Tesis, antítesis y sobredosis
Andrés Merino Thomas
Prueben a definir de forma sucesiva, coloquialmente, dos conceptos aparentemente dispares. Filosofía y… sentido del humor. Casar tal ciencia con una de las mejores cualidades de todo del ser humano ha sido el reto de Ramón Irigoyen en “Una pequeña historia de la filosofía”, singular ensayo ilustrado por Patrice Blanquart y en principio dirigido a todo tipo de lectores. Si tuviésemos que resumir en una palabra la sensación que suscita la lectura del texto hablaríamos sin duda de… perplejidad. Pero vayamos por partes. Nos encontramos ante lo que parece ser una clara opción de oferta hacia público infantil, casi una Biblia de esas que se regalan a un sobrino o ahijado llenas de dibujos con la historia abreviada y razonada de Noé o José y sus hermanos. O un relato de aventuras de piratas o del salvaje oeste. Pasajes amenos, letra bien grande, títulos y mensajes cortos. Uno de esos libros que en los estantes de cualquier centro comercial llaman la atención y nos gritan “¡llévame, conmigo aciertas seguro!”. Enhorabuena a Oniro; estas cosas las hacen como nadie y es de justicia reconocerlo. Un punto.
El segundo punto, ganado con los mismos méritos. Una redacción envolvente, amena, ágil, que en no pocas ocasiones provoca algo más que una sonrisa. En la primera mitad, incluso carcajadas. Giros elaborados y ocurrencias de buen escritor. Sigamos, porque vienen curvas. Dos éxitos que pronto devienen en contradicción. Porque el problema es que nos proponen una historia de más de veinticinco siglos de filosofía, y aunque sea para observarlos desde la perspectiva más divertida, necesitamos una sistemática, unos cuántos parámetros concretos. Vamos a reflexionar sobre el saber, de dónde venimos, a donde vamos. Con una sonrisa de oreja a oreja, de acuerdo, pero de la manos de decenas de personas que dedicaron su vida a la razón última de la razón primera de pisar este terruño que llamamos planeta tierra. Y es que hasta para construir una ironía hay que partir de una verdad. Por eso ya desde la primera página, con las primeras contradicciones en ideas, con generalizaciones inadmisibles no ya en sede académica sino en términos coloquiales, empieza a extenderse un tufillo a manipulación ideológica, una sobredosis de tópicos que inclinan la balanza y hace que se pierda el aroma a grata sensación de humor, y por tanto la de entretenimiento.
En este mismo plano no tiene ya importancia que se dedique, llamativamente, mucha mayor extensión a determinados filósofos o épocas de la historia, o que escuelas que, curiosamente, ofrecen muchos más flancos para el ataque humorístico se vayan de rositas. Tampoco sorprende la descalificación sin más de un pensador o un conjunto de ideas. ¿Qué más da? La ausencia de nombres o la presencia desbordante de otros de importancia más que cuestionable son, ciertamente, un derecho inalienable, algo así como una licencia literaria. Irigoyen ha hecho lo que ha querido. Faltaría más. Lo mismo que quien adquiere un libro y no éste en una librería. Pero desconcierta que con una idea inicial formidable y una prosa magnífica el autor haya preferido quedarse en la línea de salida en otros aspectos. Una lástima.
“Una pequeña historia de la filosofía”
Ramón Irigoyen
Ilustraciones de Patrice Blanquart
Barcelona, Oniro, 207 pág.
ISBN: 978-84-9754-378-1