Modelos femeninos
María Jesús Burgueño
A finales del siglo XIX y principios del XX la mujer comienza a gozar del protagonismo que ha desembocado en la situación actual. Aquellas figuras delicadas, indefensas, sin licencia para pensar, se ven envueltas en el torbellino de la revolución social. El mundo laboral reclama urgentemente mano de obra y es entonces cuando la mujer se incorpora activamente viéndose obligada a doblar su jornada laboral dentro y fuera del hogar. En otros casos, y conviviendo en el tiempo, surge la mujer fatal, deseosa de mostrar sus encantos y de servirse de ellos. Para aquellas mujeres que comparten el lujo de la clase burguesa, la noche se muestra alegre, ruidosa y festiva. Se empeñan en mostrarse improductivas, entregándose al mundo del placer. La pintura y la literatura de este periodo reflejan y difunden los estereotipos femeninos. El simbolismo impregna los cuadros que los grandes artistas dedicaron a las mujeres de hace cien años. Lienzos de interiores con espacios íntimos, puertas entreabiertas, habitaciones con un estudiado desorden que aluden a una doble percepción de la mujer íntima y distante. Estas figuras femeninas son magníficamente tratadas en las manos de los escultores de las criselefantinas, al tiempo que los pintores costumbristas reflejan la otra realidad, la de la mujer trabajadora, cansada, sin tregua entre la fábrica y el hogar (Art Déco).
La figura femenina ha sido para los artistas motivo de inspiración, de esta forma el número de obras realizadas donde la figura femenina de cualquier edad ha sido motivo principal o secundario se ha visto multiplicado con respecto a cualquier otro. Museos como el Reina Sofía tomaron la figura de un cuadro de Julio Romero de Torres como cartel de la exposición “La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular 1865-1936” en donde la mujer era la estrella. La obra de Julio Romero de Torres estuvo vinculada a partir de 1907 con la creación de un tipo de mujer fuerte, atractiva y misteriosa. En la primera década del siglo se dio a sus pinturas un gran valor, lo que no comprendían ni los maestros de la generación anterior, como Aureliano de Beruete y Joaquín Sorolla, que las detestaban, como harían, después, los artistas más modernos. El retrato va a representar la posición social, los numerosos encargos de la alta sociedad hacen ricos a los mejores pintores como a Casas o Sorolla, que aprovecharán para dejar constancia de su ascenso en la escala social retratando no sólo a sus clientes sino también a su entorno más cercano, a sus hermanas, mujeres e hijas.
La mujer de la “jet” del XIX se divierte y derrocha siguiendo los cánones de la moda que imponen los modistos parisinos con figuras estilizadas que serían una constante en la época. El ambiente “chic” del teatro, los bailes nocturnos o el hipódromo son los espacios escogidos para exhibir el derroche del que hacen gala numerosos lienzos de este periodo. La Barcelona del cambio de siglo
Mujeres que se mostraban orgullosas de ser moderna e independiente, despreciando el trabajo productivo, querían dejar de ser aquellas mujeres que sabían hacer del hogar un lugar de encuentro familiar, el orden en torno a la mesa, la cocina perfecta, las labores propias del ama de casa no entraban en sus ideales de vida. Se esforzaban en mostrarse incapaces de realizar aquellas labores hasta entonces asignadas al género femenino. Por lo tanto debían de vestir con ropa elegante, incluso excéntrica, cara y sobre todo estar siempre preparada para asistir a cualquier fiesta, asistir a un concierto, acudir a tertulias, pasear… La mujer se debatía entre dos siglos. Mientras las sufragistas insistían en la necesaria emancipación de la mujer, los estilos se volvían más femeninos que nunca y esa feminidad consistía precisamente en aumentar los obstáculos a cualquier actividad útil por parte de la mujer. Los paseos por la playa de las mujeres de Sorolla, o los retratos de las damas de la alta burguesía reflejan este arquetipo de mujer en los que el compendio de la elegancia consistía en vestidos con prendas superpuestas que resaltaban las formas femeninas al tiempo que dificultaban el movimiento. Enormes sombreros, guantes y, sobre todo, la coacción a la figura que producía el corsé, distinguían a la dama de la mujer.
Santiago Rusiñol pertenece a la mejor escuela catalana que culmina su formación en París en donde conoció a los más famosos pintores del momento. Tras establecerse en Sitges a su regreso a España fue conquistado por
Por otra parte la mujer trabajadora es tema de preocupación para la sociedad en la que vive. Tanto en el ámbito social como en el artístico, la figura de la mujer trabajadora se hace patente e imprescindible con la llegada del capitalismo industrial. No eran pocos los que manifestaban sus ideas sobre las terribles consecuencias sociales que traería la incorporación femenina al mundo laboral. Protestas y manifestaciones tanto femeninas como masculinas. Sorolla y Rusiñol pintaron a las mujeres en las fábricas. Honoré Daumier por el contrario refleja el sacrificado esfuerzo por abrirse paso en el mundo, destacando el cansancio no ya físico sino también psíquico. Joaquín Sunyer retrató a las lavanderas de París. Por su parte Julio Romero de Torres desemboca en el simbolismo con lienzos de gran formato en los que mezcla la realidad con paisajes idealizados en los que las mujeres hacen ostentación de una fuerte carga erótica. La mujer de Romero de Torres tuvo una gran difusión tanto en ambientes cultos como populares durante toda la vida del pintor, a pesar de que sus obras de mayor interés son anteriores a 1915.
Masriera pinta “Joven descansando” (1894), cuadro que podemos contemplar en el museo del Prado. “Fatigada”, otro famoso cuadro de este autor de la colección de Exposición Nacional de 1906 (Barcelona) abunda en esta temática de decoración preciosista propio de la mejor pintura burguesa de la época en la que se refleja el alegre agotamiento de elegantes damas al volver de los bailes en la madrugada. La trágica decadencia de la mujer en el burdel es otro de los clásicos de la pintura que marca el tránsito del siglo XIX al XX. A estas mujeres de la vida, antes alegres ahora tristes y enfermas, las destroza la sífilis que los pintores reflejaban convertida en un incitante y venenoso clavel rojo en la boca o la fiebre, representado por el color amarillo. La obra desgarradora de Rusiñol “Morphine” describe el sufrimiento de una joven mujer postrada en la cama. Ramón Casas también destacaría a la hora de plasmar ese mundo escabroso de la inocencia rota, prostitución y muerte en “Vividoras del amor (Fondos de Arte de la Caja Canarias) fue rechazada por inmoral en la Exposición Nacional de 1906. Lo que molestó al jurado fue la intensa mirada (habitual en sus obras del momento) que tres de las prostitutas clavan en el espectador.
Francisco Iturrino, bilbaíno recriado en Salamanca compañero de Picasso y Zuloaga en París, dejó su visión de estas mujeres de vida alegre y cruel con cuerpos estilizados, desnudos y fundidos entre el paisaje colorista que convierte a las prostitutas en musas de la naturaleza. En este sentido las mujeres más idealizadas las pinta Jorge Owen Wynne Aperley en el cuadro “Las siete ninfas”. Dentro del ámbito novecentista se da una derivada regionalista del Postsimbolismo. Entre los que más se separan del naturalismo, destaca el propio Romero de Torres en Andalucía, Evaristo Valle en Asturias, los Zubiaurre y Arteta en las Vascongadas (y también en Castilla), Viladrich en Aragón y Cataluña y Xesús Corredoyra en Galicia.
Otro tipo de mujer, fuerte y desafiante es la que pinta Zuluaga siendo el mas fiel exponente de esta visión el que se produce por la simbiosis entre el terreno áspero y el espíritu fuerte, casi indomable de la mujer castellana, mujeres que llevan siglos sobreviviendo en condiciones terribles y que Zuloaga las presenta gallardas y heroicas. En algunos de los artistas el énfasis racial en la representación de la mujer española se convirtió en un recurso al servicio de un franco erotismo. El éxito que Zuloaga obtuvo entre la clientela acomodada, sobre todo en Norteamérica, se explica a la luz de esta cuestión. Las damas querían ser pintadas como mujeres no sólo atractivas, sino tentadoras y por eso buscaban a un artista que vestía a sus modelos a la moda española y las hacía aparecer como mujeres seductoras, como Carmen de Merimée. También Alberto Arrúe y Valle cuando pinta a la mujer gitana le da un aire de grandeza, donde el color es básico.
Otras informaciones sobre este tema:
Criselefantinas. La mujer ArtDecó.
Imágenes:
Sol ardiente de junio, Frederic, Lord Leighton, San Juan de Puerto Rico, Museo de Arte de Ponce, exposición Museo del Prado 2009
Masriera, Museo Del Prado
Dora Maar, Museo Reina Sofía
Anglada Camarasa, Subastas Christie´s
Zuloaga, Subastas Sotheby´s
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