Asesorías en el Barroco
Andrés Merino
Entre la prolífica obra de Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) siempre ha destacado la dedicada a la compleja situación política y social de su tiempo, marcado por el inicio de la decadencia de la Monarquía de España, que hubo de hacer frente durante el siglo XVII a un cúmulo de problemas de tan variada índole que resulta de difícil comprensión que resistiese tantas décadas a sus embates. Ante tal panorama, el escritor desarrolló lo que Lía Schwartz denomina una “moral de resistencia”, fundamental para la supervivencia intelectual en su época. Esa es la tesis fundamental del estudio “Política y literatura en Quevedo: el prudente consejero de la Monarquía”, que constituyó la lección de apertura del curso académico 2006-2007 que la especialista pronunció en la Universidad de Cantabria y que ha editado su Servicio de Publicaciones en una separata de gran interés.
Schwartz inicia sus consideraciones con una interesante aportación sobre el perfil quevedesco: el extraordinario prosista se debatió continuamente entre la composición de obras –literarias, políticas y filosóficas- o el paso directo a la acción política abierta. Es cierto que de esa indecisión nos hemos beneficiado generaciones de lectores en la historia de la literatura, pero permanece en la penumbra de la duda si un mayor protagonismo político del literato nos hubiera hurtado buena parte de su creación escrita. No es una cuestión baladí. Quevedo fue, como sabemos, agente del duque de Osuna, hasta que éste fue destituido en 1619. Eso le costó incluso un retiro forzoso en Uclés y la Torre de Juan Abad, que le retrajo sin duda de eventuales incursiones posteriores en la res pública. Luego, en la década 1621-1631, apoyó con esperanza la privanza del propio Conde Duque de Olivares, cuando la inexperiencia de Felipe IV podía aún disfrazarse de juventud. Sus últimos quince años, como sabemos, fueron de desilusión, con una curiosa mezcla de sátira y serenidad creativa.
Como señala la autora del ensayo –sería ésta, a nuestro entender, una segunda pero no menos importante tesis-, Quevedo comienza a remitir memoriales al Rey y al Conde Duque para rescatar su propia imagen, separándose de sus anteriores protectores, presentándose a sí mismo como consejero ecuánime, apareciendo como un humanista completo, atento a los clásicos –griegos, latinos o incluso renacentistas castellanos e italianos- que reflexionaron sobre el ejercicio del poder y sus límites. Es el momento de dar consejos “a medida”, donde se revela la extraordinaria habilidad del escritor, que conocía a perfección el sutil campo donde se jugaba la partida en la corte. Como muestra, un botón: no era fácil la posición de don Gaspar de Guzmán, con gran parte de la nobleza en su contra. ¿Qué aconsejar al monarca? Pues tomar prestado un breve consejo de “Política de Dios”: “no es conveniente que un rey lleve consigo a la guerra a toda la nobleza (…). La nobleza junta es peligrosísima; porque no sabe mandar, ni obedecer”.
“Política y literatura en Quevedo: el prudente consejero de la Monarquía”
Lía Schwartz
Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 34 pág.
ISBN: 84-8102-418-X