La pasión del poder

Marina o las ficciones del relativismo

Andrés Merino

José Antonio Marina es uno de los pensadores españoles que más libros firman en la actualidad. La serenidad y amenidad con la que acostumbra a divulgar sus teorías en los más diversos foros suelen generar en el lector una cierta predisposición a aceptar sus postulados, independientemente de la solidez de sus construcciones filosóficas y propuestas conceptuales. En una sociedad en la que el aspecto exterior del mensaje es ya la mitad de su éxito es de justicia reconocérsele ese mérito, si bien en un área como la ciencia de las ideas, el margen para el debate es –y debe ser- amplísimo. Anagrama, en su colección Argumentos, ha publicado su último ensayo, “La pasión del poder”, en el que aborda una realidad polémica como pocas. El poder no sólo se circunscribe a despachos políticos o empresariales, en los que se toman las grandes decisiones que afectan a la humanidad, sino a lugares donde están presentes esquemas cotidianos de dominación de unas personas sobre otras.

El autor nos propone “un salto desde la biología hacia la ética, como siempre que estudiamos algún producto de la inteligencia humana”. Para ello emplea elementos valiosos de análisis antropológico, como la distinción entre el ejercicio del poder mediato e inmediato. El primero –sostiene- pretendería actuar sobre la conciencia del dominado, para que se convierta en actor dócil y obediente, consiguiendo incluso su cooperación. El poder inmediato supondría la ejecución directa de un control absoluto sobre persona o población, del que cita la guerra como ejemplo más significativo. Son distinciones procedimentales expuestas de forma ágil en un texto que sobre todo en los primeros capítulos no parece penetrar excesivamente en los términos, pues se ha optado por describir vagamente conceptos y añadir frases de escritores o políticos célebres que recrean un contexto.

Sin duda la mayor de las aportaciones del libro, en la que centraremos nuestra reflexión crítica, es la renovada propuesta de la articulación e impulso de las denominadas “ficciones necesarias”, una interesante construcción conceptual que si que se desarrolla con amplitud. Para Marina, el hombre aspira a alejarse de la selva, donde impera el poder “real” o la fuerza, para vivir en un orbe ético en el que actúen poderes legítimos. Para ello crea –el hombre mismo- un orbe ético, que es una ficción de nuestra propia inteligencia, algo necesario, del que no importa su veracidad o falsedad, porque nos permite liberarnos de la violencia. Se analizan estas ficciones en el campo del amor, de la política y de la empresa. A pesar de contener un valioso esfuerzo antropológico de búsqueda de elementos de convivencia, la teoría nace y se desarrolla en un ambiente de incómodo relativismo no ya filosófico, sino antropológico. Que un pensador de la talla de Marina afirma que “no podemos fundar un derecho natural, pero no podemos vivir sin fundar un derecho natural” es una consagración de ese mismo relativismo verdaderamente inquietante.