Extraña, serena quietud
Andrés Merino Thomas
Salomon Koninck nació en Ámsterdam hace cuatro siglos. Su obra tiene una íntima familiaridad con la de Rembrandt. Pintaba con especial maestría escenas religiosas, históricas y retratos. No es extraño que fuese valorado ya por sus coetáneos: era minucioso, detallista. Pero el más importante de los museos españoles, por motivos históricos, sólo conserva una de sus piezas, “Un filósofo”, que estos días forma parte de la muestra “Holandeses en el Prado”. A diferencia de la numerosa representación de la Escuela Flamenca, los conflictos bélicos del siglo XVII y sus consecuencias políticas, sociales y culturales hicieron imposible que el coleccionismo regio y posteriores donaciones, dotasen al Museo Nacional de Prado de una representación, en cuanto a Escuela Holandesa se refiere, que superase el centenar de obras. Cien es precisamente la cifra oficial que se proporciona en el primer catálogo razonado, obra de Teresa Posada Kubissa, que acompaña a la citada exposición de cincuenta y seis que constituye el formidable itinerario en el que puede contemplarse al filósofo de Koninck, el óleo sobre tabla que nos ocupa hoy y que, afortunadamente, se ha salvado de la criba de atribuciones erróneas que ha destinado a Pintura Flamenca a veintiséis anteriores compañeros de salas.
Contemplamos un hombre sentado, físicamente más cercano a la muerte que a la vida. El pincel ha desafiado a la ley de la edad, consiguiendo revelar que nos hallamos ante un ser cuya mente ha recorrido caminos arduos en los que el intelecto luchaba sin descanso en jornadas que desconocían cualquier horario, avanzando paso a paso por territorios inexplorados de inteligencia y experiencia. La tez blanca de la ancianidad se confunde con la escasez de luz natural de una vida de lectura y escritura junto a velas en las tierras bajas de Holanda. Las arrugas que surcan el rostro se prolongan en una larga barba que pende a su ser, propuesta con una curiosa técnica: finos trazos oscuros superpuestos sobre una base más clara e indefinida, que se adentra ya en su oscuro ropaje. Sus manos nos hablan de una extraña serenidad, una quietud activa que se atestigua vivamente mucho más en dos ojos minúsculos de enorme potencia expresiva. La izquierda sostiene el peso de una cabeza quizá cansada, mientras que la derecha dirige con firmeza la pluma que vierte decidida conocimientos que se plasman con nitidez, negro sobre blanco, en un escrito.
No podemos decir que haya sido sorprendido. Ha girado su mirada hacia el pintor. Aparentemente sin mostrar sorpresa, el medio ceño fruncido no llega a cuajar en enfado, pero constata el hecho de una interrupción. La edad ha consumido paciencia. Para siempre quedará la duda: quizá, en realidad, hubiera preferido continuar escribiendo su ensayo a ser retratado. Es un erudito. La forma en que sobre su mesa, como nos recuerda Teresa Posada en la correspondiente ficha del catálogo, han sido ubicado objetos componiendo un auténtico bodegón de libros, o la cortina, permiten clasificar la tabla en la órbita de “Estudioso ante una mesa con libros”, de Rembrandt. Más discutible nos parece que la comisaria de la muestra apunte la posibilidad de que el retratado pudiera ser un rabino, ante la presencia al fondo de la composición, en el nicho derecho, bajo el arco de medio punto, de un crucifijo, en nuestra opinión suficientemente esbozado, si bien es cierto que tanto gorro como barba del personaje pueden apuntar la posibilidad. Pero replicamos con la calavera que desde la hornacina alude a las representaciones del cristianismo barroco del tempus fugit, no vinculadas iconográficamente al judaísmo. En todo caso, el preciosismo de tantos detalles no hacen sino invitar a un debate en el que participamos gustosos y que interesará a tantos visitantes que en estos días pasan por las salas del Prado.
“Un filósofo” (1635)
Salomon Koninck (1609-1656)
Óleo sobre tabla (71 x 55,5 cm)
Madrid. Museo Nacional del Prado
Exposición “Holandeses en el Prado”
Organiza: Museo Nacional del Prado
Comisaria: Teresa Posada
Sede: Museo Nacional del Prado. Acceso Puerta de los Jerónimos
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