Vida que llueve

Por Andrés Merino

Hace pocos años, en un curso universitario de verano, un catedrático de Derecho Internacional disertaba sobre los grandes temas en la geopolítica actual. Durante el debate que siguió a su intervención, varios asistentes subrayaron que el petróleo era sin duda la sustancia que más condicionaba las relaciones entre los países. Inmediatamente se generó un aparente consenso sobre los problemas que generaba su posesión y explotación. Con la serenidad propia de quien lleva décadas reflexionando sobre el tema, el profesor pronunció una frase lapidaria que sumió a la sala en un expresivo silencio que duró largos segundos: “No se equivoquen. Es el agua, es el acceso al agua lo que de verdad marcará las relaciones internacionales en las próximas décadas”. Philip Bal es químico y doctor en Física por la Universidad de Brístol, y estamos seguros de que suscribiría al cien por cien esa afirmación. Su último libro, publicado en España por Turner, es un voluminoso ensayo sobre el líquido elemento, una apuesta por la posibilidad de escribir la propia historia del agua. Más allá de acercarse a una civilización, una corriente estética o un invento mecánico, se pregunta por su origen, su propia existencia y su “ciclo vital”, que le permite conocer mejor cómo su fuerza, desbocada o serena, o su uso, condiciona al hombre desde hace milenios.
“Una biografía del agua” es realmente un libro científico. Revela de forma atractiva para los profanos, con un lenguaje claro que no elude la explicación de términos técnicos, las perspectivas más diversas del agua, sus aspectos físicos, químicos, geológicos o biológicos. Y lo que es más interesante, la descripción del elemento como uno de mayor capacidad de transformación. En su condición de director de una conocida revista científica, Ball relata los más diversos esfuerzos por convertir el agua en todo tipo de sustancias, o de aprovechar sus propiedades para los fines más dispares, como revelan decenas de artículos en los que se describían experimentos aparentemente exitosos o utilidades brillantes pero finalmente no comprobables. En cierto modo, la lectura del libro no es sino dejarse fascinar por la atracción de un agua que puede formar los más bellos saltos en cascadas o cataratas y el más desolador panorama de destrucción por inundación, el éxtasis sonoro de una fuente artificial o la majestuosidad de un pantano.

Un notable acierto de Ball es recoger el actual debate sobre la consideración del agua como bien económico. Tras constatar que hoy en día “existe la convicción de que la única manera de proteger el agua que nos proporciona la naturaleza es convertirla en un bien, otorgarle un valor económico, ponerle un precio”, expone con realismo que todo lo que puede ser cuantificado tiene un valor relativo. No extraña entonces que se evalúe la posibilidad de que sea aparentemente más barato producir contaminando, por lo que se prefiera pagar por dañar como solución a corto plazo. El autor subraya la relevancia de equilibrar la importancia de los tres pilares de la sostenibilidad: eficiencia, equidad y protección del ecosistema, pero deja al lector la reflexión sobre una discusión en la que interesaría conocer las opiniones de grupos sociales y humanos cuyo desarrollo depende de la administración del líquido. Y aquí los ejemplos, todos ellos mezclados con incómodos ingredientes políticos, son muy numerosos. Desde la ocupación de los Altos del Golán, entre Siria e Israel, al cierre del Amazonas a los extranjeros, en estudio por el gobierno brasileño. Y no tan lejos: los problemas del agua del levante peninsular, que continúan envenenando las relaciones entre varias comunidades autónomas españolas.

“H2O. Una biografía del agua”
Philip Ball
Madrid, Turner, 474 pág.

ISBN: 978-84-7506-799-5