Barceló se queda en blanco
Andrés Merino Thomas
Entre las 180 piezas que componen la gran retrospectiva de Miquel Barceló que estos días acoge CaixaForum Madrid bajo el título “La solitude organisative”, Catherine Lampert ha ecogido “El pequeño amor loco”, un óleo sobre papel pintado en 1984, obra que podríamos clasificar como inicial pero significativo ejemplo del ritmo y variedad de aquella etapa de juventud del artista. Si bien el conjunto de la exposición ha recibido los desigual valoración, merece la pena dejarnos invitar por el cóctel de sensaciones que componen “Le petit amour fou”. Contemplando lo que aparenta ser un cuadro podremos adentrarnos en el universo creativo del mallorquín al finalizar el primer lustro de los años 80, cuando aún no se había convertido –o quizá, estaba a punto de hacerlo- en el gran monstruo productor de un arte señero. Luego, Barceló calló y cayó, prisionero de pasiones y herejías comerciales, para consumo de políticas que hoy le dibujan y desdibujan como icono teñido de extrañas libertades que pocos entienden. Pero esa es otra historia. Nosotros, a lo nuestro.
Cualquiera que se acerque a la biografía y obra del pintor relacionará su creación con sus orígenes mallorquines. La presencia del agua en sus lienzos en constante. La belleza de la metáfora que escogió para esta pieza es especial: La relación de una biblioteca con el mar. Observemos con atención. Libros. Muchos libros. Y un hombre tumbado. No son exactamente los libros de Barceló. En su infancia, como explica él mismo –refiere la comisaria en el catálogo de la muestra- nos recuerda el acceso que tuvo a la biblioteca de su abuelo. Y decide casar todo ese saber con el mar Mediterráneo. “Me gusta la idea de la biblioteca como una metáfora de mi vida”. El artista ha dividido claramente la composición en dos planos. Hay libros en orden, dispuestos en estantes, la mayoría colocados verticalmente, en una sucesión que se extiende en una atractiva perspectiva y se proyecta hacia un fondo azul en el que, quizá, unas gaviotas anuncian horizontes. Pero el primer plano, cercano, lo compone una corriente marina, formada por libros, un oleaje de volúmenes que se desplazan aquí y allá. Parecen salir bajo la cama del ser que con aparente indiferencia contempla su paso. No es un río de la vida. Es una vida que pasa, que no se detiene. Son libros-metáfora. Acaso también libros-acontecimiento. Libros-inspiración. Pasado. Tiempo. Conocimiento. Unos, abiertos, desnudos, como quien contempla su inaplazable avance. Olas de luz mediterránea. Otros cerrados ¿Para siempre?
Barceló pintó el cuadro en un viejo bar de Cala Marçal, en la costa mallorquina. Su aventura, que hoy nos detiene a nosotros, pero no a él, no puede dejar de remitirnos a sus orígenes insulares. El pequeño amor loco de Barceló es una confesión sobre su vida, siempre isla. O sobre los libros que un día decidió no ya dejar de leer, sino abrir. Porque muchos de esos libros que deja pasar tienen, aparentemente, sus páginas en blanco. Tan blancas como la sábana que le cubre en parte. Mientras que él sabe que los tomos cuidadosamente colocados en la biblioteca de su abuelo, de sus mayores, están escritos. No en vano se preocupó de poner, hasta donde alcanza nuestra vista, títulos en todos y cada uno de sus lomos. ¿Quién eres en realidad, Miquel Barceló? ¿A dónde querías llegar en aquél 1984?
“El pequeño amor loco” (1984)
Miquel Barceló (1957)
Óleo sobre papel (105 x 150 cm)
Colección Lambert. Aviñón (Francia)
Exposición “Miquel Barceló. 1983-2009. La solitude organisative”
Comisaria: Catherine Lampert
Organiza: Obra Social Fundación La Caixa
Sede: Caixaforum Madrid (P. del Prado, 36)
Del 10 de febrero al 13 de junio de 2010