La abstracción velazqueña
Andrés Merino
Buena parte de la obra de Manolo Valdés (Valencia, 1942) se ha centrado en la recreación estética de las creaciones de grandes maestros de la historia del arte. Uno de los pintores sobre cuya época y legado más ha trabajado es Diego Velázquez. Sus series de esculturas sobre las Meninas son conjuntos muy valorados y con gran éxito, pero su obra gráfica es también una aventura artística de singular valor. Dos de sus composiciones, basadas en retratos del Conde Duque de Olivares, son digna prueba de la representación de su autor en la colección de Pilar Citoler, de la que una selección se muestra en “Lenguajes de papel. Circa XX”. Su versión del todopoderoso valido de Felipe IV no es una pieza más de uno de los conjuntos privados de arte contemporáneo internacional más importantes de nuestro país. El Gaspar de Guzmán que nos ofrece Valdés es un generoso compendio sobre la capacidad de abstraer, sintetizar y descomponer la figura clásica del retrato de aparato en el barroco.
El artista ha tomado los elementos físicos más clásicos que Velazquez consagró para la imagen de un hombre lleno de personalidad que impuso su carácter en la forma de gobernar. Bigote mostacho, perilla señorial y generosas patillas. No importan ya los rasgos de la edad en el rostro, sino la constatación de la inteligencia y decisión que hicieron que el gobernante pasara a la historia con las luces y las sombras del hombre y el político.
Valdés ha vaciado de detalle el retrato cortesano, pero mantiene a la perfección las notas claves para la transmisión del efecto estético del poder, tal y como se ejercía en el Real Alcázar hacia 1625. En nuestra opinión, la permanencia de tres elementos característicos del atuendo del Conde Duque –apuntamos que el modelo es quizá el lienzo conservado en la Hispanic Society de Nueva York- convierten la pieza en una obra maestra de abstracción velazqueña. Nos referimos a la gola, sencilla pero firme, rodeando el cuello. En segundo lugar, a la cadena de oro que cruza el pecho del personaje, signo de la merced real que quizá sustituye a ansiadas bandas o fajines, que tanto apetecieron a Olivares. Y por fin, el negro terciopelo de la vestidura a la española, ya presente en los Sánchez Coello de Felipe II, a finales del XVI y aún soberano en el primer Rigaud con la imagen del recién proclamado Felipe V, a comienzos del XVIII. Ese negro pasa de la ropa a confundirse con el fondo del lienzo. O quizá sea el fondo el que se funde con la vestidura sólida e imponente de la figura. Pura abstracción, puro simbolismo.
Valdés culmina una obra sobre papel como ésta dotándola de una invitación al tacto, un deseo de rozar siquiera una vez el realismo. Propone una trampa visual donde incluso el negro deja de ser un color plano, donde se adivina un ejercicio de cromatismo. El Conde Duque de Olivares de la exposición, se observe cualquiera de las dos versiones que se ofrecen, es una muestra no sólo del buen gusto del coleccionismo de Citoler. Es la demostración de que es posible hacer Arte sobre el propio Arte. No se lo pierda.
“Conde Duque de Olivares II” (1990)
Manolo Valdés
Grabado al carborundum sobre papel (96,6 x 63,6 cm)
Colección Pilar Citoler
Exposición “Lenguajes de papel. Colección Circa XX. Pilar Citoler”
Organiza: Consejería de Cultura y Turismo de la Comunidad de Madrid y Círculo de Bellas Artes
Sedes: Sala de Exposiciones Alcalá 31 y Sala Picasso (Círculo de Bellas Artes)
Madrid, 16 de septiembre a 16 de noviembre de 2008
Copiar es normal, imitar o aprender, que no falsificar, pero hacer «arte sobre el propio arte», como
comenta Andés Merino es tarea de Artista, con mayúscula, en mi opinión.
Buena apreciación y valoración de una obra que, sin lugar a dudas, merece el aplauso y el recono-
cimiento.
Gonzalo Cuesta Fernández.
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