Por Andrés Merino
Cuando en 1983 José Luis Olaizola ganó el premio Planeta con “La guerra del general Escobar” algunos críticos se preguntaron si se decantaría definitivamente por la novela histórica. La tragedia nacional que escogió entonces como marco para su descarnado relato, la Guerra Civil, guarda un indudable paralelo con la última de sus obras, “Dos de mayo de 1808”, cuyo argumento se desarrolla, esta vez con más serenidad, en el preludio de la Guerra de la Independencia. Con motivo del segundo centenario de su comienzo, el escritor donostiarra se ha sumado a la concurrida carrera de publicación de relatos ambientados en los tiempos cercanos al levantamiento popular que dio comienzo a la contienda. Que su obra haya sido de encargo no le resta interés, como parece demostrar la actitud de su público, quizá uno de los más fieles de los que podría alardear un escritor español, que cuenta con una cartera de lectores de peculiar perfil que adquieren y siguen su obra con una fidelidad envidiable. Es de justicia constatarlo, pero también lo es plantearnos algunos interrogantes sobre un libro peculiar.
El bosquejo de la trama no parece a simple vista especialmente original: la narración de los acontecimientos propuesta por personajes cercanos a Godoy, que permite que el protagonista, el imaginado Juan Díaz, nos refiera detalles humanos de la decadencia y final del poder del extremeño. Pero la premisa adolece de un pecado original que no podemos perdonar al escritor: es imposible admitir a estas alturas del partido que se sostenga que el todopoderoso valido de Carlos IV había venido al mundo en la pretendidamente humilde aldea de Castuera, cuando varios historiadores de primera fila han demostrado definitivamente que el político nació en Badajoz. Olaizola, que afirma que ha buscado el rigor de la certeza para componer una novela histórica, sigue siendo pasto de los críticos a Godoy, que extendieron desde poco después de su caída el invento castuerense como burda maniobra para presentarle como un aventurero de origen pueblerino pero ambición más que urbana.
La inclusión de Juan Díaz en el séquito de Godoy es una atractiva licencia literaria para relatar de cerca los sucesos de la Corte, pero no parece que la pertenencia al mismo justifique la extraña obsesión del autor por defender la virtud de María Luisa de Parma. La defensa de la Reina pierde fuerza al ser puesta en boca del protagonista, que la realiza de manera trasnochada y quijotesca. Es una pena que Olaizola no fundamente la negación de las relaciones de la mujer de Carlos IV con Godoy de la forma más sencilla pero sólida posible: la existencia de una auténtica campaña de desprestigio por parte de los enemigos de los soberanos, auspiciada por la propia camarilla que malogró humana y políticamente al heredero, el futuro Fernando VII. Flaco favor hace a la verdad histórica salir al paso de infundios con tópicos numantinos…
El atractivo de “Dos de mayo” está en los pasajes en los que hechos ciertos han sido verdaderamente aprovechados, como el escondite del defenestrado Godoy en el desván, creíble por ser un hecho bien documentado y mejor descrito por el autor. Olaizola nos ha propuesto esta vez un libro desigual, comercial pero poco digno de anteriores títulos que le consagraron en su día como novelista de referencia.
“Dos de mayo de 1808”
José Luis Olaizola
Barcelona, Ediciones B, 270 pág.
ISBN: 978-84-666-3771-8