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El niño de mirada soberana
Andrés Merino
Cuando en 1549 Bronzino recibió, entre otros encargos, el de retratar al séptimo hijo de los Grandes Duques de Toscana, ya llevaba dos décadas trabajando para los Médicis, tanto en la ciudad de Florencia como en las villas que los más conocidos mecenas italianos llenaron de exquisitas obras de arte. Podemos imaginar las dificultades que el maestro tuvo para conseguir que el pequeño García, apenas de dos años, permaneciese quieto unos segundos, que en todo caso fueron suficientes para lograr un formidable retrato infantil que ahora puede contemplarse en la exposición “El retrato del Renacimiento”, en el Museo del Prado.
En su ficha científica para el catálogo de la muestra, Gonzalo Redín cita la tabla como ejemplo de la “escasa atención dedicada a los niños en el retrato hasta la ilustración”, una afirmación cierta en lo numérico, pues si descontamos los Niños Jesús y los lienzos con hijos de corta edad de monarcas y de la alta nobleza, la infancia no protagoniza excesivamente el retrato antiguo, medieval o renacentista. Pero la calidad de una obra como la que nos ocupa es verdaderamente significativa. García de Médicis (1547-1565) fue el séptimo hijo –tercero de los varones- de los nueve nacidos del matrimonio de Cosme I y Leonor de Toledo. Bronzino, retratista oficial de los Grandes Duques, había participado incluso en la decoración de sus fastos nupciales en 1539, recogiendo la rica simbología de poder y la alianza política que se sellaba entre la gran familia italiana, a la que se incorporaba la joven hija del virrey de Nápoles, una Álvarez de Toledo que había nacido en Alba de Tormes (Salamanca) veinte años antes, y que marcó la historia de la Florencia del segundo tercio del XVI. La obra, que llegó al Prado procedente de las Colecciones Reales, indica sin duda que bien pudo ser enviada a España como selecto obsequio de sus progenitores.
Bronzino empleó para el retrato del pequeño García los mismos recursos estilísticos que tan buen resultado le habían dado en sus composiciones con adultos de la Corte florentina, especialmente con su madre: una actitud distante y serena, propia de elevada cuna y vocación a quién sabe qué altos destinos. El éxito artístico fue hacer todo ello compatible con su condición infantil. Un objetivo claro: mostrar, a pesar de tan corta edad, una auténtica conciencia dinástica. Tanto como posible heredero de Toscana como nieto de Pedro de Toledo, el virrey de Carlos V en el sur de Italia. Una cara sonrosada, el cabello claro y rizado o el vestido de seda roja y oro obligan al pintor a no poder negar la edad de su modelo. Las carnes prietas de ambas manos sostienen un curioso amuleto, un cuerno del que cuelga una piedra preciosa, tan propio de los temores maternales por la elevada tasa de niños malogrados por la enfermedad, y la flor de azahar, símbolo de la pureza e inocencia de los recién llegados al gran teatro del mundo. Pero no pudo ser. García de Médicis fallecería de malaria a los quince años, poco antes que su madre. Bronzino seguiría retratando la majestad florentina dos lustros más.
“García de Médicis”
Angelo Bronzino (c. 1550)
Óleo sobre tabla (48 x 38 cm)
Madrid, Museo Nacional del Prado
Exposición “El retrato del Renacimiento”
Museo Nacional del Prado
Organiza: Museo Nacional del Prado con la colaboración de la National Gallery (Londres).
Patrocina: Fundación AXA
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