Una sala de secretos sin valor

Por Andrés Merino

Entre los aciertos de la conmemoración de los Centenarios del fallecimiento y nacimiento, respectivamente, de Felipe II y Carlos V, entre 1998 y 2000, uno de los más destacados fue la organización de grandes exposiciones divulgativas sobre ambos soberanos y su época. La que albergó el Museo Nacional del Prado, centrada en el segundo Felipe como prototipo de príncipe renacentista, proponía una interesante sala dedicada a los gabinetes de las maravillas, nombre que recibieron las cámaras en las que muchos monarcas y miembros de la alta nobleza coleccionaron, entre los siglos XVI y XVII, infinidad de objetos entonces preciados y considerados casi únicos, como animales exóticos disecados e incluso pretendidamente fantásticos (incluyendo cuernos de unicornio o colas de sirena), pinturas trucadas o mobiliario de materiales preciosos. Este ambiente de misterio y museo escondido es el escogido por Alfonso Mateo-Sagasta para su última novela, que centra la ficción en una trama detectivesca: el asesinato del “conservador” del gabinete privado del marqués de Hornacho. Las pesquisas de Isidoro de Montemayor, secretario de la sobrina del aristócrata, que se propone descubrir al culpable, nos llevarán a conocer de cerca la insólita galería y los personajes que colaboran en tan singular proyecto.

El autor muestra un excelente dominio del tema, que traslada al relato con correcta factura, sin excesivos alardes retóricos. Ha escogido situar la acción en pleno primer tercio del siglo XVII, en ese Madrid barroco que tanto éxito ha alcanzado en reciente novela histórica española. Mateo-Sagasta es claro deudor de Pérez Reverte, del que reproduce ese extraño pesimismo existencial que le impide con frecuencia ver más allá de sucias cocinas de mesones, pendencias de malentendido honor, prostitutas y sexo descarnado. Desde las primeras páginas parece haber decidido que el cinismo no será sólo cualidad psicológica del protagonista, sino del propio relato, que da por supuestos esquemas y planteamientos pobres sobre la España del XVII. En realidad, la novela parece proponer una antropología selectiva, una visión del hombre encerrado en si mismo, que sólo encuentra diversión en perversiones o deformidades de la naturaleza, de su propia naturaleza. La cámara de los portentos y piezas únicas del marqués de Hornacho sería más creíble si nos hubieran contado las otras maravillas, las que no implican violentar la propia creación. ¿Dónde están las piedras duras, las plantas exóticas, las joyas? ¿Es que no hubo sitio para la belleza en el Barroco de Velázquez, de Quevedo, de Rubens? “El gabinete de las maravillas” que se nos propone no es tal. Es en realidad una sala de horrores, vestida de recursos literarios poco novedosos y protagonizada por personajes tópicos. Cansa la visión de la Inquisición, la de la nobleza, la de la servidumbre. No por desacuerdo, sino porque cada párrafo destila que se ha renunciado al esfuerzo por presentar una época de nuestro pasado de una forma un poco más original. No cuesta imaginar la formidable biblioteca del palacio del marqués de Hornacho. En la del lector quizá este libro no ocupará el estante de las grandes obras, sino que será colocado en la mesilla, junto a las que nos hacen pasar un buen rato con una trama más o menos atractiva, pero se construyen sobre una ambientación histórica y humana francamente deficiente.

“El gabinete de las maravillas”
Alfonso Mateo-Sagasta
Barcelona, Ediciones B, 268 pág.
ISBN: 978-84-96581-62-3