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Aportaciones sobresalientes en torno a una soberana

 

Andrés Merino Thomas

El perfil humano de los monarcas que se vieron envueltos en la tragedia religiosa, social y política que supuso el cisma anglicano suscita aún hoy muchos interrogantes para historiadores y lectores. Los reinados de Enrique VIII y sus tres hijos y sucesores, Eduardo VI, María I e Isabel I son un auténtico pozo sin fondo sobre los que podría escribirse desde infinidad de perspectivas. Pero uno de ellos ha arrastrado desde el siglo XVI el injusto peso de campañas de críticas y leyendas infundadas que, de merecer algún reproche, correspondería en igual medida a su padre y hermanos. María, más conocida como María Tudor, fue la hija primogénita del Rey Enrique de Inglaterra y la Infanta Catalina de Aragón. Fue también, por tanto, nieta de los Reyes Católicos y prima carnal de Carlos V, con quien llegó a estar prometida, si bien acabaría contrayendo matrimonio con un joven Felipe II, falleciendo poco después de que éste alcanzase el trono de España. Fue por ello, dato poco conocido, reina consorte de nuestro país durante casi dos años. Hasta hoy, la biografía más divulgada de la soberana era el estudio de Félix de Llanos y Torriglia, publicado en 1946. Más se sesenta años después, con la edición del voluminoso ensayo de María Jesús Pérez Martín, nos atrevemos a señalar que la aportación al conocimiento del personaje es monumental, pues los trazos que se ofrecen sobre la vida y época de quien ocupó el trono inglés entre 1554 y 1558 son de tal amplitud y minuciosidad que ante nosotros aparece un personaje diferente, con facetas que han permanecido silenciadas en interesada penumbra.

La obra no puede entenderse sin una premisa fundamental, que no es otra que la identificación de sociedad y creencias religiosas en el siglo XVI. Ciertamente son parámetros bien distintos a los que predominan en la actualidad, pero desconocer su peso fundamental en la Europa de la Reforma impide comprender los mecanismos psicológicos que motivaron las acciones de cada una de las personas que rodearon la vida de María Tudor. Y por supuesto, las grandes decisiones de la propia soberana. El lector habrá comprendido que no nuestro objetivo justificar acciones concretas al comentar libros de historia, pero sí buscar la explicación o motivación de obras y actitudes. En este sentido, Pérez Martín expone la lógica actitud de María al verse declarada bastarda por decisión de su padre al contraer matrimonio con Ana Bolena, su frustración al verse preterida en el trono por el nacimiento de su hermana Isabel y la nueva confusión que siguió a la posterior llegada de un varón habido de un tercer enlace; su visión del catolicismo como refugio de la inestabilidad espiritual y social de la que ha sido testigo; su voluntad de que Inglaterra regresara a la fe de sus antepasados… La autora no se recrea en los excesos de uno u otro bando, ni carga las tintas contra inquisiciones anglicanas ni supuestas conspiraciones, pero muestra un exquisito rigor en la descripción del asfixiante ambiente cortesano y diplomático que se vivió durante el largo y complejo proceso canónico que rechazó la nulidad eclesiástica del matrimonio de Enrique VIII.

Hay en la biografía de María Tudor dos perfiles, que en principio podríamos denominar como accesorios, sobre los que Pérez Martín ha manifestado una especial debilidad. Nos referimos a dos personajes que influyeron de forma notable en la coherencia personal de la reina, salvando por supuesto las figuras regias de Catalina de Aragón, cuya dignidad soberana aún se recuerda en el Reino Unido, y Felipe II, esposo un tanto desdibujado por intrincados vericuetos geoestratétigos no del todo definidos en el libro. Se trata de Santo Tomás Moro, Lord Canciller de Enrique VIII, al que María conoció en su infancia y que fue ejecutado en 1535, y de Reginald Pole, uno de sus primos lejanos que tuvo que exiliarse a Italia, donde defendió siempre su causa y del que se habló incluso como posible candidato como esposo, aunque finalmente fue nombrado Cardenal. Aparecen no pocas referencias a la correspondencia con Pole, o a sus denodados esfuerzos por hacer comprender en otras Cortes europeas la posición de Londres en cuestiones delicadas, no sólo en conflictos de fe. Es inquietante comprobar como trascienden en el tiempo leyendas ideológicas. Todavía se habla de ella como “María la sanguinaria”, pero fue, por ejemplo, la primera soberana inglesa que en su testamento se apiadó de los soldados pobres y mutilados, dejando un legado para su atención y ayuda. Qué cosas.

“María Tudor. La gran reina desconocida”
María Jesús Pérez Martín
Madrid, Rialp, 927 pág.
ISBN: 978-84-321-3699-3