El negocio del olvido
Andrés Merino Thomas
La primera novela de Juan Martínez de las Rivas (Buenos Aires, 1957) es en realidad el primer volumen de sus memorias, que nos proporcionan la visión literaria de las dos décadas con las que ha iniciado una vida. Un periplo vital en el que, al haber rebasado lo que bien podría haber sido un paso de ecuador, parece decidido a detenerse con delectación para ajustar cuentas con una infancia y primera juventud en la que quedaron no pocos cabos sueltos. No hemos comenzado por el final. Fuga lenta es una licencia literaria. Debe serlo, porque de huir, nada de nada. El autor ha regresado de lleno a su pasado, recorriendo de cabo a rabo sus orígenes familiares. El matrimonio fracasado de sus padres, los graves problemas económicos por los que atravesó su familia, los avatares de su educación en internados, colegios mediopensionistas privados y públicos de la España de los años 60 y 70… Toda una visión personal y conceptual de los que es crecer en un ambiente difícil. Rectifiquemos. No tanto crecer, sino evolucionar, en un sentido etimológico… y antropológico del término.
Estamos ante un relato áspero. No tanto en las formas. Sus primeras páginas. Incluso sus primeros capítulos tienes un regusto irónico de grato seguimiento. Casi promete convertirse en un irónico análisis de la sociedad del quiero y no puedo que adornó el desarrollismo madrileño de la España que consiguió comenzar a olvidar una guerra civil. Pero precisamente, de forma paralela al aprendizaje de su protagonista, la novela va revelando la crudeza, cuando no amargura, de la vida de un joven que ha de hacer frente a la novedad sin los apoyos necesarios de un entorno equilibrado. En este sentido, no son páginas especialmente gloriosas las que narran la estancia en el internado malagueño, o las que destilan cierta inquina a algunos colegios privados del Madrid de entonces. Ante ellas, probablemente el lector se sentirá ante textos según plantilla, de consumo, que no añaden nada más allá que las gamberradas o los traumas ya retratados en mejores novelas de la época. En Fuga lenta hay pinceladas de desorientación vital mezcladas con fuertes dosis de autocompasión. El joven estudiante describe sus sentimientos y desgracias trufando cada párrafo con un aroma que podría ser resumido con la frase “no podía haber sido de otra manera”.
Quien escribe estas líneas se pregunta si en realidad la novela contiene crítica social. Su protagonista opta, en no pocas situaciones, por sumergirse en lagos de olvido. Por confundirse en el paisaje. Por no destacar. Sus rebeldías, que las hay, no podemos negarlo en absoluto, acaban siempre siendo internas, mentales. Siempre concluyen en transacción, son objeto de negociaciones por los motivos más inesperados. Puede concluirse que el joven Juan nace con una extraordinaria capacidad de adaptación a las circunstancias adversas. ¿Es Fuga lenta la historia de una gran desilusión? ¿Podríamos aceptar entonces que la infancia y la juventud no es más que la evolución hacia una gran desilusión, hacia la pérdida de la inocencia en la vida, hacia el realismo más absoluto? Incluso en la referencia a los veraneos en el norte de España, en Málaga o aquellas vacaciones en Alemania, quizá los momentos más idealistas entre los recogidos en el relato, se van cosechando colecciones de pragmatismos. De necesidades de adaptarse a lo que la vida ofrece. Y nada más. Entonces sí. Cuando unas memorias escritas como relato se nos presentan de ese modo, nos encontramos ante una novela pesimista.
“Fuga lenta”
Juan Martínez de las Rivas Maroto
Barcelona, Acantilado, 375 pág.
ISBN: 978-84-92649-11-2