Por Andrés Merino
El Congo fue propiedad privada del monarca hasta que en 1906 la presión de la opinión pública le obligó a cederla a la nación. Hasta entonces y aún después, Leopoldo intentó con éxito difundir la idea de que su labor había sido la de evitar la penetración en la zona de los traficantes árabes de esclavos, que invadían y saqueaban aldeas. El problema es que la alternativa fue someter a los congoleños hasta la extenuación y muerte, trabajando para proveer a la metrópoli de Bruselas y toda Europa de caucho, marfil y resina de copal. Las ganancias fueron fabulosas y le convirtieron pronto en uno de los hombres más ricos del mundo.
El ensayo de Adam Hochschild describe la desventura colonial del Congo y penetra con datos concretos en la ambición de los aventureros que, procedentes de un mundo civilizado, renuncian a los valores que afirman profesar y comienzan un proceso, muchas veces de forma inconsciente, hacia la explotación del ser humano, atentando contra principios no ya éticos sino antropológicos. El comienzo de la denuncia de tan monumental injusticia se personaliza en la figura de Edmund Dene Morel, que se desplazó por todo el mundo para mostrar la incoherencia de barcos que partían con munición bélica y regresaban con ricas materias primas.
Pero es precisamente la personalización del colonialismo en Leopoldo II, como hilo metodológico conductor, lo que se nos presenta con claroscuros a la hora de reseñar la obra. Centrar la responsabilidad en un solo hombre, cuando fueron miles quienes acudieron a explotar los márgenes del río Congo, puede servir, de forma un tanto abstracta, como recuerdo de una injusticia histórica perpetrada por Europa –no fue Bélgica el único país colonial, recordemos-. Pero la historia no puede escribirse con maniqueísmos. El expansionismo en África fue una cuestión política y económica que protagonizaron las sociedades de varias naciones europeas. Nada que ver con el descubrimiento de la América española en el siglo XV, pues España no creó colonias, sino reinos y virreinatos de Indias en igualdad de representación, por ejemplo, en las Cortes castellanas. Un elenco de responsables históricos no puede centrarse en tal o cual monarca o canciller, sino en una visión de conjunto que no eluda responsabilidades individuales pero proporcione el panorama completo de un tiempo convulso del que tanto Europa como África no se han recuperado.
“El fantasma del Rey Leopoldo”
Adam Hochschild
Barcelona, Ediciones Península, 527 pág.
ISBN: 978-84-8307-799-3