Una ciudad, un escritor, un siglo
Andrés Merino Thomas
Cuando en 1668 el ilustre florentino Cósme de Médicis recogió por escrito el recuerdo de su paso por distintas ciudades españolas no pudo dedicar a Córdoba más elogio que su gran tamaño, pues entendió que su desarrollo urbano era quizá lo único que conservaba del esplendor califal medieval. En el siglo XVII, la joya de los omeyas se había convertido en un paradigma de estrechez de calles, de mala calidad de sus construcciones –muchas de ellas ilegales- y de insalubridad. No quiere eso decir que la villa, en medio de una formidable crisis económica y política, no albergase una notable vida cultural que no dio tiempo a conocer al egregio visitante. También acogía un compendio de singulares rasgos de convivencia social que son expuestos por Francisco José Álvarez Amo e Ignacio García Aguilar en “La Córdoba de Góngora”, un nuevo volumen de la colección “Ciudad Escrita” con los que la Universidad de Córdoba pretende acercar al lector la personalidad cultural de los dos mil años de historia de la urbe.
Los autores han optado por una original sistemática para presentar su ensayo. Parten de un capítulo a modo introductorio, “La Córdoba del misticismo y la leyenda”, cuya ubicación no acabamos de entender, pues parece compuesto de retazos que corresponden a los tres restantes. Es en el segundo donde, de manera muy acertada, se envuelve al lector con la presencia del Barroco en vida cotidiana y fiesta, lo que han denominado “La Córdoba de la apariencia festiva”. Especialmente revelador nos parece el estudio de la plaza de la Corredera como doble arquitectura, urbana pero también simbólica. El tercer capítulo es un auténtico guiño literario, “Patologías de la Córdoba barroca”, sobre la estructura social, el pensamiento o el orden político, sin abandonar la alusión a las leyendas que continuaron construyendo durante el XVII la imagen literaria de la ciudad. Pero es la cuarta parte donde encontramos la mayor referencia histórica a la figura de Góngora y el ambiente intelectual y artístico que rodeó su lugar de nacimiento, el de sus inmediatos antepasados y el de quienes le acompañaron durante los años de vida que pasó en sus barrios y plazas.
Aunque el poeta naciera en la ciudad el 11 de julio de 1561 y fuera canónigo beneficiado de su catedral, viajó por España y vivió en la Corte de Madrid, de la que salió desengañado. Regresó varias veces a su ciudad natal, pero no lo hizo definitivamente hasta dos años antes de su muerte, cuando ya había perdido la memoria y la salud. Para entonces don Luis de Góngora ya había dejado su herencia, una nueva forma de escribir, el denominado culteranismo, toda una estética del Barroco español. Y como nos recuerdan Álvarez y García, en ese mismo siglo la imprenta penetró definitivamente en Córdoba, estableciéndose entre diez y quince impresores. Muchos más de los que lo hicieron en la misma época en otras capitales peninsulares. Este y otros datos aportados por los autores dotan a “La Córdoba de Góngora” de singular interés para historiadores de la literatura.
“La Córdoba de Góngora”
Francisco José Álvarez Amo e Ignacio García Aguilar
Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, 147 pág.
ISBN: 978-84-7801-906-9
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