El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 por la UNESCO, debido a su valor arquitectónico, religioso, histórico, artístico y cultural, es el resultado de un largo recorrido que se inicia en las postrimerías del S.XIII y llega hasta la actualidad.
En 1340, Alfonso XI se encomendó a Santa María de Guadalupe antes de la batalla del Salado; obtenida la victoria, fue a dar gracias y poco después mandaba ensanchar y ennoblecer el templo con edificios adyacentes.
El rey creó también un priorato secular, que declaró de su real patronato y expidió dos reales provisiones, una en 1337 y otra en 1347, por las que ordenaba señalar y confirmar posteriormente términos territoriales al santuario. Estas dos reales provisiones son consideradas como la carta-puebla o de fundación de la localidad de Guadalupe.
Avanzado el siglo XIV, en 1389, el monasterio se encomendaba a los frailes Jerónimos con quienes conocería la época de su mayor esplendor. Hasta diecisiete veces acudió a Guadalupe Isabel la Católica, quien quiso que se guardara allí su testamento. Cerca de allí, en Madrigalejo, murió el Rey Fernando, camino de Guadalupe.
Felipe II hizo de Guadalupe su punto de encuentro con Portugal.
Todos los caminos llevaban a Guadalupe.
-Los del Sur, por el que llegaban miles de cautivos liberados, como Cervantes; o Colón y Cortés de vuelta del Nuevo Mundo.
-Los del Norte, por donde descendieron -entre miles de peregrinos- escritores ilustres como Lope o Calderón, Teresa de Jesús o Juan de Ávila.
Y Guadalupe llegó al mundo por todos los caminos haciéndose nombre universal en cientos de lugares.
Un centro de cultura
Aquel santuario y monasterio, perdido entre montañas, acabó siendo un foco cultural de primer orden, porque allí florecieron la medicina, la farmacia, los códices, los talleres de bordado, las artes y las ciencias.
En el siglo XIX, este panorama de progreso cambió drásticamente con el expolio de las tropas francesas en la Guerra de la Independencia primero, y con la exclaustración definitiva de la Orden Jerónima en 1835, lo que sumió a Guadalupe en el abandono.
Sin embargo, el Siglo XX ha sido el de la recuperación y lo sigue siendo hasta ahora. Muchos de los tesoros de Guadalupe se salvaron, se han recuperado y restaurado las zonas más importantes del monumento y en algunos aspectos hasta se ha superado el antiguo esplendor.
La acción de la Orden Franciscana, que se hizo cargo de la guardia y custodia de Guadalupe en 1908; la intervención estatal sobre el monumento que goza de la condición de Patrimonio Nacional; y el apoyo decidido del Gobierno extremeño desde su constitución en 1983, han vuelto a hacer de Guadalupe el lugar emblemático y deslumbrante que fue en el pasado.