María Jesús Burgueño
Se puede hablar de la prehistoria de la acuarela si tenemos en cuenta los manuscritos iluminados de la Edad Media y del Renacimiento, donde se pintaba en pergaminos o sobre materiales poco absorbentes. La acuarela evoluciona como un medio autónomo de expresión artística a partir del siglo XVIII asociado al gusto por lo pintoresco y al desarrollo del romanticismo, convirtiéndose a lo largo del siglo XIX no sólo en una técnica sino en un género con identidad propia.
Hay acuarelas mucho mejores que cuadros realizados con óleo, sin ninguna duda, pero aún no están lo suficientemente valorados. En general los grandes artistas se acompañan durante toda su vida de este tipo de técnicas (acuarelas, gouaches…) como pasa con Picasso, Miró, Vicente Huidobro, Sonia Dalaunay, Blaise Cendrars y Delaunay, Joaquín Torres-García, Blanchard, Turner, Paul Klee, Kandiski, Pradilla, Fortuny.
Dado el interés creciente que está experimentando esta técnica recuperamos un reportaje que puede ser de interés en la actualidad ya que se están dando una serie de circunstancias especiales que hace que el mercado, los coleccionistas y los museos muevan este tipo de obra. Esta misma semana Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía
Tomás Llorens, entonces conservador jefe del museo Thyssen Bornemisza, nos comentó que “Se mueve obra muy importante en el mercado del arte. Las salas de subastas nacionales e internacionales sacan con frecuencia obra muy buena. En el ámbito internacional el coleccionismo de la acuarela es algo más conocido y valorado”. Las obras de los grandes acuarelistas anglosajones del XIX están muy bien representadas en los museos ingleses y americanos, siendo magnífica su conservación. En alguna ocasión ha salido al mercado obra de Turner, Cozens, Constable, etc., pero a unos precios altísimos, ya que casi todos los cuadros de estos artistas se encuentran en colecciones institucionales. En el museo Thyssen hay pocas acuarelas pero de gran calidad, son pinturas muy importantes de pintores modernos, concretamente, dos acuarelas de Cézanne, también hay obra de los expresionistas alemanes Heckel y Kirchner, y un conjunto muy importante de acuarelas de Kandinsky de los años 20 y 30. De Paul Klee tres maravillosas acuarelas, junto con otras obras de la vanguardia de principio de siglo, de Prendergast, etc.”
También y paralelamente a los comentarios que realizaba Llorens, Jose Manuel Matilla, jefe del departamento de dibujo y pintura del museo del Prado, opinaba que “El museo de El Prado tiene obra de acuarelistas españoles del siglo XIX, sobre todo de Fortuny y de Eugenio Lucas. También son importantes las acuarelas anónimas francesas del siglo XVIII. Aunque este museo no tiene una gran colección de acuarelas, unas 250 obras, si son de un gran interés y de una exquisita calidad, casi todas proceden del museo de Arte Moderno o adquiridas al final del siglo XIX. En los
El desarrollo de la acuarela asociado al gusto por lo pintoresco hace que el tema preferido sea el paisaje pero también se utiliza para otras finalidades, por ejemplo apuntes, escenas orientales, estudios para posteriores ejecuciones al óleo, etc. A comienzos del siglo XX se utiliza la acuarela en el ámbito del expresionismo alemán, concretamente en el caso de August Macke, obra que está muy próxima a la de Paul Klee; arrancan a la acuarela del paisaje llevándola hacia las composiciones abstractas, a esta nueva forma de expresión se une Kandinsky, al mismo tiempo se desarrolla la acuarela en las vanguardias rusas unidas a proyectos de decorados teatrales. En cuanto a la acuarela en España, podemos destacar la de finales del XIX gracias al impulso de grandes pintores que trabajan en Roma y -explicaba Tomás Llorens- a la influencia de Fortuny, pintor que fija las bases que seguirán otros acuarelistas de los que aún hoy en día se ha estudiado muy poco pero que tuvieron una presencia importante en el arte español de finales del XIX y principios del XX, entre los que destaca Pradilla, cuya obra en acuarela es realmente extraordinaria.
El hermano pobre
Tradicionalmente en España no ha habido inquietud por esta técnica, ha sido el hermano pobre en los museos. No se trata de falta de interés por este tipo de obra, según José Manuel Matilla, si no que el museo se plantea prioridades a la hora de llevar a cabo una política de adquisiciones. El Prado lo que hace es estudiar qué tipo de lagunas tiene y, según la importancia de éstas, actuar en consecuencia. En los últimos años hay un gran interés por parte del Estado, así como de colecciones públicas y privadas por adquirir todo lo que sea obra sobre papel, esto se ha notado en las subastas nacionales e internacionales. Este interés ha hecho que se revaloricen las obras.
Es más fácil falsificar una acuarela que un óleo, la técnica de la acuarela es muy simple. Por otra parte, la catalogación de las acuarelas está a un nivel muy elemental -según Tomás Llorens- por lo que su recomendación era la de acudir siempre a expertos muy prestigiosos y muy especializados y con una línea muy directa con la obra y vida del acuarelista, ya que son los únicos que pueden asegurar su autenticidad. Los estudios y análisis del tipo de papel, de pigmentos, etc., pueden ayudar a clasificar estas pinturas, pero no son decisivos”. Internacionalmente el tema de las acuarelas está muy controlado -explica Llorens- pero, en el caso de España, me temo que se falsifica de todo, probablemente el más falsificado sea Fortuny. Para este prestigioso experto hay grandes acuarelistas aunque si tuviera que citar alguno se inclinaría por Turner, Homer y Klee.
Por otra parte también desde el Museo Reina Sofía nos comentaba, Arturo Rodríguez, jefe del departamento de dibujo y grabado que “En el museo hay un fondo importante de pinturas sobre papel, entre los que destacan las de Dalí, Picasso, Miró, Julio González, los noucentistas, Benjamín Palencia, Alberto, Tápies, Guinovart, el grupo El Paso, Gordillo, Alcain, Eva Lootz, Albacete, Miura, Quejido, etc. “Hay acuarelas mucho mejores que cuadros realizados con óleo, sin ninguna duda, pero aún no están lo suficientemente valorados. En general los grandes artistas se acompañan durante toda su vida de este tipo de pinturas como pasa con Picasso o Miró”.
Una buena conservación de cualquier pintura de agua sobre papel es muy sencilla, -explicaba Rodríguez- el papel si no sufre una exposición directa al sol o la aplicación de un foco de luz artificial, es un soporte muy estable. En cuanto a la conservación de los pigmentos la calidad de los materiales empleados es fundamental, pero como norma básica nunca colocarlos encima de un radiador. Si vivimos en una zona de humedad debemos conservar estas pinturas con un enmarcado especial que mantenga aislada la obra. Si compramos acuarelas para guardar es conveniente guardarlas individualmente y siempre en plano, en carpetas no ácidas, apiladas y separadas con un papel de seda. El gouache es muy delicado a las ralladuras, por lo que la precaución a la hora de conservarlo es parecido a las acuarelas pero sabiendo que la fricción sobre esta pintura puede producir brillos, marcas de roces, rallados, etc.
Las acuarelas son muy frágiles, explicaba Tomás Llorens, sufren sobre todo con la exposición a la luz, la pérdida de intensidad de color por este motivo es definitiva. En general, podemos decir que una acuarela es muy poco tratable, sólo se puede hacer pequeñas restauraciones. A lo largo de la historia han cambiado los pigmentos, desde principio del siglo XX se ha enriquecido la gama de colores para comodidad del artista, pero los pigmentos son más frágiles y sensibles al deterioro producido por la luz. En cuanto al gouache la diferencia con respecto a la acuarela es la intención estética y su finalidad, el pintor lo usa fundamentalmente para estudios o bocetos. El gouache no crea un género no está fijado un canon académico como la acuarela. Si tuviéramos que diferenciar una técnica de otra, fundamentalmente, diríamos que el gouache tiene cuerpo, mientras que en el caso de la acuarela el pigmento se queda impregnado en el soporte que es el papel y en el caso del gouache se mantiene por encima del papel como una capa que se podría separar mecánicamente.
La regla que se sigue para exponer las acuarelas en el museo Thyssen, según Tomás Llorens, es la de exponerlas tres meses cada dos años, aunque en consonancia con los esta práctica se ha hecho más restrictiva: tres meses cada tres años, ocho horas de exposición a la luz y una intensidad inferior a 50 luxes. Y por supuesto con un filtro total de cualquier tipo de radiación ultravioleta.
En casa no debemos ser tan estrictos pero si sabemos las reglas básicas podremos conservar nuestro patrimonio como en un museo. La mejor forma de conservar las pinturas sobre papel es guardadas en carpetas individualmente, o separadas por papel de seda, sobre todo si la obra está realizada con pastel y es una pintura antigua extremar las precauciones ya que los pigmentos carecen de fijación y se pueden desprender. Siempre en plano. Si queremos tener una acuarela o gouache colgado, nunca lo colocaremos cerca de una ventana, ni en un lugar soleado y, por supuesto, huiremos de los radiadores, o de focos de humedad.
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