Desde que Gutenberg inventara la imprenta allá por 1450 se llama incunable a cada uno de los ejemplares de las tiradas de las ediciones europeas fechadas antes del día 1 de enero de 1501. Lo más habitual es que éstas alcanzaran los trescientos ejemplares, aunque también conocemos otras muchas que no superaban el centenar. Los talleres españoles tuvieron que luchar en un primer momento con la agresiva competencia exterior que copaba todos los temas, especialmente los litúrgicos. Estos ejemplares únicos adquieren un valor incalculable para los coleccionistas.
Las primeras ediciones conocidas eran muy cortas y no tenían el atractivo de los manuscritos miniados por lo que los trabajos más lujosos precisaban de la mano experta de los pintores que una vez impreso el texto iluminaban las hojas con orlas que enmarcaban el contenido o miniaban las capitulares que previamente habían previsto los impresores dejando el espacio requerido. En los libros de música se dejó en blanco el espacio necesario para incorporar las notas a mano; en el caso de las estampas éstas se logran con el grabado xilográfico. El primer libro impreso en España con ilustraciones es de 1480, se trata del Fasciculus temporum de Werner Rolewinck, del taller de Alfonso del Puerto y Bartolomé Segura.
Exlibris, un valor añadido
Julián Martín Abad, Jefe del Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros de la Biblioteca Nacional, indica las características, en las que hay que fijarse para determinar la calidad de la obra y así poder invertir con total seguridad en un magnífico ejemplar. “Cada ejemplar -señala- forma parte de la tirada de una edición y por ello transmite el mismo texto que los restantes ejemplares de esa tirada y es por lo mismo igual a ellos, pero tal igualdad no implica identidad absoluta”.
Isabel la Católica, Hernando Colón… Los primeros coleccionistas
La reina Isabel la Católica llegó a poseer una biblioteca muy completa, adquiría libros impresos en latín, castellano y francés de temas muy variados tanto religiosos, jurídicos, históricos, lingüísticos, poesías o narraciones épicas para añadir a su colección de manuscritos. Otro gran coleccionista de libros impresos, sobre todo extranjeros, fue Hernando Colón que aspiraba a reunir una biblioteca universal que constase de los libros publicados en su tiempo en todas las lenguas y materias, de los que se conserva una tercera parte en la Biblioteca Colombina de la Catedral Hispalense.
La Biblioteca del Escorial
Destaca la colección que atesoró Felipe II en El Escorial a la que donó su biblioteca particular y a la que añadió los mejores ejemplares del momento en el orbe conocido. Esta biblioteca perdió unos 4.000 códices en el incendio de 1671 y en la actualidad cuenta con más de 5.000 manuscritos y 40.000 impresos de los que unos 600 son incunables.
Imprentas y talleres en España
La primera imprenta española parece que se instaló durante el reinado de Enrique IV de Castilla en 1472, cerca del Alcázar de Segovia, estando al frente de dicha diócesis Juan Arias Dávila que se trajo desde Roma al tipógrafo Juan Parix, pero será en el reinado de los Reyes Católicos cuando se desarrolle la imprenta en España. En Sevilla se imprimen obras en los talleres de los llamados Compañeros Alemanes favorecidas especialmente por la Reina Isabel y dirigidas fundamentalmente a la divulgación de temas religiosos.
Muchos de los redactores eran conversos del judaísmo. En esta localidad alcalaína dominaron los textos informativos, pragmáticos, religiosos, teológicos, filosóficos y lingüísticos, también destacan los libros dedicados a las matemáticas y a la medicina. En este sentido podemos destacar una Bula dictada por Alonso de Fonseca, Obispo de Burgo de Osma, impresa por Arnao Guillén de Brocar en 1498, que se adjudicó en 3.750€ en una sala de subastas española hace unos años. Este maestro de la imprenta llegó a
Señas de identidad
Los italianos eran especialistas en editar libros litúrgicos pero también en los talleres españoles se imprimieron unos magníficos ejemplares promovidos directamente por el autor y a iniciativa de los mercaderes de libros, generalmente los propios libreros, que eran también los editores. Los temas impresos eran muy variados, los más tardíos fueron los de medicina. En 2003 en la sala Durán los coleccionistas tuvieron la oportunidad de admirar un raro ejemplar del que sólo se conocía uno similar en España guardado en la Biblioteca Capitular Colombina de Sevilla, se trataba de una de las ediciones más raras sobre demonología de las que se tiene noticia de Jacobus de Clusa, De valore et utilitate missarum pro defunctis celebratarum, acompañado del tratado de Johannes de Mechlinia, Determintio utrum perfecta Dei opera possint impediri dsaemonis malitia, Heidelberg, Henricus Knoblochtzer, 1493, se ofreció en 9.000€ y las pujas elevaron su precio a 11.000€. También en la misma sesión se subastó un mapa de Claudio Ptolomeo de 1482, grabado sobre madera y con pleno colorido, del que sólo existen tres ejemplares completos en la Cosmografía de Ulm y que se remató en 16.000€. Los talleres españoles se especializaron en textos de contenido gubernativo relacionados con la administración local. Los textos promovidos por la Corona solían ser históricos con propósito
Portada, marcas, caja, erratas y registros
La portada, el colofón, la marca tipográfica, la caja de escritura, la fe de erratas y el registro son de gran interés para el estudio de los incunables. Lo habitual es que el soporte sea el papel, pero también utilizaban el pergamino, explica Julián Martín Abad, o los dos materiales para confeccionar libros, así por ejemplo se puede observar en algunos misales donde para el espacio dedicado al Ordinario de la Misa se empleaba el pergamino ya que era la parte más usada y debía de estar preparada para resistir. El pliego de papel constituye la unidad de composición, cuando se dobla el pliego, las páginas aparecerán perfectamente ordenadas en forma de cuaderno (unidad de estructura). Si examinamos al trasluz las hojas de papel se puede descubrir cuál es la dirección de los corondeles (la huella dejada por los hilos de alambre transversales que cada dos o tres centímetros sujetaban a los puntizones en la tela o cedazo con que se fabricaba cada pliego de papel), también aparecen las marcas de agua o filigrana. Si se trata de pergamino podemos detenernos a observar cual es la parte correspondiente al pelo y a la carne para poder saber cómo se ha plegado. Son habituales tres formatos: en folio, en cuarto y en octavo.
Los primeros libros impresos se escriben con diseños góticos que se asemejan a los modelos manuscritos. Para los textos litúrgicos que debían de leerse a distancia se usaba la letra de forma o textura muy vertical y angulosa. Para los tratados teológicos, filosóficos, jurídicos y médicos, se utilizaba la letra de suma o rotunda que es menos angulosa. Y la letra bastarda con características locales se empleaba para los textos en lenguas vulgares. También se encuentran textos con letra romana o redonda que procede de la minúscula carolina. En el siglo XVI en Italia aparece la letra cursiva o itálica para los textos de la antigüedad clásica en pequeños volúmenes. En España se prefirió la letra redonda o romana. En diciembre de 2002 Durán subastó con un precio de salida de 5.000€ un pergamino de 1493 a la romana, restaurado con letra gótica a cinco tamaños y grabado del autor al final que se remató en 6.000€. En 1475 se emplea en España la letra gótica con signos de identidad diferenciada con respecto a otros talleres extranjeros.
En las ediciones más primitivas, comenta Martín Abad, nos podemos topar directamente con el comienzo del texto, sin título alguno, con el íncipit (existen repertorios de comienzos de texto para identificar obras de muy variadas materias). En el final del texto nos encontraremos con el éxplicit, que nos ofrece la información imprescindible sobre el autor y el título. También en el colofón pueden aparecer los datos tipográficos. En cuanto a las portadas -aclara- fueron varias las soluciones adoptadas hasta llegar a una auténtica portada, según lo que actualmente entendemos por tal.
Los textos de muchas ediciones se presentan en octavo y hasta en treintaidosavo, con doble columna y textos destacados por el tamaño o el diseño de la letra, rodeado de un minucioso comentario. “Hasta el siglo XVII no nos encontraremos con textos parcelados en párrafos, construidos mediante el punto y aparte, añade Martín Abad, por lo que dentro de la línea habrá pequeños espacios en blanco, equivalentes a unas pocas letras, previstos para que el iluminador incluyese un calderón, claramente un signo de división y una invitación a realizar una pausa en la lectura. También hay que tener en cuenta que el impresor empleará frecuentemente otro signo de pausa que tomó del libro manuscrito: una barra inclinada.”
A la hora de adquirir un ejemplar hay que tener la seguridad de que adquirimos el libro completo para lo cual hay que conocer su procedencia y la fecha; así por ejemplo si procede de Venecia y es de 1499 o posterior podemos saber que era habitual el empleo de la paginación o que en Italia se numeraban las columnas de los textos jurídicos de gran tamaño o que sólo algunos impresores consideran como unidad de lectura todo el texto que el lector tiene ante sus ojos cuando abre el volumen, formado por las dos páginas y que un ejemplar de una edición está formado por uno o más cuadernos. Pero, para hacer más sencilla la tarea, Martín Abad nos indica algunas pistas que los impresores dieron al problema: “una primera solución fue ofrecer un registro de palabras al final, es decir, una secuencia, vertical u horizontal, de la palabra inicial de cada pliego y, dicho más claramente, se ofrecen las palabras (una o más) con que comienzan las páginas del recto de las hojas de la primera mitad de cada cuaderno. Es fácil deducir que, ordenada esa primera mitad del cuaderno, quedaba automáticamente ordenada la segunda mitad. Después de 1485 encontramos otra modalidad de registro: se indica la sucesión de los cuadernos ofreciendo la secuencia de letras utilizadas como signaturas tipográficas acompañada de una nota que indica el número de pliegos de que consta cada signatura.”
El robo de libros y documentos es después del de piezas de arqueología el que presenta mayor incidencia, y se suelen producir en centros religiosos y bibliotecas. El aumento de la demanda de objetos artísticos y la proliferación de pequeñas ferias y mercados donde se comercializan estos objetos en España y países vecinos facilita la circulación de estas piezas que hasta hace poco sólo tenía interés para un círculo muy reducido de eruditos. Estos actos delictivos suelen ser protagonizados por pequeñas bandas especializadas con un bajo nivel organizativo, no violentas, con antecedentes y reincidentes en hechos y delitos similares. Tienen un somero conocimiento de las piezas que van a sustraer y se mueven sólo por su valor crematístico.
“La Guardia Civil trabaja activamente controlando el mercado, comenta Félix Ruiz, Portavoz de esta Institución, en las salas de subastas suele haber un buen equipo de profesionales que además de valorar la pieza también se preocupan de sus antecedentes aunque no siempre comprueban su procedencia. No obstante -añade- suelen acceder a las listas de objetos robados y desaparecidos que les facilitan tanto la Policía como la Guardia Civil. En muchas ocasiones son las propias casas de subastas y anticuarios los que nos avisan de la entrada de alguna pieza de dudosa procedencia -afirma- aunque esto no siempre es así…, en todos los gremios hay gente honrada y otros que no lo son”.
Otra de las intervenciones interesantes la Guardia Civil recuperó doce incunables que fueron robados de la Biblioteca Conciliar del Seminario de San Julián de Cuenca. Todos estos ejemplares habían sido depositados en una prestigiosa sala de subastas de Madrid para ser vendidos. La operación se inició, explica Ruiz, cuando hace unos meses el Grupo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil detectó la aparición de un gran número de incunables en distintas salas. Aún no se ha terminado el número exacto de ejemplares que faltan. En esta labor de recuento está trabajando personal del Grupo Especial de la Guardia Civil junto al del Seminario. Por el momento ha habido una detención, se trata de una persona de la misma ciudad de Cuenca que había sido fichada en 1981 por el robo de mapas antiguos en la Biblioteca
En estos últimos años se han recuperado algunos de los mejores incunables de nuestra historia como “Introducciones Latinae” de Nebrija (1486) que sirvió de modelo para la elaboración de la primera gramática española y fue dedicado a la Reina Isabel la Católica. Existe otro ejemplar en la Biblioteca Nacional que fue robado de una casa–palacio de Villacarriedo (Cantabria) y la Guardia Civil pudo recuperar este incunable gracias a un catálogo de venta de libros antiguos publicado por un librero de Barcelona. También del Monasterio de Montserrat cinco ciudadanos israelíes robaron tres manuscritos en hebreo y dos libros incunables en latín; la Guardia Civil les apresó apenas cometieron el delito, en este caso por la buena memoria del monje archivero que ya había denunciado otro robo. En el Museo diocesano de La Seu dÚrgell (Lleida) el Códice denominado “Comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana y Libro de Daniel” fue sustraído por dos encapuchados que rompieron el cristal de protección y rociaron con aerosol los ojos de la encargada, cinco meses después se recuperó en la consulta de un psiquiatra de Valencia que lo tenía escondido en un armario entre medicamentos. Esta persona llegó a cortar una página del libro para ofrecerla como muestra a posibles compradores y todavía no ha sido encontrada. También en esta actuación se intervino un cantoral del s.XVI, sustraído del museo
Las primeras imprentas europeas
Hacia 1460 varias ciudades alemanas ya disfrutaban de imprentas pero la buena nueva llegó rápidamente a otras localidades europeas. La primera imprenta en Italia se estableció en un convento de Subiaco, cerca de Roma, dirigida por dos discípulos de Schöffer. El primer impresor ingles fue William Caxton un mercader en paños que se aficionó a la literatura y se convirtió en un experto traductor. En los Países Bajos no se tiene la certeza de cuál fue el primero pero se cree que fue en Utrecht, el impresor belga Colard Mansión, de Brujas es el más famoso. Hasta 1470 no se estableció en Francia una imprenta como tal, a su cabeza estaban los alemanes Freiburger, Gering y Krantz. En España todo apunta a que Juan Parix de Heidelberg imprimió en Castilla, concretamente en Segovia, en 1472 las actas de un sínodo celebrado en esta ciudad. En Barcelona y Zaragoza hacia 1473 trabajaron Enrique Bótel (de Sajonia), Juan Plannk (de Salzburgo) y Pablo Hurus (de Constanza), en el mismo año en Valencia hubo otro taller financiado por Jacobo de Vitzlant. También se abrieron imprentas en las ciudades universitarias de Salamanca, Sevilla y Alcalá de Henares.
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