El secreto de la generación del 98
Andrés Merino
Desde tiempo inmemorial la lectura de los clásicos ha sido concebida como “condictio sine qua non” para conseguir una óptima formación humanística. No han faltado debates para precisar qué entendemos por clásico en sentido estricto y cuál ha sido su peso real en la cultura occidental, ni investigaciones sobre la percepción que escritores consagrados han tenido sobre los autores que les han precedido en su viaje al Parnaso. Una catedrática de Literatura de la Universidad de Barcelona, Carme Riera, conocida no sólo por su labor académica sino por la autoría de novelas y cuentos, nos propone ahora un ensayo sobre la percepción que de los clásicos tuvo José Martínez Ruiz, “Azorín”. Es un tema original que nos lleva al ambiente de los creadores españoles de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. No todos sostuvieron que los clásicos eran bálsamo o cura de todo mal estético, pero el escogido presenta un perfil singular.
Según Riera, Azorín pasó, básicamente, por tres etapas en relación con los clásicos españoles. Primero los aceptó como parte de un acervo cultural. Pero durante una década, entre 1893 y 1904, como hicieron muchos de sus compañeros de la generación del 98 (Pío Baroja, Ramiro de Maeztu o el propio Antonio Machado) sintió hacia ellos un rechazo cuasi ideológico, y al final los acabaría aceptando de nuevo, convirtiéndose, a partir de 1905, en uno de sus principales defensores. Si no podemos dedicar más que elogios a la práctica totalidad del ensayo que nos ocupa, por su claridad de exposición y estilo, permítasenos al menos mostrar el asombro del profano al acercarnos a ese pequeño secreto que revela la autora sobre la Edad de Plata de la historia de nuestra literatura. Que en aquella década de depresión política nacional, a punto de perder Cuba, los escritores sucumbieran a una suerte de decepción personal con su país y la proyectaran también hacia su pasado literario es comprensible. Quién sabe qué secretos mecanismos de acción y reacción permitieron que de la postración psicológica del desastre del 98 naciese la capacidad creadora que hizo posible las grandes obras de novela, teatro o poesía que regalaron las primeras décadas del siglo pasado.
El ensayo presenta un Azorín con luces y sombras, pero la visión de los clásicos del escritor aporta un punto de vista nuevo para quien se acerque a la historia de la literatura. Como afirma Riera, él la entendía como “una historia de la sensibilidad”, reclamando que lo mejor no era tanto “saber, sino sentir”. Al final, si hemos entendido bien, lo que nos propone el alicantino no es tanto dominar fechas, técnicas o escuelas, sino sentir como lo hacían el marqués de Santillana, Garcilaso de la Vega, Cervantes o Góngora. Quiere decirse.
“Azorín y el concepto de clásico”
Carme Riera
Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 153 pág.
ISBN: 978-84-7908-918-4