La fecunda paradoja del euroescepticismo
Andrés Merino
El término “líder” y el verbo “lidiar” comparten en castellano el mismo prefijo. Ese españolísimo arte taurino define también el modo en que se hace frente a realidades y problemas. Toda una metáfora para describir los trabajos las decenas de líderes políticos que contribuyeron al denominado proceso de construcción europea. A buena parte de ellos ha dedicado el historiador Julio Crespo su libro “Forjadores de Europa”, un interesante análisis del papel de numerosas personalidades a las que agrupa –toda una tesis procedimental de importancia no menor- mediante un significativo subtítulo: “Grandes europeístas y euroescépticos del siglo XX”.
A pesar de ser un ensayo coral, algunos de los perfiles políticos recogidos atestiguan un esfuerzo por reivindicar figuras extrañamente olvidadas en el cercano recuerdo de las últimas siete décadas. Es significativo que Crespo haya comenzado su obra con Richard Coudenhove-Kalergi, que presidió el movimiento Paneuropa. Aquél aristócrata austríaco no consiguió pasar a la posteridad entre los miembros de los que podríamos llamar “el canon fundacional”, que suele hacer descansar de forma esquemática en Jean Monnet, Robert Schuman y Alcide Gasperi el impulso inicial inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial. Desgraciadamente, en muchas facultades universitarias o escuelas de negocio se cita a tan significativo y encomiable trío, pero de forma única, presentando por tanto un panorama incompleto. Otro ejemplo muy bien traído a colación por el autor es el de Otto de Habsburgo, hoy con noventa y seis años, cuyo protagonismo en el movimiento ciudadano que provocó la caída del Muro de Berlín, discreto pero no por ello menos decisivo, aún deberá ser analizado en el futuro.
La mayor aportación es quizá haber puesto de manifiesto la interesante paradoja del poder motor del llamado euroescepticismo, personalizado en el mandato y carácter de la primera mujer que alcanzó la jefatura del gabinete ministerial en el Reino Unido, Margaret Thatcher. La Dama de hierro representó una forma de hacer política internacional verdaderamente excepcional, por la rotundidad de sus planteamientos y por los logros obtenidos cumbre tras cumbre. En gran medida, los líderes menos propensos a la integración de sus países en el concierto europeo o a la participación e impulso en las grandes políticas de la Unión también actuaron –y continúan actuando- como motores para la construcción del gran espacio para la convivencia que intentan articular los veintisiete. Si hace décadas polémicas como el denominado cheque británico o la oposición a la entrada en la entonces Comunidad de países atrasados económicamente fueron calificadas como muestras de falta de solidaridad, la más básica estructura acción-reacción que viene rigiendo las reuniones en Bruselas y otros centros de poder se ha articulado ya como gasolina de futuro. Quien no esté de acuerdo, que lo pregunte a naciones de acrisolado europeísmo como Francia o los Países Bajos, que dijeron no en 2005 a la propia Constitución Europea motivando todo un replanteamiento del que nacerán sin duda nuevos acuerdos, porque entusiastas o poco convencidos, nadie quiere quedarse fuera del proyecto. “Forjadores de Europa” es un buen libro que lo demuestra.
“Forjadores de Europa. Grandes europeístas y euroescépticos del siglo XX”
Julio Crespo Maclennan
Barcelona, Destino, 502 pág.
ISBN: 978-84-233-4118-4