Cádiz y el teatro moderno
Andrés Merino Thomas
¿Es Leandro Fernández de Moratín el único dramaturgo español del último tercio del siglo XVIII? Obviamente no, pero en ocasiones su figura parece desbordarse para abarcar toda una centuria sin dejar cabida a otros escritores que también aportaron particulares visiones de lo que podía representarse sobre las tablas durante el reinado de Carlos IV y sus inmediatos sucesores. Juan Ignacio González del Castillo nació en 1763 y falleció en 1800. Su obra se inscribe en un momento clave en la dramaturgia española: la transición del entremés clásico barroco al sainete dieciochesco, del que Moratín sería principal pero no único exponente. Que la colección Clásicos andaluces, impulsada por la Fundación José Manuel Lara, haya recogido en un cuidado volumen una antología de quince obras entre los ya más de veinte títulos que la integran no es sólo un acertado homenaje, sino motivo de feliz celebración por la aportación que supone al estudio de nuestras letras. González del Castillo es un autor casi desconocido por las nuevas generaciones de estudiosos de la literatura española.
El teatro breve siempre tuvo gran tradición en España, donde la aparente larga distancia entre comedia y tragedia fue siempre recorrida por animadas caravanas de escritores que no siempre distinguieron con nitidez ambos géneros. Por eso asombra más aún que las piezas breves acogieran auténticos malabarismos que permitían pasar de las lágrimas a las sonrisas en tiempo récord. Nuestro autor nació en un Cádiz cosmopolita –permítasenos el término al hablar de ese tiempo-, abierto al comercio ultramarino y a una Ilustración balbuciente, con todas las especialidades españolas que quieran subrayarse, pero Ilustración al fin. Como bien señalan Romero y Sala en su estudio introductorio, la comicidad de González del Castillo fue, por ejemplo, mucho más exagerada que la de otro gran sainetero –este madrileño, quizá más refinado, más cortesano-, “Don” Ramón de la Cruz. Quizá nos sea criticado este ejercicio de sociología de la literatura, pero el autor de los sainetes que nos ocupan escribió para un público con unos caracteres concretos como eran el mercantilismo, la vida urbano-marítima o burguesa. Era un Cádiz “de cuenta atrás”, que comenzaba a abandonar el denominado Antiguo Régimen, sin ser consciente de poco después iba a convertirse temporalmente en el último reducto de España durante la invasión napoleónica.
Juan Ignacio González del Castillo falleció el 14 de septiembre de 1800, ocho años antes del comienzo de la Guerra de la Independencia y a doce de la aprobación de la Constitución de 1812. Pero su éxito le sobrevivió. Cuando los diputados salían de las intensas reuniones preparatorias de la Carta Magna, acudían al teatro repleto donde se olvidaban por unos momentos los sinsabores de la guerra o la política con sainetes que criticaban la costumbre del cortejo, como “La boda del Mundo Nuevo”; consagraban el nacimiento de costumbrismo andaluz con piezas como “El día de toros en Cádiz” o “El robo de la pupila en la feria del puerto”.
“Sainetes escogidos”
Juan Ignacio González del Castillo
Edición, introducción y notas de Alberto Romero Ferrer y Josep María Sala Valldaura
Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 530 pág.
ISBN: 978-84-96824-39-3
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