Ningún espejismo es capaz de generar tantas efímeras bellezas como la pura realidad que puede contemplarse en la zona más profunda de Túnez, allá donde las inmensas arenas siluetean el mayor desierto del mundo, que con sus nueve millones de kilómetros cuadrados es compartido por once países africanos. Decía Saint-Exupéry por boca de su Principito, que lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte, pero contemplando la mágica belleza de las dunas infinitas o es fácil pensar en el agua, por muy profunda que se encuentre.
La capital de este espectacular paisaje es Tozeur, un lugar presidido por la arena y el agua, donde el horizonte desaparece para dejar espacio a tres desiertos entremezclados, el de arena, el erg, donde el viento esculpe incansablemente dunas móviles, el de los chott, serir, de cristales brillantes que devuelven sorprendentes espejismos y el de roca, el hamada, inmensidad pedregosa donde se pierde la mirada. Un mundo por descubrir, para dejarse conquistar o para fundirse con él, en un viaje fuera del tiempo, lleno de sensaciones, donde se mezclan cultura, tradiciones y la hospitalidad se practica como el valor más enraizado y verdadero.
Recorriendo Tozeur
Tozeur posee una completa infraestructura para el turismo, hay numerosos hoteles, algunos espectaculares en tamaño y equipamiento, buenos y variados restaurantes, interesantes museos e infinitas posibilidades de compras y para la práctica inevitable del regateo. La ciudad queda definida por el aspecto homogéneo de todos los edificios, de un ladrillo ocre que se fabrica en esta región, y las más de 200.000 palmeras que la convierten, de hecho, en un perfecto oasis. El mérito de este milagro se debe en buena medida al matemático Ibn Chabbat, que ideó en el siglo XII el sistema de irrigación por acequias que aún hoy es la vida de estas gentes. En otoño los recolectores se afanan haciendo piruetas en las palmeras para recolectar los preciados dátiles, sobre todo la variedad deglat ennour, dátiles translúcidos, dulces y jugosos, considerada la más sabrosa del mundo. Los dátiles siguen constituyendo hoy una parte importante de la alimentación de los tunecinos y tiene un alto valor simbólico para todos los musulmanes: tres dátiles y un sorbo de agua marca el final del ayuno de Ramadán.
La zona más animada de la ciudad es la avenida Habib Bourguiba, donde se encuentra la mezquita el-Ferdous, a la que no se permite la entrada a los no musulmanes, y el mercado central, un buen lugar para comprar a precios locales dulces, piezas de artesanía o el tradicional turbante, que vendrá bien antes de adentrarse en el achicharrante desierto. Hay que pedir al vendedor que muestre cómo enrollárselo en la cabeza, aunque, como el rebozo mexicano o el tropical pareo, hay mil formas de hacerlo. Alguno tal vez se anime a ponerse la mucho más tradicional y elegante shashia, el típico gorro de lana rojo que se utiliza en Túnez desde el siglo XIII.
El barrio de Ouled el Hadef, que data del siglo XIV, merece un paseo tranquilo, sus calles pasan bajo espesas bóvedas y desembocan en animadas plazoletas, las fachadas de las casas, de las zauía y de las mezquitas están adornadas con ladrillos que forman dibujos geométricos, versos coránicos y motivos florales. Siguiendo por al avenida Abdulkhacem Chebbi, se llega al complejo Dar Cheraït.
Más reciente es el Parque Chak Wak, creado igualmente por el antiguo alcalde de Tozeur, en el que se recrea una interpretación liberal de la historia y la religión, y en el que no faltan el arca de Noé, el paso del mar Rojo por Moisés o las hazañas de uno de los tunecinos más ilustres: Aníbal. No muy lejos está Planet Oasis, un gran entro cultural en el que se realizan representaciones musicales con tecnología de última generación que suele definirse como «la tienda bereber más grande del mundo».
Desde Tozeur pueden emprenderse numerosas excursiones a cual más apasionante. Una de las inevitables es hacer la ruta que cubre el trayecto entre Tozeur y Kebili. Una llanura blanca, brillante e infinita, interrumpida sólo por la carretera que se pierde en el horizonte, constituye una visión onírica con los cristales de sal formando brillantes reflejos azules, blancos y verdosos. Hasta mediados del siglo XIX este camino era recorrido por las caravanas de esclavos que se dirigían al mercado de Kebili. El lago salado de Chott el-Djerid cubre unos 5.000 km2 y la mayor parte del año está seco, por lo que es posible andar sobre su superficie. Los más osados pueden animarse a utilizar un medio de locomoción mucho más original: velas de windsurf unidas a un curioso cochecito o a una tabla con ruedas en los que volar a 20 kilómetros por hora.
Aquí fue donde el protagonista de la Guerra de las Galaxias, Luke Skywalker, contempló las dos lunas, y excepto por algún tenderete de recuerdos, el paisaje sigue presentando el mismo aspecto irreal y uno parece capaz de repetir el prodigio. Por cierto que el éxito mundial de la película supuso un gran espaldarazo de promoción para esta zona de Túnez y parte de las ganancias obtenidas cuando se estrenó la primera película se destinó a la Fundación Nacional de Ayuda que presta apoyo a las regiones más pobres del país en su lucha contra el desierto.
Suele llegarse hasta aquí en vehículos 4×4, pero haciendo previamente un breve recorrido en el legendario Lézard Rouge (Lagarto Rojo), un tren de vía estrecha inaugurado por el bey de Túnez en 1899 que llevaba a los principales lavaderos de mineral de fosfato. Atraviesa la garganta de Seldja, de 15 kilómetros de largo. Desde sus vagones de principios del siglo XX con asientos de cuero rojo se contempla un paisaje deslumbrante, un camino espectacular abierto a las leyendas.
El tren, los oasis de montaña y otros lugares de Túnez fueron los decorados elegidos para muchas de las escenas de la película El paciente ingles de Anthony Minghella que consiguió nueve oscars. Aunque otros muchos directores han encontrado en Túnez el escenario ideal para sus historias. Además de la mencionada Guerra de las galaxias y El paciente ingles, por aquí se rodaron En busca del arca perdida, La vida de Brian, Piratas del Caribe, Quo Vadis, Jesús de Nazaret y hasta se logró recrear ambientes japoneses para Madame Butterfly.
En Chebika vale la pena acercarse a su pintoresco manantial con un pequeño palmeral y una cascada alimentada por pequeños arroyos serranos subterráneos. Aquí se cultivan, sorprendentemente, albaricoques, melocotones, granadas, cítricos y plátanos en un terreno totalmente árido. Incluso tabaco a la sombra de las palmeras. Las casas abandonadas y las ruinas de la antigua Tamerza conservan su aspecto misterioso y ofrecen una visión imponente al atardecer. Por la noche se organizan cenas a la luz de miles de velas realmente espectaculares. En Mides la naturaleza y el hombre llevan echando un pulso desde que el tiempo existe. Las casas se encaraman al profundo cañón, que parece inclinarse cada vez un poco más. Gafsa, el oasis más al norte de la región, cuenta con un casco antiguo por el que merodear un rato a través de sus laberínticas calles. En sus singulares piscinas romanas los chavales del pueblo hacen saltos malabares, especialmente si hay turistas contemplándoles.
No se puede abandonar el sur de Túnez sin haber disfrutado la hospitalidad y la originalidad de una cena beduina. Aunque muchas de ellas tienen un cierto tufillo turístico, vale la pena cumplir el rito.
Uno de los ingredientes imprescindibles es la harissa, una parta tradicional bereber de guindilla, ajo, tomate concentrado y aceite de oliva, que está presente en todos los platos. Dicen que abre el apetito y que refuerza y desinfecta el organismo, incluido el aparato respiratorio. Se sirve a veces con pequeños pedazos de atún y aceitunas.
El plato tradicional en el desierto es el cordero asado en un cántaro de barro a la manera del sur, que se acompaña con ensaladas de tomate, cebolla, pepino, pimiento y ajo y, naturalmente, con el delicioso Jobz el Mella, pan cocido bajo la arena del desierto. Además puede haber mirmiz -un picante guiso de cordero con judías blancas-,y el kabkabu -otro guiso, con pescado, alcaparras, aceitunas, tomate y cebolla-. Por supuesto de postre dátiles y para rematar la comida, nada como saborear sin prisas un narguile o pipa de agua con tabaco de distintos sabores.
COMO IR
La compañía Tunisair comienza a operar vuelos directos desde Madrid a Tozeurs el 5 de noviembre de 2009 y los mantendrá, en principio, hasta el 25 de marzo de 2010, lo que permite un estupendo largo fin de semana en el Gran Sur tunecino. La salida de Madrid es a las 19:05 y el regreso desde Tozeur a las 15:35, el vuelo dura unas dos horas. Como promoción especial, hasta el 15 de octubre se ofrecen vuelos de ida y vuelta por solo 100 euros, para viajar entre el 5 de noviembre y el 25 de marzo. Info: www.tunisair.com Por su parte, Iberojet (www.iberojet.es) que copa más de 60% del mercado español a Túnez, propone una escapada de cinco días con varias excursiones por el desierto a partir de 289 euros, o programas más completos, de ocho días, con distintos recorridos con precios a partir de entre 499 y 559 euros dependiendo de los programas.
Texto y Fotos: ENRIQUE SANCHO
Más información:
Oficina Nacional de Turismo de Túnez
Alberto Aguilera, 11 – 1º C
28015 MADRID
Tel. 91 548 14 35 – Fax. 915 48 37 05
tunezturismo@yahoo.es
www.tourismtunisia.com/
El Ministerio de Cultura ha vuelto a batir su récord de inversión en bienes culturales…
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, presidió la última reunión del pleno de la Comisión…
Los miembros del Patronato de la Fundación, la directora y el equipo del Museo Helga…
El Amazonas, el arte latinoamericano y el descubrimiento de nuevas galerías protagonizarán las secciones comisariadas…
Hace 24 años que se desconoce el paradero de la obra Santa Cecilia que realizó…
La pasarela Mercedes-Benz Fashion Week Madrid anuncia a Valentina Suárez-Zuloaga como su nueva directora creativa,…