El triunfo de las Etiquetas de Borgoña
Andrés Merino
Entre 1598 y 1621 la Monarquía de España vivió un reinado calificado por muchos historiadores como de transición, de las glorias del XVI europeo de Carlos V y Felipe II a la decadencia de los llamados Austrias menores, Felipe IV y Carlos II. En medio, inaugurando centuria y adentrándose en el conflictivo XVII, un Felipe III que ciñó durante casi veinticinco años el trono más poderoso de su tiempo. A su figura y la Corona en ese periodo han dedicado cuatro volúmenes de ensayos un grupo de especialistas dirigido por José Martínez Millán y María Antonietta Visceglia. Los dos primeros tomos ven ahora la luz, publicados por el Instituto de Cultura de la Fundación MAPFRE, con la extraordinaria calidad de fondo y forma a la que nos tiene acostumbrados su directora editorial, Anunciada Colón de Carvajal.
Cualquier acercamiento a la histórica Casa del Rey resulta apasionante, pues el servicio regio no sólo hizo posible la articulación de un grandioso sistema palatino llamado a brillar, simbólicamente, como los reinos de su monarca, sino el propio gobierno y administración de los mismos. Los autores han analizado con todo rigor no sólo la estructura formal de la Casa en tan significativa etapa, sino incluso el sustrato espiritual y ético que alimentaba la mayor organización política y funcionarial del momento. De indudable interés resulta conocer la panoplia de cargos administrativos, cuya presentación sistemática es digna de elogio, tanto por la variedad de responsabilidades y misiones como por la constatación de la evolución de las mismas a lo largo del tiempo. No menos atractivo es leer el riquísimo elenco de cargos, ese sonoro concierto de sustantivos heredados de las Etiquetas de Borgoña –incorporadas por Carlos V a la Corte del entonces Príncipe de Asturias, el futuro Felipe II, en 1548-, que fueron paulatinamente hispanizados. El esfuerzo del equipo científico se subraya en los anexos documentales, que transcriben los listados de nóminas completas de quienes estuvieron al servicio de monarcas e infantes, poniendo a disposición de los historiadores los frutos de minuciosos trabajos de campo en archivos históricos.
Es precisamente esa inflación de funcionarios y de misiones palaciegas, perfectamente recogida en la obra, la que nos invita a debatir si la especialización del servicio regio debe considerarse como una muestra de perfección, en el marco de la teoría del órgano y su función, o más bien una muestra de degeneración estructural en la propia domus regia. Casi de puntillas nos atrevemos a sugerir que cuando el Emperador quiso para sí el protocolo borgoñón de sus mayores no sólo lo hizo pensando que éste enriquecería los usos ceremoniales de las residencias regias castellanas medievales, sino que la estructura de la Corte de su bisabuelo Carlos el Temerario sería verdaderamente útil a la monarquía universal por la que luchó. Otra cosa son los inevitables procesos de degeneración de instituciones o perversión de intereses y fines, a las que no pudo permanecer ajena la Corte de Felipe III medio siglo después. Pero constatar la importancia histórica y singularidad organizativa de la Casa del Rey es un objetivo plenamente cumplido a través de las páginas que comentamos.
La aportación historiográfica de estos dos primeros volúmenes sobre la monarquía del tercer Felipe nos hace desear con impaciencia la aparición del tercero y cuarto, que los autores han prometido dedicar a otros aspectos del reinado como la formación de los miembros de la Familia Real, los perfiles de sus favoritos y cortesanos, la articulación territorial de la Monarquía de España y las relaciones con otros reinos europeos.
“La monarquía de Felipe III: la Casa del Rey”
José Martínez Millán y M. Antonietta Visceglia (coord.)
Madrid, Fundación MAPFRE. Instituto de Cultura, Vol. I y II, 1326 y 988 pág.
ISBN: 978-84-9844-086-7 y 978-84-9844-087-4