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Los papeles de la vergüenza

Andrés Merino

Dos siglos después del comienzo de la Guerra de la Independencia son muchos los historiadores que, apoyados en una revisión profunda y exhaustiva de las fuentes disponibles, intentan definir las claves de uno de los momentos más trágicos del pasado de nuestro país. En ese loable intento ha de contarse también con los documentos referidos a los más inmediatos antecedentes del levantamiento del 2 de mayo. Todos ellos atestiguan la confusión y debilidad política ante el poderío napoleónico, que corrió pareja a la crisis dinástica de los Borbones españoles y al protagonismo, en la Corte de Carlos IV, de personajes como el valido Manuel Godoy o el canónigo Juan de Escoiquiz. La iniciativa de la editorial Renacimiento de reeditar las memorias de éste último es por tanto un gran acierto. Los textos, publicados por primera vez en 1915, un siglo después de su redacción, describen lo sucedido entre el denominado Proceso de El Escorial (octubre de 1807) y el exilio de la Familia Real española tras las abdicaciones de Bayona (mayo de 1808).

Juan de Escoiquiz y Mezeta nació en 1747 en Ocaña, aunque sus apellidos denotan su origen vasco. Tras abrazar sin interés religioso ninguno el estado eclesiástico, vivió más de dos décadas disfrutando una canonjía en Zaragoza, hasta que poco antes de cumplir cincuenta años recibió el encargo de la formación del futuro Fernando VII, entonces Príncipe de Asturias. No duró mucho en su función y fue apartado discretamente, sin duda por pasar a ser considerado una mala influencia para el hijo de Carlos IV. El caso es que Escoiquiz continuó influyendo a distancia, y acabó formando parte de la camarilla del Príncipe, siendo detenido tras los sucesos de El Escorial, que había provocado con parte de sus escritos y consejos, y nuevamente desterrado, hasta que regresó a la Corte para participar en el desastre final: acompañar al nuevo Rey a Bayona y negociar en su nombre, con el propio Napoleón, las vergonzosas abdicaciones y renuncias de Bayona.

La lectura de las memorias sonroja. Al ejercicio de autojustificación del nefasto consejero se une la enfermiza obsesión de presentar a su mayor enemigo político, Godoy, como causa única de los males del país. Escoiquiz nada e intenta guardar la ropa. Ni siquiera haciendo el esfuerzo de presuponer buena fe queda a salvo el nombre de su protector, un Príncipe Fernando capaz de delatar a sus cómplices para no recibir el castigo regio por la maquinación de una sublevación. Conocer la otra versión, el testimonio de las memorias de Godoy, permite atar cabos y no ubicarse automáticamente a favor de otros contendientes. Pero es que uno y otro mostraron la peor cara de la ambición política y la bajeza moral. El resultado final es el peor retrato de una dinastía claudicante, incapaz de hacer frente a Napoleón, del que curiosamente Escoiquiz traza un perfil mediante una larga y empalagosa conversación en la que se retrata como co-protagonista. Las memorias que se nos proponen son imprescindibles para conocer claves históricas, pero constituyen un catálogo de vergüenzas y errores que confirman la convicción de que España vivió en 1808 la peor coyuntura contando a su timón, desgraciadamente, con los menos capacitados para resolverla.

“Memorias”

Juan de Escoiquiz (Prólogo de José Ramón Urquijo)

Sevilla, Renacimiento, 430 pág.

ISBN: 978-84-8472-356-1