Después de haber sobrecogido al público británico y al americano ahora se expone «Lo Sagrado Hecho Real» en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid hasta el 30 de septiembre. Esta muestra ofrece una oportunidad única de contemplar en silencio obras tan maestras como grandiosas de uno de los periodos más importantes del arte religioso de nuestro país. En el tiempo que ha permanecido en la National Gallery de Londres y en la National Gallery of Art de Washington han llovido los comentarios de admiración hacia los pintores y escultores españoles. Un arte que toca profundamente lo más íntimo y no sólo visto con los ojos de los creyentes, sino con los del amante del arte o del visitante que enmudece con cada una de las piezas expuestas.
Esta esplendida exposición ha sido originalmente concebida y organizada por la National Gallery de Londres y la National Gallery of Art de Washington, su presentación en España ha sido organizada por el Ministerio de Cultura (Museo Nacional Colegio de San Gregorio y Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes). El comisario de la muestra es Xavier Bray, conservador de pintura de la National Gallery de Londres. La coordinación ha corrido a cargo de Guillermo González y Luis Caballero, Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes, Ministerio de Cultura y el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Ministerio de Cultura.
La exposición
En la España del siglo XVII nació un nuevo tipo de realismo artístico. Tras la Contrarreforma, la Iglesia Católica fomentó una exacerbación del sentimiento religioso, en la que las imágenes iban a cumplir un papel crucial. Pintores y escultores dedicaron lo mejor de su talento a plasmar figuras sagradas lo más reales y cercanas. Este tipo de realismo no se parecía en nada a cualquiera de los que estaban surgiendo en otros países europeos. El de España era descarnado, crudo, austero y a menudo sangriento, pues su intención era sacudir los sentidos y conmover el ánimo.
Durante esta época, los escultores trabajaron en estrecha colaboración con los pintores. De hecho, estos últimos, como parte de su formación, eran instruidos en el arte de policromar esculturas. Esta exposición trata de mostrar cómo este contexto condujo a un nuevo estilo de pintura: un estilo intensamente naturalista que subrayaba la corporeidad tridimensional. Por primera vez, algunos de los más brillantes ejemplos de la pintura y la escultura del Siglo de Oro español se exponen en estas salas de manera yuxtapuesta, demostrando cómo estos dos medios de expresión experimentaron una profunda influencia mutua y una intensa rivalidad.
Seis grandes temas recogen las ideas de la exposición: la mutua dependencia entre pintura y escultura y la confusión entre imagen artística y visión milagrosa; la exaltación de los santos y sus leyendas místicas (sala 2), algunos particularmente favoritos de la devoción popular, como San Francisco de Asís y el misterioso hallazgo de su cuerpo (sala 3); el culto a las escenas de la Pasión, tratada con una violencia cruel (sala 4); el éxtasis místico (sala 5); y, finalmente, el patetismo tenebroso de la muerte de Cristo (sala 6).
La producción en España, durante el s. XVII, de escultura religiosa estaba estrictamente regulada por el sistema de gremios: el Gremio de Carpinteros para los escultores y el Gremio de los Pintores para los policromadores o pintores. Las habilidades necesarias para pintar escultura se adquirían en talleres de pintura que había por toda España, el más famoso de los cuales era el de Francisco Pacheco, en Sevilla, con el que estudiaron Velázquez y Alonso Cano. En su influyente tratado Arte de la Pintura (1649), Pacheco aconseja que una escultura de madera «necesita que la mano del pintor cobre vida». Está documentado que Zurbarán pintó una talla de la Crucifixión al inicio de su carrera.
La labor de pintar esculturas, analizada como forma artística, no está aún suficientemente estudiada. Sin embargo, no hay duda de que se trató de una labor enormemente respetada, en su día, y que estaba considerada como un lucrativo negocio para los pintores. Uno de los efectos del contacto directo que los pintores tuvieron con la escultura religiosa fue la introducción en sus composiciones de un intenso ilusionismo tridimensional.
Las órdenes religiosas fueron en la España del s. XVII, importantes patronos artísticos. Sus encargos solían centrarse en la historia de una orden o en la exaltación de su fundador o de algún otro miembro significativo. Por ejemplo, San Pedro Nolasco (fallecido en 1249) fue canonizado en 1628. Ese mismo año se le encargó a Zurbarán que pintara veintidós cuadros que ilustraran su vida para decorar uno de los claustros del Monasterio de Nuestra Señora de la Merced en Sevilla. Nolasco era de origen francés y fundó la Orden de Nuestra Señora de la Merced, los Mercedarios Calzados, en 1218, cuya principal dedicación era el rescate de cristianos cautivos de los musulmanes. Su compromiso con la protección de la fe cristiana todavía tenía mucha repercusión en la España del siglo XVII, especialmente después de la expulsión de los moriscos en 1609.
Otro grupo religioso que tuvo gran influencia política fue la Compañía de Jesús, fundada en 1540 por el ex militar y predicador erudito San Ignacio de Loyola. Los jesuitas, famosos por su ferviente piedad y por la importancia que concedían a la enseñanza, eran reformistas pragmáticos que trataban de difundir la doctrina católica traspasando fronteras, llegando incluso hasta Japón. Para celebrar la beatificación de Ignacio en 1609, en la cual se le declaró digno de veneración pública como preparación para su posterior canonización, los jesuitas en Sevilla encargaron a Montañés y a Pacheco una escultura de él de tamaño natural. Con el fin de lograr una auténtica semejanza, Montañés y Pacheco tomaron como modelo la máscara mortuoria del santo; de hecho, Pacheco tenía en propiedad una copia en escayola de la misma. Tan orgulloso estaba Pacheco del resultado, que proclamó que su retrato del santo era el mejor de todas las representaciones realizadas hasta la fecha, «porque realmente parece que está vivo». Quizá uno de los ejemplos donde mejor queda patente la extraordinaria cota de naturalismo que la escultura policromada era capaz de alcanzar sea el San Juan de Dios, de Alonso Cano.
En 1449, el Papa Nicolás V, acompañado por un pequeño séquito, entró en la tumba de San Francisco, en Asís, para rendirle homenaje. Quedaron totalmente conmocionados al descubrir que, a pesar de que el santo había muerto hacía más de 200 años, su cuerpo permanecía milagrosamente incorrupto, de pie y erguido, con los ojos alzados mirando al cielo. De sus estigmas (marcas de las heridas sufridas por Cristo al ser clavado en la cruz) todavía brotaba sangre. Las imágenes que relatan este milagro, como las realizadas por Zurbarán y Pedro de Mena y que se pueden contemplar en esta sala, eran enormemente populares en la España del siglo XVII.
Hijo de un rico comerciante, San Francisco creció disfrutando de los placeres de la vida. Pero pronto se dio cuenta de que su vida mundana no le satisfacía; no le llenaba. Intercambió sus ropas con un mendigo e inició la búsqueda de una vida espiritual. A lo largo de su vida atrajo a numerosos seguidores y fundó una orden religiosa, la Orden de San Francisco (franciscanos), basada en tres sencillas reglas: pobreza, obediencia y castidad. Los tres nudos que tiene la cuerda que llevan atada alrededor de la cintura, sobre el hábito, simbolizan dichos preceptos. La austera vida de ermitaño que llevó San Francisco le iba a convertir en figura ejemplar en la España posterior a la Contrarreforma. Francisco Pacheco era miembro seglar de la Orden de San Francisco, y pidió que lo enterraran con el hábito de los capuchinos, la rama reformada de la Orden de San Francisco.
Cada año, durante la Semana Santa, se revive la Pasión de Cristo. Los pasos, que pesan hasta dos toneladas y portan esculturas pintadas de tamaño natural, se llevan por las calles, balanceándose de lado a lado, dando la impresión de que las esculturas están vivas. La muchedumbre se alinea en las calles a su paso y muchos espectadores resultan impresionados por la narrativa que se
representa ante ellos.
También se encargaban esculturas policromadas de la Pasión para iglesias o para la devoción particular. Su realismo implacable pretendía despertar sentimientos de empatía en el devoto y, aunque hoy en día puedan resultar terribles y violentos, aún siguen produciendo sentimientos de empatía y piedad. Este compromiso para lograr una reconstrucción escultórica poderosamente naturalista de una escena de la Pasión tiene también su equivalente en la pintura, con pintores como Velázquez y Zurbarán. La ilusión de tridimensionalidad que logró por ejemplo Zurbarán en sus Crucificados es tan efectiva, que a menudo se los confundía con esculturas.
La costumbre de orar frente a pinturas y esculturas, especialmente de Cristo y la Virgen, llevó a algunas figuras religiosas a experimentar una unión mística con ellas.
Santa Catalina de Siena, por ejemplo, recibió los estigmas de un crucifijo medieval pintado, mientras que San Bernardo se dice que recibió a Cristo en sus brazos después de rezar ante una escultura de un Crucificado.
Es esta visión de San Bernardo la que representa aquí Ribalta, quien probablemente se inspiró en un relato que el jesuita Pedro de Ribadeneyra incluyó en su Libro de las vidas de los santos de 1599. Esculturas policromadas hiperrealistas como el Cristo de la Luz de Gregorio Fernández, que convierten lo sagrado en algo verdaderamente palpable, fueron también claves para la sugestión de tales visiones y para facilitar a los pintores una fuente de inspiración.
Es interesante cómo esta pintura de Ribalta se documenta por primera vez en la celda del prior de la Cartuja de Porta Coeli, cerca de Valencia, donde pudo estar instalada, en solitario, para proporcionar una potente representación visual de la máxima aspiración de un monje, la unión directa con Dios.
La escultura del Cristo yacente, tumbado sobre una sábana blanca, que se expone en el medio de esta sala fue tallada por Gregorio Fernández, uno de los escultores más destacados que trabajó en Valladolid durante la primera mitad del siglo XVII. Su obra, especializada en escenas de la Pasión, era conocida por su enfoque truculento y sangriento, e incorporaba a menudo elementos reales. Las uñas están hechas con asta de toro, los ojos son de cristal, y para simular el efecto de la sangre en proceso de coagulación se utilizó corteza de alcornoque cubierta de pintura roja. Fernández combinó estas técnicas realistas con una gran sensibilidad para el desnudo masculino.
El objetivo de una escultura como ésta era lograr que los creyentes sintieran que se encontraban verdaderamente en presencia de Cristo, ya muerto. Tales imágenes se colocaban con frecuencia en una vitrina de cristal, y en ocasiones bajo el altar: una ubicación apropiada teniendo en cuenta que el
Datos de interés:
Exposición «LO SAGRADO HECHO REAL. PINTURA Y ESCULTURA ESPAÑOLA 1600 – 1700»
Días Del 6 de julio al 30 de septiembre de 2010
Museo Nacional Colegio de San Gregorio
C/ Cadenas de San Gregorio, 1 (47003 Valladolid. España)
Horario:
Martes a sábado, 11:00 a 14:00 h y de 17:00 a 20:00 h
Domingo de 11:00 a 14:00 h
Lunes y festivos cerrado
Entrada gratuita
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