Por Andrés Merino
Cuando Denis de Rougemont publicó en 1961 su magnífico “Vingt-huite siècles d’Europe”, la primera edición de su apasionante gira intelectual por las reflexiones sobre nuestro continente, apenas se habían firmado el tratado de Roma. El suizo, fallecido en 1985, fue prototipo de los eruditos que sobrevivieron intelectualmente entre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, como lo hicieron también los tres políticos que crearon lo que hoy llamamos Unión Europea: Robert Schuman, Konrad Adenauer y Jean Monnet. Si ellos pusieron en marcha una maquinaria imparable fue en gran parte gracias a la labor humanística de estudiosos como Rougemont, que propuso un voluminoso corpus antológico de las veces que Europa había parado, aunque fuera sólo un momento y en la mente de un pensador, para recapacitar sobre sí misma.
El elenco propuesto de protagonistas de la cultura europea es abrumador, pero merece la pena su descripción somera. Comienza en Hesíodo y describe un largo periodo hasta Carlomagno. Se detiene en quienes intentaron probar la supuesta compatibilidad de la guerra con el desarrollo de identidades nacionales (Bodino, Suárez, Maquiavelo) o lo que denomina “cabezas de turco” del pensamiento europeísta, como la más conocida víctima de la Reforma calvinista, Juan Luis Vives. Las luces y no pocas penumbras de Montesquieu, Voltaire, Rouseau o Condorcet, cuyo brillo parece eclipsar a otros pensadores que también poseyeron una rica conciencia de las posibilidades de occidente, como el francés Turgot y el español Jovellanos. El dolor de cabeza y corazón de la convulsión napoleónica y quienes hicieron frente al emperador, pero por escrito: Madame de Stael, Joseph de Maistre, Benjamín Constant. Parada y fonda en Kant y Hegel, con su síntesis histórico-filosófica de tan difícil digestión posterior. El nacionalismo como herida y guarida en Heine, Lamartine o Donoso Cortés. El pesimismo destructor de Nietzsche y el cáncer ideológico de Marx. Incluso el regodeo del dolor existencial de Unamuno, Maritain u Ortega y Gasset. Y la contemporaneidad suave pero exigente de Madariaga, Díez del Corral, Toynbee…
En el prólogo de una edición verdaderamente cuidada, Fernando Benito propone una buena definición del magnífico elenco de textos. La obra de Rougemont sería la de un arqueólogo que excava en los estratos de la conciencia europeísta. Quizá podríamos matizar y dejarlo “solo” en la conciencia europea, pues algunos de los autores seleccionados no parece que pensaran y escribieran en su siglo a la búsqueda de lo que hoy llamaríamos un continente unido. Ninguno de los citados enunció los conceptos que hoy llegan a la opinión pública desde las pantallas de televisión, como política agraria común, fondos de cohesión o presidencias semestrales. Pero a ninguno puede negarse su condición de europeo.
La obra concluye con varios manifiestos para la unidad del continente, pronunciados o publicados entre 1922 y 1960, como el discurso de Churchill en Zurich, en 1946, o artículos de varios importantes acuerdos internacionales. La pregunta es inevitable. ¿Cómo hubiera valorado hoy Rougemont el fallido Tratado para una Constitución Europea…?
“Tres milenios de Europa”
Denis de Rougemont
Madrid, Veintisiete Letras, 507 pág.
ISBN: 987-84-935969-1-0