¿Para uso o admiración?
Andrés Merino Thomas
El segoviano Torreón de Lozoya alberga hasta finales de este mes una muestra sobre una de las artes decorativas que alcanzó en la Europa del siglo XVIII un desarrollo y esplendor digno de admiración. Nos referimos al arte de la porcelana, cuya secreta composición, procedente de Oriente, fue averiguada por el químico alemán Johann Friedrich Böttger hace ahora trescientos años. Coincidiendo con este aniversario, Obra Social y Cultural de Caja Segovia nos propone en sus salas de exposiciones una formidable selección de doscientos cincuenta piezas procedentes de la primera manufactura de porcelana en el continente, la de Meissen (Sajonia), conservadas en la Colección de Brigitte Britzke. Comisariada por Carmen de Aréchaga, la muestra supone un homenaje a la primera fábrica de pasta de porcelana, origen de las que se fundaron posteriormente en Europa y que hoy forman parte de la historia de las Bellas Artes, como las de Capo di Monte (1743), Chelsea (1755) o Buen Retiro (1760).
Hemos escogido como muestra de tan especial arte un plato perteneciente a una vajilla realizada en torno a 1740, considerada la época cumbre en la producción de estos conjuntos en los que admiramos el delicado equilibrio entre lo funcional y lo ornamental que primó en su creación. Fue tal el éxito del tipo de decoración escogido para estos conjuntos de piezas de mesa, que aún hoy son imitados en su producción en serie comercializada por doquier. Nos referimos a uno de la vajilla Christie-Miller, la última familia a la que perteneció antes de incorporarse a la colección Britzke (su autoría desconocida motiva tal denominación). Con forma octogonal, su orla muestra ricos ornamentos realizados con un minúsculo contorno negro y a base de sobredorados. En su fondo, también octogonal, se nos propone un paisaje fluvial presidido por un árbol frondoso. Su policromía es especialmente exquisita, y alcanza prácticamente a todo el paisaje holandés de la composición, en la que llama la atención la definición de las figuras del primer plano, o el detalle de las edificaciones de la derecha. En cuatro de los ocho espacios que constituyen la orla principal lucen otras tantas cartelas más, también policromadas, que ofrecen sus correspondientes paisajes en miniatura a semejanza del principal. Y alternando con ellas, en el fondo que proyecta el mismo plato, otras cuatro cartelas en claroscuro color púrpura, alarde estético que logra un notable efecto armónico que se despliega a lo largo del diámetro de la pieza.
Una pieza como la que hoy nos ocupa fue y es signo de distinción social. En pleno siglo XVIII, con la burguesía concluyendo su pugna por ocupar definitivamente su espacio en la vertebración económica, el acceso a objetos de excelencia como una vajilla de elevado precio se convertía en signo distintivo, en certificado de haber escalado un nivel personal y familiar envidiable. Los encargos ya no provenían sólo de la alta nobleza. La visión de un paisaje holandés, una escena portuaria o las denominadas “chinerías” al concluir una sopa o el estofado constituía un privilegio para el que un arte decorativa como la porcelana tuvo su papel. Y no precisamente menor.
“Plato de la vajilla Christie Miller” (ca. 1740)
Porcelana (25 cm de diámetro)
Colección Britzke
Exposición “La porcelana de Meissen en la colección Britzke”
Organiza: Caja Segovia. Obra Social y Cultural
Sede: Torreón de Lozoya (Pza. San Martín, 5)
Segovia, 16 de julio a 30 de agosto de 2009
Entrada gratuita
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