La maldición de una lectura a dos niveles
Andrés Merino Thomas
Como ya hiciera hace dos años con las consortes de los monarcas de la dinastía Borbón en España, María José Rubio ha publicado en la Esfera de los Libros un volumen con perfiles biográficos de las soberanas de nuestro país en los siglos XVI y XVII, es decir, las correspondientes a la Casa de Austria. Ha incorporado, como otros autores en una temática tan frecuentes en nuestra historiografía, una introducción a la figura de Isabel la Católica y un generoso capítulo sobre Juana I la Loca, última reina Trastamara de pleno derecho, casada con Felipe, el Archiduque de Austria que introdujo la dinastía en el trono de San Fernando. Volvemos a asistir a un notable intento por abarcar un amplísimo periodo a través de un universo femenino muy singular en un tomo al que no por su carácter divulgativo debe dejar de exigírsele calidad literaria y rigor en todos y cada uno de los datos consignados. Por ello, cualquier reseña de contenidos debería adelantar una recomendación al lector que quiera abordarlo. Quizá merece la pena decidir, ya desde sus primeras páginas, si pretendemos pasar un buen rato como aficionados a la historia, refrescando o simplemente tomando contacto con las aportaciones a nuestro pasado de un conjunto de notables mujeres cuyos avatares configuraron buena parte de la Edad Moderna, bajo circunstancias sin parangón. Será éste un legítimo uso y más que seguramente el éxito de ventas que auguramos a un nuevo título en esta línea venga precedido por un buen estudio de segmento de autora y público por parte de la editorial. Pero el paso a un segundo deparará sin duda más de una inquietud a quien acostumbre al permanente contraste de datos o puntos de vista.
Rubio vuelve a incluir una amplísima bibliografía al final de la obra, lógicamente por orden alfabético de autor, si bien como deudora de la obra de González Doria, fuente de la que es fácil detectar con claridad que sobresale entre las citadas, la de dicho escritor merecía haber encabezado el elenco. Al no haberse acogido, quizá por exigencias de la edición, al útil recurso del pié de página para hacer directa referencia a la fuente, la autora asume implícitamente el maremagnum de errores que el volumen contiene. No nos referimos tanto a confusiones de personajes o fechas, sino a afirmaciones ante las que cualquier biógrafo que haya trabajado con tablas cronológicas o historiadores modernistas que se hayan acercado a los Austrias quedan perplejos. Leer (pág 225) “terminado el panteón que Felipe II ha construído para enterrar a sus antepasados, entre 1573 y 1574 comienzan a llegar los cadáveres de las recientes generaciones de la familia real”, cuando precisamente el Rey Prudente tuvo que dejar los restos de sus padres, hermanos y tías en la denominada cripta de la Iglesia de Prestado y no vio nunca terminadas las obras el mausoleo, que concluyó su nieto Felipe IV, denota un serio desenfoque en torno a El Escorial, sede principal, de vida y descanso eterno, de la imagen dinástica, a la que se fueron incorporando los personajes retratados.
Rubio no ha escapado de la maldición de la lectura a dos niveles. El lector común volverá a disfrutar de un paseo ameno, pero el analista sufrirá al comprobar una vez más que desatender el rigor es dejarse las verdades en el camino de la historia. Aún así, hay párrafos para ese segundo nivel que constituyen auténticos retos a la investigación, como la propuesta de hallar la fuente en la que la autora ha bebido la descripción de los últimos días de Juana I, que incluye afirmaciones francamente desconcertantes. O novedades de interés, como la inclusión junto a cada perfil de listados de personajes que ejercieron algunos de los más elevados oficios palatinos en la Casa de cada Reina, como los de Mayordomo Mayor, Camarera Mayor y Aya.
“Reinas de España. Las Austrias Siglos XV-XVII. De Isabel la Católica a Mariana de Neoburgo”
María José Rubio
Madrid, La Esfera de los Libros, 517 pág.
ISBN: 978–84–9734–987–1
Señor Merino Thomas,
Asisto atónito a su desconocimiento historiográfico. Para su información, en El Escorial hubo dos Panteones reales, el primero, provisional, construido por Felipe en la primera Capilla-Iglesiq que tuvo El Escorial (que todavía es visitable), a donde el rey trasladó los cuerpos de sus antepasados: En 1573 llegaron los cuerpos de Isabel de Valois y el Príncipe Carlos; en la primavera de 1574 los de Carlos V, desed Yuste y la Emperatriz Isabel y la princesa María Manuela de Portugal (1ª esposa de Felipe II), desde Granada, así como los de los Infantes Fernando y Juan, hermanos de Felipe II, además de los de las Infantas Leonor y María, hermanas de Carlos V, trasladados desde Márida y Valladolid, respectivamente. Estos cuerpos quedaron depositados en el panteón provisional hasta la definitiva construcción de los Panteones de Reyes y de Infantes por Felipe IV.
Infórmese mejor antes de realizar una crítica sin fundamento. Gracias.
Estimado Sr. Zoilo:
Muchas gracias por su comentario, con el que demuestra haber leído tanto el libro de María José como su reseña en nuestra revista.
Debo precisarle que en el monasterio no hubo dos, sino, al menos, tres «panteones» Reales (además de otros colaterales y el mal denominado «de Infantes», que no nos ocupan). El de la «Iglesia de prestado» (que en la actualidad NO es visitable, como le confirmarán en la Oficina de prensa de Patrimonio Nacional), que podríamos denominar panteón de forma un tanto generosa, pero que no es más que una cámara desnuda de todo ornamente bajo su altar, fue el primero, habilitado para poder esos restos a los que hace referencia en su post. El segundo es el denominado «Panteón provisional», que ocupa unas cámaras cercanas al que se puede visitar hoy que no debe usted confundir con el definitivo que Felipe II, como indico en mi artículo, no terminó de ver construido, pues se inció durante el reinado de su hijo y se inauguró en 1564, es decir, reinando su nieto Felipe IV. Le confieso que sobre la cuestion de los enterramientos regios escurialenses estudio con frecuencia para completar las abundantísimas lagunas de mi «desconocimiento historiográfico», pero estas pocas afirmaciones rotundas que hago se basan en la abundante bibliografía disponible y en la documentación que se conserva tanto en el monasterio como en los archivos del Palacio Real de Madrid, a donde llegaron los legajos correspondientes a los panteones tras la salida de la Comunidad Jerónima de El Escorial en 1834.
Le agradezco mucho su invitación a informarme para hacer críticas fundamentadas. Intento hacerlo siempre y es alentador ver que los lectores siguen las reseñas con espíritu crítico. Un saludo.
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