Por Andrés Merino
Una variante de la segunda opción habla abiertamente de la presencia de comisionistas o beneficiarios indirectos. A esta tesis se suma Luis Felipe Campuzano en el argumento de segunda novela, “El músico de Stalin”, que como la primera, “Réquiem por un marrano”, ha publicado Almuzara. El relato, ambientado en Sevilla, San Petesburgo y París, se basa en el juego de adivinanzas al que reta un anciano músico, acogido en una residencia de caridad, a un joven aristócrata andaluz, que tiene en sus manos descubrir qué sucedió con una parte del llamado oro de Moscú.
Campuzano propone una trama bien construida, en la que las claves artísticas son mucho más que un ambiente interesante y grato: los objetos de los lienzos de Valdés Leal en sevillana Iglesia de la Caridad, las salas de pintura española del Ermitage, la Mona Lisa en el Louvre… El relato despierta interés, aunque en algunos momentos la calidad de la intriga decae por motivos bien claros: en el deseo de recrear el ambiente psicológico del protagonista y sus cercanos, el autor cae en demasiadas ocasiones proponiendo diálogos verdaderamente forzados y ajenos a cualquier naturalidad. La descripción del “universo” familiar y profesional de un señorito andaluz es mucho más que un elenco de restaurantes, casetas de feria, aperitivos con fino o menús. Precisamente lo contrario sucede cuando el autor describe al misterioso músico sin nombre, su pasado y quienes se cruzaron con él. En este caso, actitudes y palabras son mucho más creíbles y configuran un retrato humano sugerente y atractivo. Misterio y psicología se juntan por fin al presentar el carácter de un bohemio que ha vivido en el exilio, capaz de dedicar una composición musical al mayor carnicero del siglo XX, pero también de apreciar y agradecer el bien de una institución que le acoge como expresión de justicia hacia los más necesitados.
Para la redacción de su obra Campuzano ha realizado un meritorio esfuerzo de documentación, es innegable. No es fácil penetrar en la simbología de Valdés Leal o presentar de forma atractiva el dulce recuerdo de la figura y obra del maestro de la renuncia, Miguel de Mañara. Por eso es una lástima que aparezcan contradicciones palmarias en la narración, como citar al Mossad en 1937, cuando el actual servicio secreto hebreo fue creado dieciséis años más tarde, en 1951. Otras incongruencias temporales de la propia trama pueden considerarse licencias de estilo, pues la impresión es en ocasiones la de leer un guión cinematográfico de calidad. Quizá sea esta la clave: “El músico de Stalin” bien merecería una película. Los escenarios no pueden estar mas claros y cuenta con una trama en lo básico muy española. Un formidable casus belli ahora que nuestro cine está en franca crisis. Una crisis que no afecta a la novela como género en nuestro país. Así lo viene demostrando una editorial joven como Almuzara.
“El músico de Stalin”
Luis Felipe Campuzano
Córdoba, Ed. Almuzara, 351 pág.
ISBN: 978-84-96710-41-2
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