Por Andrés Merino
Sin duda puede afirmarse que Juan de Solórzano tuvo un privilegiado sentido de estado en lo que entonces era la Monarquía de España, una misma corona que respiraba con dos grandes pulmones, como se afirma con frecuencia de manera simbólica. Su estancia de casi dieciocho años en Perú, primero como oidor de la Audiencia de Lima y luego como gobernador de Huancavelica; su participación en la defensa de plazas como Cañete y El Callao, contra los holandeses, fueron experiencias que le hicieron consciente de la necesidad de una defensa teórica y real de los estados del monarca al que sirvió. Para las Indias, Solórzano fue valedor de medidas de defensa de sus naturales, haciéndolas perfectamente compatibles con la estrategia internacional del gobierno en cuyo nombre actuaba. La flexibilidad de sus teorías hizo que su obra haya sido evaluada y difundida con los más distintos calificativos: defensor de los criollos y antecedente intelectual de los procesos de emancipación, promotor de los derechos comparable a Bartolomé de las Casas… pero también adalid de las ventajas del Patronato Regio y hábil polemista en contra de la leyenda negra.
Especial atención merece el tratado que dedicó al Príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, primer hijo varón de Felipe IV que llegó a la juventud. A pesar de constituir un auténtico legado de cosmovisión política, “Emblemata” no fue la única obra que ofrendó al heredero, pues ya le había dedicado en nombre de la Academia Literaria madrileña, a la que pertenecía, siete elegías como “gran esperanza de España”, un opúsculo de poco más de tres decenas de páginas en el que definía al joven como “querido alumno de las Musas”. Caído el Conde Duque de Olivares, muchos pusieron ya sus esperanzas en la sucesión del trono. Del análisis que García Hernán hace de estos y otros escritos destaca la consideración de que, al redactarlos, Solórzano se mostró adepto a una suerte de olivarismo moderado, a un seguimiento de las tesis del Conde Duque sin su presencia: “Las ideas olivarescas tras la muerte del valido yacieron por el suelo, pero no fueron pisoteadas, las recogieron, cada uno a su modo, los que él había apadrinado”. Pero el malogrado Príncipe apenas sobrevivía dos años a don Gaspar de Guzmán, y los “Emblemata” no fueron editados hasta 1651.
“Consejero de ambos mundos” es un esfuerzo biográfico de gran calidad que merece los elogios propios del rigor y objetividad. La documentación manejada y la honradez al reconocer lagunas confirman la calidad de un trabajo excelente que aporta una visión formidable a los historiadores, sobre todo del derecho.
“Consejero de ambos mundos. Vida y obra de Juan de Solórzano Perea (1575-1655)”
Enrique García Hernán
Madrid, Fundación MAPFRE. Instituto de Cultura, 421 pág.
ISBN: 978-84-9844-056-0
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