Los gobernantes de la España moderna

Esquemas históricos del mando político

Andrés Merino

Pere Molas Ribalta es un modernista de conocida trayectoria investigadora, cuyos trabajos en distintas áreas son referencia de generaciones de historiadores. Entre los rasgos de sus ensayos destaca un sentido muy práctico del orden expositivo del que vuelven a beneficiarse sus lectores en “Los gobernantes de la España moderna”, el libro editado por Actas que ha dedicado a analizar el perfil de quienes detentaron el poder entre los siglos XVI y comienzos del XIX. Elogiamos la sistemática del autor porque precisamente llama la atención que esa misma forma de presentar los temas constituya ya en sí, en la obra que nos ocupa, una tesis no precisamente menor.

Tras la lógica introducción dedicada a la construcción del esquema fundamental de la Monarquía, articulado a través de los oficios de la Corona y los Consejos, el autor procede a definir y valorar la importancia de las elites de poder político articulando su discurso en base a dos reinados fundamentales que abarcan por sí solos el XVI español. Nos referimos, claro está, a Carlos V y Felipe II. A continuación, siguiendo una lógica que admitiría escasa objeción, centra el XVII como el siglo de los validos, resaltando el justo protagonismo de Lerma y Olivares para diseccionar el complejo cuerpo político y social aquejado de las dolencias propias de la edad, es decir, de la época. Y a partir de ahí, el salto fundamental. Si al definir y valorar la importancia de las élites de poder en la centuria siguiente se escoge como título del capítulo “La reforma de la Monarquía”, y se subraya la importancia capital de los órganos colegiados –gobierno de gabinete, nueva planta, ministros y embriones de lo que hoy conocemos como partidos-, nos encontramos ante una propuesta metodológica valiosa. Aun a riesgo de aventurarse en la exégesis de la voluntad del historiador, parece claro que Molas ha querido subrayar que la gobernanza en la Edad Moderna pasó primero de las riendas regias al personalismo del valido, y que la crisis del sistema del valimiento trajo consigo –o fue motivada, he ahí el debate- entre otras realidades, el reparto de funciones políticas entre responsables de la administración y gobierno.

En este mismo plano nos gustaría señalar una decisión del historiador que nos ha llamado la atención. En su capítulo dedicado a Godoy, Molas se pregunta retóricamente si el todopoderoso favorito de Carlos IV y María Luisa de Parma fue el último valido, para exponer a continuación con detalle el universo familiar y de amistad geográfica extremeña que se vio generosamente beneficiado de la cercanía al calor de tan regios astros en decadencia.  No se decanta por presentar al Príncipe de la Paz como epígono del sistema del poder personal, pero deja claro que la ubicación de sus cercanos en el esquema de reparto orgánico y funcional del mando fue exigida claramente por una nueva forma de hacer política. Una cosa era aparecer como el todopoderoso factotum en Aranjuez o El Escorial. Otra muy distinta era necesitar labor coordinada y todo tipo de apoyos en reuniones y gabinetes. Molas nos propone un libro formidable que exige situarse a favor o en contra de sus tesis. Es lo extraordinario de ensayos de tal calidad: no dejan a nadie indiferente.