El Museo Guggenheim Bilbao presenta, del 27 de mayo al 5 de octubre, la retrospectiva más importante dedicada en España a Juan Muñoz (Madrid, 1953 – Ibiza, 2001), considerado uno de los artistas contemporáneos más relevantes en el campo de la escultura y la instalación.
Comisariada por Sheena Wagstaff, Curator Jefe de la Tate Modern, esta muestra, organizada por la Tate Modern de Londres en asociación con el Museo Guggenheim Bilbao, reúne en la segunda planta del Museo los trabajos más destacados de la trayectoria de Muñoz, y se implementa con nuevas obras en la presentación de Bilbao, favoreciendo lecturas inéditas de la compleja naturaleza de su proyecto artístico.
Con una selección de cerca de 80 obras —esculturas, instalaciones, dibujos, obras radiofónicas y escritos—, la exposición revela algunos aspectos poco estudiados del extenso e innovador registro de este creador madrileño, que cursó estudios de arte en Londres y Nueva York, ciudades en las que residió varios años tras interrumpir sus estudios de arquitectura en Madrid.
A mediados de los años ochenta y principios de los noventa, y tras importantes muestras que exhibe por todo el mundo, Muñoz se consolida internacionalmente como uno de los escultores más relevantes de las últimas décadas. En España, sin embargo, el verdadero reconocimiento le llegaría en el año 2000, cuando recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Desde sus primeras obras arquitectónicas —escaleras, balcones y pasamanos— situadas en ubicaciones imposibles, pasando por sus suelos ópticos en los que se desdibujan los límites del espacio y el tiempo, hasta sus instalaciones, dramáticas y teatrales, formadas por grupos de figuras humanas que evocan la soledad del individuo ante la sociedad, las obras de Muñoz juegan con el espectador, invitándole a relacionarse con ellas, aun creándole sentimientos de desasosiego y aislamiento. Muñoz se definía a sí mismo como “un narrador”, y su capacidad para proponer nuevas formas de contemplación y reflexión, para crear tensión entre lo ilusorio y lo real, le ha convertido en uno de los renovadores de la escultura contemporánea.
La exposición se despliega en las salas y espacios adyacentes de la segunda planta del Museo, iniciándose en la galería 205 que acogerá sus primeras piezas arquitectónicas de los años ochenta: escaleras y balcones que, lejos de su entorno natural, no llevan a ningún lado y reclaman la atención de un visitante expectante que se siente observado y que, a su vez, observa.
En 1984 una pequeña escalera de caracol con una balaustrada en la parte superior y apoyada en una pared, fue presentada en Madrid en la primera exposición individual de Juan Muñoz. Esta obra es la primera pieza de la que el artista recuerda “tener una cierta sensación de identidad”. A lo largo de su carrera este motivo arquitectónico se repetiría. Más de dos décadas después, una pequeña escalera de caracol relacionada directamente con aquella pieza (Escalera de caracol (invertida) [Spiral Staircase (Inverted)] 1984/99) abre la retrospectiva de este artista en Bilbao.
Un extraño lugar desde el que mirar y ser mirado como los balcones deshabitados de la serie Hotel Declercq I-IV (1986), que, junto a piezas como Doble balcón (Double Balcony 1986), transforman el espacio en un pequeño e inquietante barrio urbano que se alza en un entorno arquitectónico que le es completamente ajeno.
Se trata de elementos que han sido privados de su funcionalidad, ventanas que no se abren, pasamanos que no nos sirven de apoyo, y trabajos en los que Muñoz inserta objetos cotidianamente ocupados por el hombre en paisajes que normalmente son habitados por él. Este es el caso de la pieza Descarrilamiento (Derailment, 2000-2001), obra que no pudo verse en la Tate Modern de Londres y que se incluye en la presentación de Bilbao, donde la ciudad ocupa el interior de un tren descarrilado, que no sabemos donde empieza y donde acaba.
Ilusión y realidad
La primera gran instalación de Juan Muñoz, Tierra baldía (Wasteland), cuyo título procede del poema de T.S. Eliot, data de 1986 y se ubica en la sala 206. Por medio de un suelo de linóleo inspirado en maestros del Barroco italiano, como Francesco Borromini, el artista madrileño crea un juego óptico que dirige la mirada del espectador hacia una pequeña y extraña figura que nos observa desde la pared: un muñeco de ventrílocuo. Un recurso arquitectónico similar se repetiría un año más tarde en la obra El apuntador (The Prompter, 1988), instalada en la sala 207, y en la que el suelo se transforma en un escenario donde un pequeño apuntador da la espalda al observador mientras mira a un proscenio desolado en el que tan solo queda un tambor.
“La arquitectura ofrece respaldo a las figuras. Yo aprendí de Carl Andre que el suelo era importante para activar espacios, pero construyo suelos ópticos porque ayudan a incrementar la tensión de las figuras”, explicaba Muñoz, un gran estudioso del lenguaje y de la arquitectura. Sus instalaciones juegan con la presencia y la ausencia, desestabilizan la experiencia del visitante y acentúan en el observador la conciencia de su propia identidad.
La soledad del individuo
En los años noventa la figura humana de Muñoz deja de asemejarse a la realidad, creando conjuntos e instalaciones de una complejidad creciente. Sus célebres Escenas de conversación (Conversation Piece, 1994) son auténticos estudios escultóricos de interacción social donde los personajes, de pequeño tamaño y con una base esférica, se relacionan entre sí en un mudo diálogo en el que el espectador se siente como un intruso. De entre estas piezas, cuyo título alude a las escenas de grupo de la pintura inglesa del siglo XVIII, y en las que Muñoz incorpora el modelado, destaca la realizada en 1994 para su exhibición en el Museo de Arte Moderno de Irlanda (IMMA), y que , desde entonces, se expone por primera vez en todo el Estado en la singular sala 209.
La sensación de intrusión que se respira a lo largo de la exposición cuestiona los limites del tiempo y del espacio, como sucede con obras tan “ingenuas” como Viviendo en una caja de zapatos (para Diego) [Living in a Shoe Box (for Diego), 1994], en la que dos pequeñas figuras viajan, permanentemente, en un caja de zapatos, como si de un vagón de tren se tratara, para no llegar a ningún lugar.
Personajes anodinos, enfundados en trajes grises, surgen de diferentes rincones del Museo y nos retrotraen a los cimientos sobre los que se asienta la obra de Juan Muñoz. Un universo absoluto en el que se imbrican influencias de la obra de Alberto Giacometti, Luigi Pirandello, Francesco Borromini o Edgar Degas, entre otros, y que tiene su reflejo en uno de los trabajos más famosos de Muñoz, Muchas veces (Many Times), 1999, compuesto por cien pequeñas figuras sonrientes de rasgos asiáticos y sin pies, que parecen inmersos en animadas charlas. Un abrumador ejército de figuras, instalado en la sala 208, que convierten al espectador en distante observador de su inquietante y extraño mundo. Un entorno similar da la bienvenida al visitante desde el exterior del Museo en Trece riéndose los unos de los otros (Thirteen Laughing at Each Other, 2001), una obra que se expuso por última vez en 2005 en los jardines de la Bienal de Venecia, y en la que trece sonrientes figuras dispuestas en bancos conversan entre sí.
Con la figura humana como protagonista, una de estas grises escenas esculpida en bronce, Figura colgante (Hanging Figure, 2001) cuelga del techo de una pequeña galería del Museo, a modo de capilla. Pese a ser una clara alusión a Miss La La, la trapecista que Edgar Degas inmortalizó y que Juan Muñoz contempló en su etapa de estudiante en Londres. En esta escena la figura abandona su carácter lúdico para transformarse en una imagen de inquietud que desdibuja la frontera entre normalidad y enajenación. La inquietud también aparece en Sombra y boca (Shadow and Mouth), 1996, una pieza perteneciente a la Colección Propia del Museo Guggenheim Bilbao en la que el artista presenta dos figuras enfrentadas y separadas por una mesa, cuyas sombras proyectadas evidencian el sordo diálogo que recorre toda la muestra.
En esta misma sala, otras dos obras: Mirando fijamente al mar I (Staring at the Sea I),1997/2000, y Una figura (One Figure),2000, juegan con la imagen que devuelven y amplían los espejos en un nuevo efecto óptico en el que Muñoz manipula, una vez más, el espacio, evocando el teatro de Luigi Pirandello.
Los espacios adyacentes acogen las Vitrinas cruce de caminos (Crossroads Cabinets), 1999, que reúnen todo el universo de Muñoz en estos verdaderos gabinetes de curiosidades donde atesora puertas, miembros de resina, esculturas y miniaturas almacenadas en frágiles vitrinas que recuerdan a las antiguas alacenas de hospital.
Dibujos y obras sonoras
La exposición descubre también el interés de Muñoz por el cine, y la influencia que éste tuvo en su obra plástica. Junto a sus obras escultóricas se presenta una nutrida representación de sus dibujos en la sala 202, especialmente su serie Dibujos de espalda (Back Drawings), 1990, Dibujos de bocas (Mouth Drawings),1995, y sus Dibujos-gabardina (Raincoat Drawings), 1989.
En estos últimos, realizados con carboncillo blanco sobre tela de gabardina negra, Muñoz representa estancias escasamente amuebladas que normalmente contienen escaleras o puertas que conducen a espacios desconocidos, al tiempo que dejan abierto el camino para imaginar un antes y un después de cada imagen, como si de una instantánea fotográfica se tratara.
Otro de los campos que Muñoz exploraría en su trayectoria son las obras sonoras y radiofónicas, que el artista creó en colaboración con destacadas figuras, como el novelista e historiador John Berger o el compositor Alberto Iglesias.
Uno de sus trabajos más reconocidos en este medio fue el que realizó junto con el compositor británico Gavin Bryars, Un hombre en una habitación, jugando (A Man in a Room, Gambling),1992/97, en el cual Muñoz describía trucos de naipes acompañado de la música de Bryars. Las piezas, diez fragmentos de no más de cinco minutos, fueron emitidas por la BBC.
Piezas musicales
¿Será un parecido? (Will it be a Likeness?), 1996; Un hombre en una habitación, jugando (A Man in a Room, Gambling), 1992; Patente registrada: tamborilero dentro de una caja giratoria (A Registered Patent: a Drummer Inside a Rotating box), 2001–02; y Edificio para la música (Building for Music), 1993 son las cuatro obras sonoras y radiofónicas que desarrolló Muñoz (junto a la inédita Third Ear, que recogieron emisoras de todo el mundo. Todas ellas podrán escucharse en el Museo Guggenheim Bilbao.
La muestra se completa con algunos ejemplos de la obra literaria de Juan Muñoz, cuyos ensayos y escritos completan el retrato de un gran narrador, un artista cuyo lenguaje conecta con lo más recóndito de la condición humana y con el que, en escasos veinte años de producción, desarrolló una de las obras más sólidas de nuestro tiempo.
Espacio didáctico
El pasillo de la segunda planta del Museo acogerá el espacio didáctico complementario a esta exposición que profundizará en temas y conceptos como la inquietud de Juan Muñoz por la realidad del hombre contemporáneo y su lucha entre lo individual y lo social, sus referentes artísticos, una breve historia del arte sonoro, así como su preocupación por el espacio que rodea y conforma sus obras.
Datos de Interés:
Juan Muñoz: retrospectiva
Del 27 de mayo al 5 de octubre
Museo Guggenheim Bilbao
Segunda planta
Comisaria: Sheena Wagstaff