Divina pedagogía
Andrés Merino
El 16 de junio de 1862 Federico de Madrazo consiguió uno de sus principales éxitos como director del Museo del Prado. Había convencido al Rey consorte, Don Francisco de Asís, de la conveniencia del traslado de una obra maestra. Del madrileño convento de las Descalzas Reales salió hacia la más importante pinacoteca una tabla que, desde 1611 y por obsequio del duque de Lerma, había pertenecido a las Colecciones Reales. Se trataba de “La Anunciación”, la extraordinaria composición de Fray Angélico que pronto se convirtió en uno de las más significativas piezas del entonces joven museo. La aparente sencillez de su mensaje y la técnica de su composición, propia de una miniatura, no han dejado de impresionar a quienes la han contemplado desde entonces.
De los numerosos esfuerzos por acercarse y entender la vida y la obra de su autor hay uno que nos parece especialmente valioso. Nos referimos al ensayo que Adolfo Sarabia le dedicó en el marco de su análisis de cinco maestros que abordaron el pasaje evangélico de la Anunciación en la historia del Arte y que recogió, en una cuidada edición, la Fundación de Amigos del Museo del Prado. Fray Angélico pintó al temple sobre aquella tabla entre 1430 y 1432. La obra iba a situarse en la iglesia del convento de Santo Domingo, en Fiésole. Un doble pórtico de mármol bien abierto acoge la escena, que tiene lugar bajo una bóveda de azul celeste -el color de la Virgen- ornada de estrellas, perfectamente dispuestas en una armonía que contrasta con la cuidada libertad que se concede, por ejemplo, al mundo vegetal que rodea a Adán y Eva, que aparecen expulsados del paraíso en el margen izquierdo de la composición, pero con actitud de arrepentimiento e incluso recogimiento. Si el lugar central fue destinado al arcángel Gabriel no fue sólo a la búsqueda de mayor armonía, sino para singularizar la humildad de Nuestra Señora, iluminada a la derecha por un simbólico rayo de sol sobre el que llega suspendida la paloma del Espíritu Santo.
Como recuerda Sarabia, no es extraño que convivan detallismo y luz, rasgos propios de la transición entre Gótico y Renacimiento. Es cierto. Al cuadro no le falta una minuciosidad casi extenuante: el medallón con la figura del Creador en grisalla, entre los dos arcos de medio punto; la golondrina posada en el tirante del arco derecho; la ventana casi oculta de la estancia interior, el pequeño libro en el regazo de la Virgen… Fray Angélico compuso su Anunciación como un canto a la belleza en el mundo, prueba tangible de la infinita bondad de Dios. También como prueba de que es posible cumplir el deseo de unirse a esa belleza estética e íntima, que logran en lo espiritual y lo material quienes saben crear con amplitud de miras y generosidad sin fin. Juan Pablo II beatificó al Angélico en 1982, declarando así universalmente que el autor de tan singular pieza goza a eternidad de la visión que pretendió recoger con sus pinceles.
“La Anunciación” (ca. 1550)
Fray Angélico
Temple sobre tabla
Museo Nacional del Prado (Madrid)
Para encontrar más claves:
“Cinco Anunciaciones en el Museo del Prado”
Adolfo Sarabia
Madrid, Fundación de Amigos del Museo del Prado, 143 pág.
ISBN: 84-922260-3-x