en sus primeros capítulos, a base de unir diversos apuntes sobre el tema a un ensayo –quizá conferencia- más cuidado y elaborado, dedicado a las problemáticas diferencias entre los gobiernos del periodo y la Santa Sede. Abundantes repeticiones de hechos históricos y comentarios denotan cuando menos una falta de revisión final que sorprende en una editorial en la que los libros sobre historia y humanidades suelen ser buques insignia.
Con todo, su obra ha cobrado actualidad en la presente legislatura, que concluye en pocos meses, que ha traído al primer plano del debate político, social y cultural el recuerdo de las dos experiencias republicanas que nuestro país vivió en los siglos XIX y XX. La Primera República, de vida relativamente corta en lo que a sistemas de gobierno se refiere, se extendió entre el 11 de febrero de 1873 –inmediatamente después de la abdicación de Amadeo de Saboya- y el 29 de diciembre de 1874, fecha en que el general Martínez-Campos proclamaba como Rey a Alfonso XII en Sagunto. Pero en poco menos de dos años hubo cuatro presidentes y un regente, el general Serrano, si bien éste último no suele ser clasificado entre los primeros por su adscripción antirrepublicana.
Martí presenta el panorama desolador de las diferencias personales y egolatrías que hicieron inviable un sistema sólo aparentemente útil para la convivencia. La sucesión en la jefatura del estado de Pi y Margall, Figueras, Salmerón y Castelar es un relato de rivalidades trufadas de envidias personales y afán de protagonismo, lejos de proyectos integradores y pacificadores de los que tan necesitada andaba la España del XIX. En este sentido, la descripción del mandato de los tres primeros se asemeja bastante a la presentada por otros historiadores, en la actualidad, sobre los políticos de la Segunda República, en curiosos paralelismos y coincidencias que merecerían un buen estudio comparado. Como muestra de la altura política e intelectual, un texto de Pi y Margall: “Es la República Federal una República sinalagmática conmutada con la eminencia de la Justicia en la humanidad y el puro motivo de su naturaleza en Dios y hasta encuentra la síntesis fundamental del yo” (sic). Más claro, agua.
Lo que llama verdaderamente la atención es la cuasi veneración que el autor muestra hacia Emilio Castelar. El verbo fácil del prócer parece bastar para elevarle sobre los tres restantes presidente, pero que haya pasado a la historia como magnífico orador no resta ápice a su responsabilidad ante la gravedad de la situación política, económica y social. De nuevo conviene un estudio paralelo: como sucedería medio siglo después, la república trajo consigo las reivindicaciones más localistas, el egoísmo de corte nacionalista –que cristalizó en los levantamientos cantonales- y el sálvese quien pueda, todo ello con derramamiento de sangre.
Creemos sinceramente que Gilabert no subraya lo suficiente una situación ya contrastada por otros historiadores: en realidad, en la España de los setenta del XIX no había republicanos propiamente dichos, sino anti-isabelinos con un enorme ego y ansia de poder. Sólo cuando éstos minaron la monarquía de Amadeo y tuvieron su turno, quemaron sus cartas con políticas sectarias a una velocidad de escándalo y provocaron que la sociedad viese con nitidez que era la monarquía la institución capaz de continuar la historia de nuestra nación. Con un apunte: si el problema había sido una reina complicada, que la corona recayese en su hijo. Y con otro apunte: junto a un buen timón llamado Cánovas. A pesar de presentar rasgos decepcionantes de libro de trámite, “La Primera República” es un ensayo para leer y deducir claves históricas muy útiles.
“La Primera República Española. 1873-1874”
Francisco Martí Gilabert
Madrid, Ed. Rialp, 162 pág.
ISBN: 978-84-321-3651-1