Los dineros de un rey

Andrés Merino Thomas

Alfonso XIII es uno de los monarcas que suman mayor número de facetas controvertidas en la historia de España. Al número de fracasos políticos que se acumularon en su reinado, que concluyó con la proclamación de la Segunda República, se unió una compleja trayectoria familiar y personal que afectó también  decisivamente a otro de sus perfiles, el de inversor y empresario, algo relativamente poco conocido por la opinión pública actual, pero que en su día fue objeto de grandes polémicas. Precisamente a esta cuestión se dedica en su mayor parte el último libro de José María Zavala, “El patrimonio de los Borbones”, un ensayo sobre el origen y desarrollo de la fortuna del soberano. Como en obras anteriores del autor, nos hallamos ante la convivencia del fruto de meritorios esfuerzos de investigación en archivos y bibliotecas y la incómoda cesión a una curiosa necesidad de ceder a un ramillete de anecdotarios vistosos o llamativos, entre los que en ocasiones dudamos que el lector medio logre distinguir.

El autor subraya con justicia extraordinario esfuerzo economizador de la Regente Maria Cristina de Austria, una mujer no llamada inicialmente a realizar tareas de gobierno, pero que desde luego demostró saber poner orden en los aspectos domésticos de la Real Casa. Al menos en lo que a las finanzas se refiere. Está claro que, al comenzar su reinado efectivo en 1902, Alfonso XIII encontró en el terrero económico una situación perfectamente saneada. Como ya señaló Guillermo Gortázar en su Alfonso XIII, hombre de negocios, que inicia con claridad la senda que Zavala recorre con este ensayo, la viuda de Alfonso XII había sabido situar fondos en banca y tenía buenas nociones de lo que eran los mercados financieros internacionales. Las inmensas fortunas de los soberanos de la Europa del primer tercio del siglo XIX seguían basándose en la posesión de inmuebles, en inabarcables extensiones de terreno. Alfonso XIII es pionero, como rey, en basar su fortuna en las inversiones, en apostar por nuevas industrias, en la especulación económica. Ello no benefició precisamente su imagen de un monarca… neutral. La imagen que una monarquía constitucional necesitaba. He aquí el meollo de la cuestión, en la que Zavala podría haber establecido la sutil diferencia. Quizá faltó investigación, objetividad, o ambas cosas. Nunca se probó que el monarca estuviese implicado en delitos económicos. No había un problema ético. Pero sí estético. Y esta última cuestión es la que, a nuestro parecer, el autor no desarrolla en toda su amplitud.

El libro se completa con un amplio desarrollo de la situación económica de la Familia Real española en el exilio, así como la aún no completamente repartida herencia del monarca. Aún es frecuente oír, como regio mantra entre miembros pertenecientes a familias de la alta nobleza y de las finanzas que anteriores generaciones de las mismas contribuyeron al sostenimiento de los exiliados, cuando parece ser, a tenor de lo expuesto en el ensayo, que técnicamente los balances económicos no habrían precisado contribuciones en ese sentido. Y les confesamos que a pesar de la lectura del volumen, seguimos sin saber por cuánto dinero se desprendió realmente Don Juan de Borbón de los palacios de La Magdalena (Santander) y Miramar (San Sebastián). En fin. Capítulo aparte merece la explicación del concepto del Patrimonio Real, flojo intento de precisar jurídicamente lo que ni siquiera algunos ministros de cultura han tenido claro en muchas ruedas de prensa. Pero no pasa nada. Patrimonio Nacional sigue organizando estupendas exposiciones y los Reales Sitios pueden visitarse regularmente. ¡Menos mal!

 

“El patrimonio de los Borbones. La sorprendente historia de la fortuna de Alfonso XIII y la herencia de Don Juan”

José María Zavala

Prólogo de Stanley G. Payne

Madrid, La Esfera de los Libros, 466 pág.

ISBN: 978–84–9734–966–6