Siento decepcionar al mundo moderno, pero, por principio, esto de que se haya convertido en obligatorio desde hace unos años reinterpretar en clave moderna los clásicos se me antoja tirando a poco claro, la verdad. Particularmente, porque la costumbre es mansa y acaba por hacer permisible no sólo afectar la escenografía a un ambiente de entreguerras (es como una fijación colectiva, lo de los salones llenos de damas ociosamente encorsetadas y militares de uniforme), sino que se toma licencias tales como intentar meter canciones rock entremediando los textos de las tragedias griegas, pensados seguramente para otros menesteres. Esta postura, como salta a la vista, no es nada moderna, de modo que, me temo, la mitad de los lectores ya habrán dejado de leer a estas alturas, pensando que el crítico es un soso y un atrasado, cuando no un retrasado. Para los que sigan, he de decir que de vez en cuando, no obstante, las adaptaciones merecen la pena. Sin ser un fan incondicional del director del Romea, las adaptaciones de Calixto Bieito suelen despuntar, sobre todo sus primeros trabajos, justamente los que marcarían esta pauta general (recordemos aquél La vida es sueño, también muy entreguerras, pero con sentido pleno y justificación lógica). El caso de Tomaz Pandur me resulta complejo de definir; por un lado, es innegable el talento del esloveno para crear imágenes bellas, visualmente conmovedoras y audaces, llenas de vida. Es un creador de montajes hipnóticos y radicalmente bellos (el juego del reflejo del agua en este Hamlet es sencillamente admirable, muy Bieito, por cierto). Por otro, me aterra la idea -siempre flotando en torno a sus montajes- de que en realidad todo sea algo vacío, huero. En Hamlet me acontece lo siguiente; le admiro por haber mantenido el texto (justamente sobran las escasas concesiones que hace a lo procaz, innecesarias desde la perspectiva de quien escribe esto, pero ya saben que no soy moderno, no se me quejen, que estaban avisados), un texto de gran belleza y enjundia, pero encuentro superfluos y perjudiciales para la obra los intentos por transgredir por el mero hecho de transgredir. Sin destriparles nada, pero a modo de ejemplo ilustrativo, baste decir que hay en la obra desnudos justificados (al inicio del segundo acto, resulta admirable la figura vulnerable aunque radiante del-la protagonista), pero la mayoría no eran necesarios, admitámoslo. Sin ser burdos o groseros, lo cierto es que no hacían ninguna falta, no aportan nada a la obra, y recuerdan en cierto modo a aquéllos de las películas del destape.
Esa doble condición de la obra, basculando entre la asunción de la necesidad de desmontar el mito para recrearlo una y otra vez y el riesgo de que el intento quede en una modernez vacua, no obsta para que sea una de las obras de la temporada. Simplemente por ver el trabajo de Blanca Portillo merece la pena acercarse a las Naves del Español: como siempre, brillante, convincente… un paso más allá que los demás mortales. También Susi Sánchez, interpretando a la reina Gertrudis, y Nur al Levi, como la desquiciada Ofelia (más oscura que de ordinario, pero igual de indefensa que siempre), así como los desdoblados cuatro amigos traidores del protagonista (sincronizados, perturbadores), resultan un soberbio soporte para la obra. También el vestuario, de Davidelfín, muy davidelfín: blanco y negro, algo de rojo. Para cada estadio de cada personaje, un color, un patrón, un símbolo. Del mismo modo, la reinterpretación de las palabras, palabras, palabras de la obra: el libro que lee Hamlet fingiendo haber enloquecido no son más que las ondas del agua, premonitorias; el juego del espejo entre los actos de ese rey torturado por sus pecados pero que se niega a la contricción y el alma del rey por él muerto; la luz roja, como tormento de las ánimas de quienes fueron malvados, que se retuercen y penan, condenados a repetir las mismas acciones que en vida una y otra vez, como ir en bici, (que el director convierte en un juego de niños malévolo) o recoger manzanas brillantes que no están, que no van a volver a estar. Y finalmente, como queda dicho, la belleza indudable y en ocasiones conmovedora de la puesta en escena: la lluvia; los espacios móviles que crean las cortinas; el espejo de almas en que deviene ese agua que la reina, cautiva de sí misma y su cobardía, nunca llega a pisar. Casi cuatro horas de función, con esos diálogos tan certeros y una atmósfera articulada y cautivadora, da que pensar; piensen.
A. ALONSO COLINAS
HAMLET
William Shakespeare
Intérpretes (por orden de intervención):
Blanca Portillo
Asier Etxeandia
Hugo Silva
Quim Gutiérrez
Susi Sánchez
Manuel Morón
Félix Gómez
Nur Al Levi
Aitor Luna
Eduardo Mayo
Damià Plensa
Santi Marín
Manuel Moya
Traducción: JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ
Composición musical: SILENCE
Escenografía: NUMEN
Vestuario: DAVID DELFÍN
Iluminación: JUAN GÓMEZ CORNEJO (aai)
Diseño de sonido: MARIANO GARCÍA
Colaboradora de Dirección: LIVIJA PANDUR
Versión y Dirección
TOMAŽ PANDUR
Una producción del Teatro Español
Temporada 2009
Martes a sábado 20:00 h. Domingos 18:00 h.
Del 12 de febrero de 2009 al 12 de abril de 2009
Entradas a 22 euros. Martes y miércoles, y el día 27 de marzo, 25% dto.
Totalmente de acuerdo.
Si se quiere crear, que se cree. Y si se quiere ser original, abundan las obscenidades, búsquense
obras nuevas y con nuevos medios.
Pero respétese la obra de otros. No plagien y no quieran ser grandes con el trabajo de otros.
Saludos. Gonzalo Cuesta.
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