Texto y fotos: ENRIQUE SANCHO
Dicen las malas lenguas que entre Gaia y Oporto hay una rivalidad secular que nadie ha logrado superar. Dicen que entre la orilla sur y norte del viejo río Duero a su paso por Oporto -dos municipios, dos estilos de vida, dos enfrentados intereses- hay mucha más distancia que los escasos doscientos metros que las separan. Algunos, incluso, cuentan que las bodegas de Gaia (Vila Nova de Gaia, en realidad), con más de 50 compañías, no deberían utilizar la denominación Porto para sus vinos, pese a que la llevan usando desde hace más de 250 años y que es uno de los nombres que ha situado a la ciudad y a todo el país en el mundo.
Por eso, una de las primeras cosas que hay que hacer en Oporto es una breve travesía por su río, embarcando en una orilla y desembarcando en la otra, y extasiarse ante la suave cadencia de escenas que circulan ante los ojos. Los rabelos, réplicas de las antiguas embarcaciones que realizaban el transporte de mercancías por el Duero, se acercan a la desembocadura del río y a su manso abrazo con el Atlántico y luego remontan la corriente. A su paso, cien metros más arriba, se descubren los puentes de hierro de Maria Pia y de Dom Luis I, que construyeron Gustavo Eiffel y su aventajado discípulo, Teófilo Seyrig, declarados monumentos nacionales y sin más finalidad actual que la estética, o el impresionante puente de la Arrábida, de Edgar Cardoso que, con un vano de 270 metros, fue durante algún tiempo record mundial de puentes con arco de hormigón armado.
Situada junto al río, la Ribeira era en el siglo XV un puerto muy animado, en el que atracaban centenares de naves y carabelas que llevaban a Francia, Inglaterra y Flandes los productos de la tierra, entre ellos los vinos del Alto Duero. Hoy conserva un aire melancólico con multitud de restaurantes y terrazas frecuentadas por los no muy numerosos turistas que visitan la segunda ciudad más importante de Portugal -y la que le dio nombre: Porto Cale o Portus Calle como la llamaron los romanos- y que antes de venir aquí se sienten atraídos por la siempre poética Lisboa, la elegancia de Estoril, las soleadas playas del sur en el Algarve, o la piadosa visita a Fátima.
Mientras los dorados tonos de las casas, que dieron nombre al Douro, se reflejan en sus aguas, en el cielo se destacan las pesadas torres de la catedral fortaleza, símbolo del poder de los obispos al que se oponían los portuenses. De la silueta de la ciudad sobresale la alta Torre de los Clérigos, de atrevida belleza y de un barroco muy singular. En esta ciudad en la que conviven en rara armonía el románico, el gótico, el barroco, el neoclásico, la llamada arquitectura del hierro, y el atrevido cariz contemporáneo de la Escuela de Arquitectura de Oporto, presidido por Alvaro Siza, no es fácil encontrar elementos suntuosos, palacios o grandes residencias. La propia ciudad mantuvo a distancia a la nobleza, ya desde la Edad Media, que tenía prohibido vivir allí.
Lugares de interés
Aunque cueste trabajo alejarse de este placentero enclave, otros lugares de Oporto reclaman atención, como la famosa iglesia de San Francisco, cuyo interior destaca por el impresionante revestimiento de oro en sus tallas barrocas. Una exhibición de riqueza que produjo la indignación de los propios franciscanos, que incluso prohibieron el culto por incumplir el voto de pobreza que pregona esta hermandad.
Por el centro, hay otras visitas inevitables, como la famosísima Torre de los Clérigos, que se dice que es el campanario más alto de Portugal, con 76 metros de altura. Diseñada en el siglo XVIII propone una penitencia adelantada si se quiere disfrutar de la mejor vista de la ciudad: 225 peldaños que trepar. En la misma plaza hay un rincón con personalidad: la librería Lello&Irmao, abierta desde 1906. En su interior destaca su exuberante decoración en madera y vistosas escaleras de caracol. Para los portugueses es la librería más bella del mundo. No muy lejos está otro establecimiento con encanto, el viejo café Majestic, con un estilo de Belle Epoque y que transmite ese aire elegante de época dorada, un toque romántico que recuerda aquellos lugares de tertulia de artistas e intelectuales.
Pero los habitantes de Oporto se muestran especialmente orgullosos de su modernidad y de las obras maestras de arquitectura contemporánea que surgen aquí y allá en la ciudad. La Capitalidad Europea de la Cultura que la ciudad ostentó en 2001 permitió revitalizar su arquitectura, aunque algunas de sus obras más emblemáticas, como la Casa da Música, del holandés Kem Colas, no se inauguraran hasta dos años después. En cualquier caso, en la ciudad se encuentran algunas de las obras más representativas de su principal arquitecto vivo, Álvaro Siza, como la Casa Manuel Magalhaes, en la Avenida dos Combatentes, y la Facultad de Arquitectura, un armonioso conjunto de muros opacos y vanos por los que se filtra la luz, que son exponentes supremos del arte del arquitecto. Otros quince edificios en Oporto llevan la firma de Álvaro Siza, como algunas tiendas que salpican las grandes avenidas de la ciudad o la Fundación Serralves, cuyas líneas arquitectónicas dan todavía más esplendor a las bellas pinturas que cobijan sus muros. Todas las construcciones de Siza se caracterizan por el minimalismo constructivo, siempre acompañadas por la luz, que tiene que ser capaz de iluminar los espacios más pequeños que se puedan imaginar.
Oporto es también el punto de partida para descubrir el norte de Portugal, una región cargada de historia, monumentos, paisajes y culturas que dieron origen al país. Zona de montañas y declives acentuados, cubierta de frondosa vegetación, ríos y parques naturales. Con el granito de sus montañas se erigirían los muchos monumentos, de fe y de historia de la región. De fe, en las sobrias ermitas románicas y templos barrocos; de historia, en los castillos o en los incontables pazos y casas blasonadas, donde se recibe al visitante en la más aristocrática hospitalidad.
Bordeando el litoral atlántico se llena a la desembocadura del río Lima que nos recibe con sus aguas derramadas en el bravío Atlántico y con la belleza de Viana do Castelo, erigida sobre la foz del río y conocida como «La Princesa del Lima».
De camino hacia Braga, segunda punta del triángulo de ciudades esenciales e el note de Portugal, hay que hacer una escala en el Santuario de Bom Jesús. Lo mejor es salvar los 300 metros de desnivel utilizando el ingenioso funicular que funciona con agua y que fue el primero en instalarse en Portugal en 1882. Otra opción -mejor hacerlo de bajada- es la escalinata que lleva a lo alto y está formada por 17 rellanos decorados con fuentes simbólicas, estatuas alegóricas y otra decoración barroca dedicada a diversas temáticas: la vía Sacra, los Cinco Sentidos, las Virtudes, el Terreiro de Moisés y, en lo alto, las ocho figuras bíblicas que participaron en la Condenación de Jesús. No hay que perderse la perspectiva al fondo de la Escalinata. Mirando hacia arriba, las fuentes trabajadas en granito en los diversos rellanos se destacan del blanco formando un cáliz, sobre el cual se ubica la iglesia propiamente dicha.
En el siglo XVI el arzobispo D. Diogo de Sousa, deslumbrado con la Roma del Papa Julio II, le dio el brillo y la gracia decorativa del Renacimiento. Más tarde, la exuberancia del arte barroco se añadiría a otros edificios de gran magnificencia. De todas estas épocas, la ciudad guarda recuerdos inesperados, grandes y pequeños, como una torre medieval en plena calle, ventanas y celosías que encubrían rostros de mujeres o un palacio «rocaille» que recuerda a una cómoda estilo Luis XV. Ya en tiempos más recientes, la fundación de la Universidad y la calidad de su arquitectura contemporánea dieron un impulso de juventud que la llenó de luz, color y de una imprevista modernidad.
El final del camino lleva, curiosamente, a donde todo empezó. Guimarães tiene un significado muy especial en el corazón de los portugueses. Dentro del castillo medieval fue donde nació Afonso Henriques y en sus altas torres y murallas venció a los ejércitos de su madre, en 1128. Reconocido como heredero del Condado Portucalense por los guerreros del Miño, este Príncipe que, según dicen las crónicas, era muy atractivo, llegó a ser el primer rey de Portugal.
Después de saber esta historia, resulta aún más interesante pasear por el centro histórico de la ciudad, recogida en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Hay un carácter auténtico en los armoniosos balcones de hierro, en las barandillas y soportales de granito, en los perfiles de las torres almenadas de las casas señoriales, en los arcos que unen las calles estrechas, en las losas del suelo alisadas por los siglos y en la frescura de los claustros. Por momentos podemos imaginarnos en un escenario medieval, donde la nobleza fue construyendo espléndidos palacetes como la casa Mota Prego, el Palacio de Vila Flor, del Toural y tantos otros que confieren esa atmósfera única a Guimarães.
GUIA PRACTICA
CÓMO IR:
La forma más cómoda, y más barata, de llegar desde España a Oporto es utilizando los vuelos de la compañía de bajo coste Ryanair (www.ryanair.com) que enlazan Madrid, Gerona, Las Palmas y Tenerife con la ciudad. Precios A partir de unos 30 euros por trayecto.
La mejor opción es la de la red de hoteles y pousadas que ofrece el Grupo Pestana-Pousadas. En Oporto es muy recomendable el hotel Pestana Porto (tel: 902 33 63 63 y www.pestana.com), situado en la Plaza de la Ribeira, en pleno corazón del casco viejo de la ciudad, y sobre la muralla medieval, ocupa parte de una manzana de edificios que se remontan a los siglos XVI, XVII y XVIII. En octubre de 2009 se ha inaugurado la nueva pousada de Oporto (www.pousadas.pt). Diseñado por el arquitecto Nasoni y construido en los mediados del siglo XVIII, el Palacio do Freixo es uno de los ejemplos más notables de la arquitectura civil portuguesa de la época barroca. La Pousada preserva toda la fachada de los edificios del palacio, que se convirtió en un Monumento Nacional en 1910. La propiedad consta de dos edificios separados, pero relacionados entre sí: el Palacio, que alberga el restaurante, bar, salones y salas de reuniones, y la antigua Fábrica de Harinas Harmonia, donde se encuentran las habitaciones, algunas con una magnífica vista sobre el río. El establecimiento con encanto y la cocina estupenda tienen la capacidad de hacer de éste el sitio ideal no sólo para aquellos que buscan actividades de ocio, sino también como lugar de celebración de grandes eventos, encuentros y reuniones.
En la región Norte de Portugal, hay 11 pousadas de distinto tipo: históricas, con encanto, de naturaleza… En Viana do Castelo se encuentra la Pousada del mismo nombre, sobre el Monte de Santa Luzia, desde donde se puede disfrutar de uno de los más extensos y bellos paisajes de Portugal: la ciudad de Viana do Castelo y el Río Lima. La Pousada es fruto del excelente trabajo de remodelación de un Hotel construido en 1918. Los jardines y los bosques que la rodean, la magnífica piscina y lo apartado de su ubicación, permiten un descanso estimulante.
En el camino entre Braga a Gerês, está la Pousada de Santa Maria do Bouro, Pousada de Amares, un hotel histórico de lujo, resultado de la restauración de un Monasterio Cisterciense del siglo XII, una de las piezas más relevantes de toda la arquitectura portuguesa. Conservando la severidad de un Monasterio, pero con una decoración moderna y confortable, la Pousada de Amares es el punto de partida para recorridos culturales por toda la región del Miño.
Situada en pleno centro histórico medieval de Guimarães la Pousada Casa Señorial forma parte del alma viva de la ciudad, ayudándola a proyectarse a través de sus tradiciones seculares. Pernoctar en esta Pousada y desde allí recorrer a pie las estrechas callejuelas que conducen al Castillo de D. Afonso Henriques y al Palacio Ducal, observando los bellos detalles que encontramos a cada paso, es descubrir la Historia de Portugal (tel.: 902 33 63 63 y www.pousadas.pt).
Información:
TURISMO DO PORTO E NORTE DE PORTUGAL, E.R.
Castelo Santiago da Barra
4900-360 Viana do Castelo
Tel.: (+351) 258 820 270
turismo@portoenorte.pt
www.portoenorte.pt
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