Laurent Zylberman
Entre septiembre y octubre de 2008, Laurent Zylberman (Francia, 1956), fotógrafo, y Éric Meyer, periodista, fueron de los pocos occidentales autorizados, desde los motines de marzo de 2008, a realizar un reportaje sobre la Región Autónoma del Tíbet. Se esforzaron en elaborar un retrato matizado de éste país donde dos culturas se confrontan y generalmente se enfrentan.
Llegados en el nuevo ferrocarril que conecta Pekín a Lhassa, a veces siguen dócilmente el curso balizado que se les había concedido y a menudo en la noche, están listos para huir a recoger imágenes o algunas declaraciones, nos invitan así a un doble enfoque, el primero no menos interesante. La impresión inmediata que logran las imágenes de Laurent Zylberman es la de una región bajo alta vigilancia: la omnipresencia de las siluetas de policías y las patrullas militares en las calles lo certifican; una región invadida cada día por millares de inmigrantes Han que se vuelcan en las estaciones, pioneros de este nuevo Far West, llegados a buscar fortuna y trastornando por su número la demografía del país. Pero al compás de las visitas, otra visión se dibuja: la de un país en profundo y brutal cambio económico que trastorna un método de vida milenario y el frágil equilibrio ecológico de un altiplano hasta ahora poblado de nómadas. Canales de riego, carreteras, centrales hidroeléctricas, explotaciones mineras, aeropuertos y también escuelas, universidades, hospitales dan prueba de la colosal inversión china para hacer del Tíbet una región moderna y rentable.
En la ciudad, abundan las tiendas de prendas de vestir made in China, los grandes almacenes alinean a sus batallones de vendedoras en
La fuerza simbólica de las fotografías en blanco y negro de Laurent Zylberman condensan, a menudo en una única imagen, los choques entre dos sistemas de valores llevados por dos comunidades entre las cuales reinan la incomprensión, la desconfianza, a menudo el menosprecio.
Encuentros inesperados, a veces divertidos, choques temporales directos son manifestaciones de estas fricciones entre dos culturas, una materialista, violentamente vuelta hacia la eficacia técnica y la conquista de nuevas riquezas, otra esencialmente espiritualista, fiel a una concepción del lugar del hombre en un tiempo cíclico y un orden cósmico inmutable.
Galería Rita Castellote c/San Lucas 9 – Madrid – España
“Tibet” de Laurent Zylberman
www.galeriaritacastellote.com
Horario de exposición: Martes a Viernes de 11 a 14 hs y de 17 a 20.30 hs
Sábado de 11 a 14 hs.
Diario de un viaje iniciático al país de las nieves
Por Eric MEYER*
Introducción
Del 20 de septiembre al 4 de octubre del año 2008, tres Franceses y un Chino, viajamos por dos semanas a Tibet.
Fue un privilegio muy raro: después los motines del 14 al 16 de marzo de 2008, éramos los primeros occidentales autorizados a volver en la región prohibida, resguardada por militares traumatizados y armados hasta los dientes.
La sorpresa fue importante. Incluso antes de estos acontecimientos sangrientos, la administración del “territorio autónomo” había sido avara con los permisos de residencia, excepto para turistas ricos, fieles amistades de familias euro-chinas y hombres de negocios – y aún, no a todos.
El Tíbet continúa siendo una tierra sometida recientemente, que Pekín teme aún no controlar bien.
Después de la insurrección, el Techo del mundo se ha vuelto a cerrar como una ostra. Funcionarios y militares, Tibetanos y Hans (u otras minorías étnicas) de la calle, ganaderos trashumantes de las estepas parecen un enjambre de avispones al cual un visitante torpe hubiese dado un puntapié. Con todo, en estas difíciles circunstancias, obtuvimos el permiso especial de quince días de estancia: un “milagro” del que la explicación vendrá más tarde.
La visita iba pues a desarrollarse en un ambiente tenso. Estas dos semanas me han dado el sentimiento de haber visto la gran rueda del tiempo detenerse, en un concierto a chirridos de piñones mal engrasados. Hasta parece haber invertido su movimiento, la rueda, y haber vuelto en sentido opuesto para sumergirnos en la atmósfera de pesadilla que había sido la masacre de Tian An Men, veinte años atrás. Un ambiente apelmasado de miedo y desconfianza, de denuncia, de propaganda. Estas dos semanas no hemos visto un sólo momento en que la vigilancia sobre nosotros aflojase, limitados en nuestros movimientos, nuestro derecho a hablar y oír.
Mil incidentes de este viaje nos hicieron reír, a veces chirriar de los dientes. De todo este material, de todos estos encuentros, querría extraer un sentido: ¿cómo evoluciona este Tíbet, después de 50 años de desarrollo bajo administración china? China socialista y Tíbet del exilio llevan una guerra fría, en la que está en juego el derecho moral a dirigir este macizo de alta montaña. Como armas, cada uno guarda “su” historia (no es la misma de cada lado) y sus mitos, su visión de la economía y su precio de la sangre. Viéndolo más de cerca, esta guerra fría expresa también, algo más antiguo que la invasión de 1959 por el Ejército Popular de Liberación, una disidencia entre los tibetanos sobre el tipo de relación que debe mantenerse con su vecino gigante. Otra guerra similar, por otra parte, en curso en China, entre los Han, sobre el modelo de sociedad que debe elegirse, y la relación entre el Estado y el individuo – sobre el derecho de fiscalización del ciudadano sobre los asuntos de la nación.
En la actualidad, queda claro, los Chinos no están dispuesto a dejar el Techo del mundo, y su inventario de reservas, nada no los hará ir.
Tibetanos y Han, dos culturas venerables y antiguas, no se comprenden, pero tienen ambas tanta legitimidad, como cosas por aportarse mutuamente. En estas condiciones, la única cosa que queda por hacer a esta gente destinada a convivir, es trabajar juntos en hacer la vida menos dura.
Y nosotros, visitantes, testigos, lectores, terceras partes podemos ayudarles a pulir sus ángulos, haciendo evolucionar su visión de ellos mismos en un sentido menos sectario, refutando las dos tesis extremas, la de Pekín como la del séquito del Dalai Lama.
Pekín, septiembre 2008- septiembre 2009
*Traducción Diego Alonso – Madrid, Junio 2010.
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