El pensamiento vacío

Por Andrés Merino

“Cosmopolita es quien se encuentra bien en la diversidad y la novedad no le incomoda. En cambio, el patriota sólo se siente bien en lo conocido e igual”. Una afirmación tan contundente es la primera de las ideas que quien escribe estas líneas ha subrayado al leer el último libro de Norbert Bilbeny, catedrático de ética en la Universidad de Barcelona, publicado en Ediciones Kairós.

La valoración de cualquier libro de pensamiento hace necesario un esfuerzo de honradez intelectual al lector. Si no se cuenta con una formación específica que permita el debate en el campo de los conceptos, al menos puede acudirse a una ciencia muy útil: la lógica. Una lógica que puede exigirse y buscarse en un texto que necesariamente presenta tesis subjetivas, por supuesto legítimas, pero de las que se espera siempre una construcción armónica y un planteamiento coherente. Comenzar una propuesta ética con un ejercicio directo y desinhibido de maniqueísmo es apostar duro. Prolongar esa oposición artificial como sistema lógico en las más de doscientas páginas restantes convierte la lectura en un trabajo arduo. Sobre todo porque no se permite un resquicio a la disidencia. Al matiz. Y lo peor, todo ello enarbolando una supuesta bandera de tolerancia intelectual.

No podemos juzgar el pensamiento de Bilbeny por un solo ensayo. Pero tras su trayectoria de años de docencia y publicaciones siguen sorprendiendo los medios que ha escogido. Es poco sólido atribuir desde el principio mayor fuerza ética o calidad moral a una corriente de pensamiento sin esperar al menos a presentar sus ejes y bondades. Pero es menos consistente aún continuar haciéndolo sin llegar a presentar argumentos sólidos para esa postura. Porque no basta reclutar un elenco de pensadores del pasado para atribuirles el carácter de cosmopolita cuando ni siquiera contaron con el concepto de país, nación, reino o mundo.

Asociar al cosmopolitismo “la apertura del individuo al mundo, no su dedicación a lo local, cosa que le imprime una distinción o prestigio intelectual que no suele acompañar al patriota como tal” es una auténtica falacia. Con esas premisas no se puede comenzar una discusión seria. Con esos mimbres no podemos ni siquiera acudir a definiciones académicas. En realidad podemos dudar de la búsqueda de una discusión, porque todo el libro parece escrito como un conjunto de críticas a un concepto de patriotismo que ni siquiera se traza con nitidez. No se le oponen alternativas y las que se citan no se desarrollan con fundamentos sólidos. Ni siquiera haciendo un esfuerzo de comprensión se evita perder pie. “El cosmopolitismo es una mentalidad. Una manera vaga e indefinida de pensar, pero también honda y personal”, se nos sugiere. Hasta hoy, algo hondo ha significado una idea de profundidad, lo opuesto a lo vago o indefinido. ¿En qué quedamos? Desgraciadamente no podemos despegar de la maraña de un conjunto de textos confusos trufados de vocablos equívocos. Palabras talismán. Sustantivos que gozan de aparente buena prensa y vacío conceptual. “Altermundismo”, “nacionalidad cosmopolita”, “deconstrucción”, “memoria”… Para definir una supuesta “identidad cosmopolita” quizá habría que tener claro, en primer lugar, que es una identidad.

“La identidad cosmopolita”
Norbert Bilbeny
Barcelona, Ed. Kairós, 222 pág.
ISBN: 987-84-7245-656-3