A partir de los dibujos realizados para la Historia de la Cruzada Española (1939-1944) por Carlos Sáenz de Tejada como director artístico y Joaquín Valverde como su ayudante-ilustrador, Juan Manuel Bonet y Fernando Castillo han comisariado una exposición en la Galería José de la Mano que recoge una parte de los dibujos creados para este singular proyecto.
Más de cuarenta ilustraciones originales componen la muestra que se podrá visitar hasta el próximo 2 de julio de 2010
Entre las manifestaciones artísticas dedicadas a la propaganda política durante la Guerra Civil Española y su prolongación durante la postguerra, ocupa un lugar destacado el conjunto realizado para ilustrar la visión canónica del conflicto elaborada por el bando nacional que representó la Historia de la Cruzada Española.
La obra, iniciada antes de finalizar la guerra, fue editada por Ediciones Españolas S.A. entre 1939 y 1944, estando encomendada la dirección literaria a Joaquín Arrarás y la artística al pintor e ilustrador Carlos Sáenz de Tejada.
La Historia de la Cruzada Española es una muestra de arte al servicio de la propaganda quizás la más importante de todas las emprendidas por los sublevados, que establece la iconografía del conflicto, en especial la imagen del enemigo, de los episodios bélicos y sobre todo del terror.
Los dibujos de Sáenz de Tejada y de Valverde, reunidos a lo largo de un trabajo sirvieron para ilustrar como si fueran códices los 36 tomos repartidos en 8 volúmenes que escribió el equipo de Arrarás auxiliado por un amplio elenco de corresponsales. Los centenares de originales producidos entre finales de 1938 y 1943, quedaron archivados una vez acabados los trabajos
Desde entonces artistas y obras cayeron en un olvido que nadie quiso despejar. En los últimos años cuando ya los acontecimientos que impulsaron la obra se han convertido en historia, cuando ya no se discute la importancia artística de Carlos Sáenz de Tejada como pintor e ilustrador y se recupera a Joaquín Valverde, esta exposición confirma el interés de ambos pintores y de la producción artística realizada durante la Guerra Civil.
La exposición se desarrolla en tres apartados:
II.- Iconoclastia. La poética de la destrucción.
III.- La imagen del enemigo.
La muestra se completa con un magnífico catálogo editado por la Galería José de la Mano, coordinado por Alberto Manrique de Pablo, con textos de los comisarios Juan Manuel Bonet y Fernando Castillo Cáceres.
Textos. Fragmento catálogo:
Juan Manuel Bonet
Hace siglos, primera mitad de los ochenta, participé en un coloquio sobre Falange y literatura, en un programa de TVE que dirigía y moderaba Fernando Sánchez Dragó. Los otros dos interlocutores eran dos supervivientes de aquellos años convulsos, ambos autores de memorias entonces recién publicados: Mercedes Formica, y Rafael García Serrano. A través de un amigo común, el tangerino Emilio Sanz de Soto, la primera me había llamado la víspera de la grabación, asustada de tener que coincidir con su antiguo correligionario, al cual consideraba -la verdad es que no le faltaba razón- como personaje un tanto energuménico. Finalmente la cosa transcurrió en orden y sin que la sangre llegara al río. En un momento dado le espeté al autor de esa gran novela que es Plaza del Castillo, que no terminaba de entender que hablara de todo aquello como si hubiera sucedido la víspera, y que no hubiera en sus palabras el menor propósito de enmienda, y que en la contracubierta de sus por lo demás magníficas memorias, La gran esperanza, uno de los títulos imprescindibles de la fundamental colección “Espejo de España”, de Planeta, reprodujera, vanagloriándose de ello, una fotografía con el siguiente pie: “Pamplona, julio de 1936. Asalto a la sede de Izquierda Republicana por un grupo de falangistas entre los que figura, segundo por la izquierda, Rafael García Serrano”. “Para los de mi generación –añadí-, la guerra civil es tan lejana como las guerras carlistas”. “Me está usted enviando a la tumba”, me contestó aquel gran escritor desabrido. No era eso. Había que conocer ese pasado, pero para no repetirlo. La nuestra era la primera generación que no tenía problema en escuchar a la vez a José Bergamín, y a Ernesto Giménez Caballero, que por cierto volvían a tratarse…
A comienzos de los años veinte, una época convivencial y que todos sus protagonistas siempre añorarían, Sáenz de Tejada, tangerino (por hijo de diplomático ahí destinado) de nacimiento, formado en San Fernando, ultraizante, y compañero de grupo de Francisco Bores y Francisco Santa Cruz (los tres mosqueteros, más, como cuarto, el poeta Miguel Pérez Ferrero, que siempre iba a encontrar las palabras adecuadas para evocar aquel tiempo auroral), logró el gran cuadro del suburbialismo, del arrabalismo, del verbenismo madrileño: Pim Pam Pum o mañana de verbena, que está en el Reina Sofía. Cuadro fruto de un aprendizaje sistemático de la digamos banlieue de la capital, y que junto a otros de su autor, se vio, en 1925, en la decisiva Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos (SAI), en la cual también participaron sus dos amigos. Enseguida después, Sáenz de Tejada se fue a París, donde se convirtió en ilustrador déco para L’Illustration y otras revistas. Desde ahí envió dibujos -una auténtica corresponsalía gráfica- al diario madrileño de izquierdas La Libertad, y al semanario conservador Blanco y Negro, en este último caso, principalmente ilustraciones para acompañar crónicas de moda. Retornado a Madrid, muy importante siguió siendo su crónica gráfica, ya básicamente madrileña -y madrileñista- para el diario en cuestión.
Valverde, sevillano de nacimiento, se formó en San Fernando, donde fue condiscípulo de Sáenz de Tejada -con el que durante un tiempo compartió estudio-, pasando luego por El Paular. Temprano colaborador de Blanco y Negro, él también, entonces todavía trabajaba en clave simbolista y castiza. Aunque no estuvo en los Ibéricos de 1925, sí lo encontramos entre los firmantes del manifiesto de la SAI de 1932, y entre los participantes en sus colectivas europeas. La modernidad la aprendió en Roma, donde residió, en nuestra Academia, entre 1922 y 1928. De entonces data su retrato de muy gran formato, en una despojada estancia de esa institución, de otro de los residentes, su colega y amigo Timoteo Pérez Rubio, acompañado por su mujer, la narradora Rosa Chacel, que en 1936, es decir, al borde mismo del abismo, dedicaría a Valverde uno de los sonetos de A la orilla de un pozo. Todo esto es bien conocido, esa Roma que es también la del escultor Manuel Álvarez Laviada, el arquitecto Fernando García Mercadal, el pintor Gregorio Prieto, o el compositor veintisietista Fernando Remacha; esa Roma que es la modernidad atemperada del Novecento, y sabemos que por aquel entonces a Valverde le interesaba el arte de Felice Carena, Carlo Carrà, Felice Casorati, Gino Severini o Ardengo Soffici. Constante italiana de la vida valverdiana, cuyo cuadro Cazadores, hoy en el Philadelphia Museum of Art, fue expuesto en la Bienal de Venecia de 1932, y que mucho después (entre 1960 y 1967) sería director de la propia Academia española en Roma. Italianismo de los murales y de parte de los cuadros de un pintor que dedicó buena parte de sus energías a la enseñanza del muralismo, y a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuidando en cambio tan poco la difusión de su obra, que no la reunió jamás en una antológica. Su fallecimiento en Carmona, en 1982, suscitaría necrológicas de Lafuente Ferrari, Juan Antonio Morales, Luis Moya (que había contado con el pintor como colaborador en su gran obra, la Universidad Laboral de Gijón) y Gregorio Prieto, entre otros. Por supuesto en aquel momento ninguno de esos compañeros de generación de Valverde, consideró oportuno recordar ni la Historia de la Cruzada española, ni su retrato de Franco.
Fernando Castillo
“Ésta es la hora viva en nuestras manos /
en que, altos, con la pólvora y el fuego /
se nos rinde la tierra merecida”
(Dionisio Ridruejo, Oda a la guerra, 1937)
Aunque estos versos del falangista, escritor y Director General de Propaganda se habían escrito el año anterior, resumen la eufórica seguridad en la victoria que existía entre los sublevados en septiembre de 1938. En este momento, confirmado el fracaso de la ofensiva republicana en el Ebro y presto a iniciarse el ataque franquista sobre Cataluña, la inquietud por el resultado de la guerra dejaba su lugar a la seguridad en el triunfo. Había llegado el momento en el que la épica debía abandonar otros géneros literarios, idóneos para la propaganda y la polémica inmediata, y refugiarse en la historia. Para los vencedores, que no tardarían en proclamar su voluntad de cambiar la paz por la victoria mediante la promulgación de una implacable ley de responsabilidades, que adelantaba cómo iba a ser la larga postguerra, había llegado el momento de hacer la historia de su triunfo.
Así lo supieron ver tanto los órganos del nuevo Estado, que había estrenado gobierno ese mismo año, como la empresa privada, una coincidencia que permitió la aparición de una editorial cuya labor publicística sirvió de medio de difusión de la idea oficial existente en el Estado franquista acerca de la sublevación y de la guerra. Ediciones Españolas S.A. fue una de las principales empresas editoriales de los años de la Guerra Civil y de la inmediata postguerra, que brilló con especial luz gracias el éxito de los títulos editados1, a lo masivo de sus tiradas y al lujo de algunas de sus publicaciones, especialmente destacables en un panorama editorial en el que dominaban las imprentas familiares, casi papelerías: recuérdense los Sigirano Díaz, de Ávila; los Cerón, de Cádiz; la vallisoletana Librería Santaren; la zaragozana Librería General o la donostiarra Librería Internacional….
Las ilustraciones de la Historia de la Cruzada Española que ahora se exponen en José de la Mano Galería de Arte, hay que verlas a la luz de lo que fueron: un instrumento al servicio de la ideología y de la propaganda, en este caso del bando sublevado, cuyo mérito artístico supera con mucho los propósitos que las impulsaron. Un mérito que hace que, desde que la Guerra Civil se ha colocado en los anaqueles de la historia, y esperemos que pronto ya sea de manera definitiva, estas obras de arte hayan podido ser recuperadas y puedan verse, como dice Juan Manuel Bonet, como si fueran unos grabados de las guerras carlistas. Todo sin olvidar la realidad que inspiró los versos de la Elegía española de Luis Cernuda, publicada en Hora de España, en los que proclamaba que “por encima de estos y esos muertos/ y encima de esos y estos vivos que combaten / algo advierte que tú sufres con todos”. Ahora, todo ya es historia, en este caso del arte.
Datos de interés:
Exposición: “DOS MIRADAS, UNA VISIÓN. Los dibujos de guerra de Carlos Sáenz de Tejada y Joaquín Valverde”
Fechas: 26 DE MAYO – 02 DE JULIO
Comisarios y textos Catálogo: Juan Manuel Bonet y Fernando Castillo Cáceres
Lugar: JOSÉ DE LA MANO GALERÍA DE ARTE. (C/ Claudio Coello,nº 6 – 28001 Madrid)
Horario: L-V 10-14 h. y 17-20,30 h. Sábados 11-14 h
Tfno: 91 435 01 74
galeria@josedelamano.com
Ilustraciones:
1. CARLOS SÁENZ DE TEJADA, Milicias socialistas. 1934
Lápiz y aguada sobre papel, 500 x 375 mm [369 x 282 mm]
2. CARLOS SÁENZ DE TEJADA, La ambicionada presa: Oviedo. 1934
Carboncillo, aguada y toques de gouache blanco sobre papel, 700 x 495 mm
3. JOAQUÍN VALVERDE, Dinamiteros asturianos
Carboncillo y aguada sobre papel, 499 x 409 mm [450 x 330 mm]
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