Por Andrés Merino
Thomas Cahill no precisa de este consejo, pues si algo demuestra su último libro “Los misterios de la Edad media”, recién editado por Belacqva, es que conoce con detalle buena parte de las más florecientes artes del periodo, no sólo arquitectura y pintura, sino esa naciente escritura que se empleó para legar una buena porción de obras maestras de la literatura universal. No se puede acusar precisamente al autor de desconocimiento de la etapa, pero el subtítulo propuesto anuncia ya una visión selectiva de personajes y realidades para fundamentar una particular y muy personal teoría. “El nacimiento del feminismo, la ciencia y el arte en los cultos de la Europa católica” puede ser un enunciado incluso atractivo para el lector, al menos en los dos últimos aspectos citados, ciencia y arte. De feminismo hay poco, pues Cahill se limita a exponer algunas excepciones históricas en la trayectoria de la mujer como protagonista social, para lo que escoge figuras verdaderamente atípicas como Hildegarda o Leonor de Aquitania. Emplear el término feminismo sin precisar su nacimiento como concepto sociológico y político ya en el siglo XI o sus connotaciones imposibles de trasladar a categorías presentes hace mil doscientos años es cuando menos sorprendente.
En realidad, Cahill ha entrado en una enorme despensa cultural con el objetivo de hacer un subjetivo guiso, escogiendo a voluntad un conjunto de ingredientes de enorme sabor, pero finalmente mal sazonados y peor cocinados. El problema es que coloca sobre la mesa un plato muy bien presentado (magnífica edición y excelentes ilustraciones), bien escrito y en forma de ameno ensayo –aunque desgraciadamente con inexplicables errores de traducción-, pero de conclusiones tan subjetivas que provocan justificada desconfianza. Tras su lectura queda el poso de que dos medias certezas no construyen nunca una única verdad. Visiones parciales y selectivas hacen pensar que las conclusiones estaban tomadas de antemano. Si no conociésemos la trayectoria del autor podría pensarse que es presa de “adanismo intelectual” tan frecuente en la actualidad, cuya premisa fundamental es “lo mejor sucedió hace muchos años”, instalado en extrañas nostalgias, en este caso de los tres primeros siglos después de Cristo, a los que se atribuye una estructura social casi taumatúrgica heredera directa de un idealizado pensamiento griego. Cahill se equivoca, porque incluso al describir el extraordinario programa iconográfico de los frescos de Giotto incurre en una visión empobrecedora de la naturaleza del hombre y de su capacidad de reflexionar sobre lo que es el mismo hombre.
Un último pero importante apunte: el gran atractivo de los personajes escogidos, situados como jalones de un largo recorrido intelectual, eleva aparentemente la calidad de argumentos y razonamientos. Pero en las páginas finales se descubre abiertamente un muy poco digestivo pastel ideológico, cuando se trasladas categorías medievales para criticar abiertamente a un líder político concreto y actual, al que se dedican soflamas panfletarias. La impresión final es de un auténtico suflé de lectura prescindible. “Los misterios de la Edad media” es definitivamente un libro fallido.
“Los secretos de la Edad media”
Thomas Cahill
Barcelona, Ed. Belacqva, 382 pág.
ISBN: 84-96694-67-4
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